35 años, ¡solo 35 años! y ya guardo amarguras propias de aquel que ya cumplió los setenta. De un
día a otro me arrebataron todo. No había llegado el siguiente otoño y me
encontraba solo e indefenso, mamá se fue y papá quedó lisiado, muerto con vida.
Yo jamás he hecho daño a nadie, no comprendo esa inquina. ¿Qué hice mal?, ¿qué
desatendí? No hay día que no me pregunte sobre esa razón que me es esquiva y
por la que se me infligió semejante castigo ¿Por qué me enseñan falsos
valores?, si en realidad se castiga la bondad y se premia la fechoría. Tanto es
el dolor que albergo, que de antes saberlo, un millón de veces malvado sería,
si con ello regresara al pasado y aliviara mi desdicha. Mi vida ha pasado a ser
un inconsolable ¿por qué?
Condenado estoy a una vida de llanto, de tristeza, vagando por el desolado
páramo de mis recuerdos. Desapareció de mi cara la sonrisa y se torció la boca,
dejándome el rostro de la tragedia marcado a fuego. Para que quiere el que es
pobre de por vida oír hablar de riquezas, si nunca fue de envidias. Aquel que
no la conoce, con curiosidad, pregunta sobre la desdicha y yo les digo que aun
así tengo mis momentos, pero siempre presto a no darle pereza al pensamiento,
pues pronto se ocupa de mí, retornando el inhumano destino.
Fui testigo de tu agonía, de esa muerte, cuanto más lenta más cruel, que se
apoderaba de ti dejándote fría. Primero te consumió el cuerpo y luego el alma y
con ella la vida. Postrada en esa cama tu existencia se apagaba, pero quedaba
el dolor, ése, a mi pesar, si que permaneció. Tus ojos perdieron el brillo y se
cerraron. En este momento me fallaron las pocas fuerzas y ya no te vi más, pero
quedaste grabada en mi mente. Del día siguiente no me acuerdo de nada. ¿Cuántas
noches me raptaste?, imposible de conciliar el sueño, el dolor me devoraba, al
principio el llanto venía a entretenerlo, después ya no quedó más llanto, solo
sufrimiento.
La casa era mi refugio, el resto me dañaba. Me derrumbaba con cada niño y cada
madre, con cada gesto de cariño, con cada uno de esos afectos que se daban y que a mi
se me negaba. Llegado a este punto me he dado cuenta que he mentido, si tengo
envidia. Siempre te he querido madre, pero ahora que faltas se lo mucho que ha
sido. Creo que este dolor no es más que un homenaje a tu persona, una fuerza
que impide el olvido. Si he de sufrir eternamente me queda el consuelo de que sea
por ti.
No parezca extraño, con todo lo citado, que me posea esa rabia contra la vida y contra su
injusticia. Día a día me doy cuenta que el dolor no pasa, lo que pasa es la
existencia, en mi caso lentamente, con actitud impotente y con la cansina
matraca del ¿por qué?, ¿cual ha sido mi fechoría?, preguntas que nunca se
aclaran. Pregunta tras pregunta, sobre esas dudas y sobre ese Dios ingrato que
me arrebató lo que más quería. Ya sabrás Señor que dejaste tres cadáveres, dos
de ellos con vida. Me despojaste de la bondad y me has abandonado al recuerdo
doloroso de aquello que un día pude disfrutar y ahora me privas. Crueldad
tremenda la de aquel que te da la vida y luego te la quita.
¿Dónde estas, madre?, ¡te necesito! Hoy busco consejo y encuentro
desamparo. Madre, soy egoísta, pues quiero olvidarte. Maldigo mi necesidad, mi
dependencia y no perdono que te hayas marchado. Nos pertenecemos el uno al
otro, tú redactaste el contrato, ¡dime madre!, ¿por qué lo has roto? ¿Quién
velará por mí? ¿Quién protegerá mis sueños?
Echo de menos tus besos, los cuentos que me leías e incluso
las reprimendas. Aquellas caricias por mi cara, ese olor a crema de manos y
lavanda, recuerdos que forman parte de mi infancia. A tu lado estaba protegido. Las horas
que pasamos luchando contra ese plato forrado de verde que te obstinabas en que
me comiera, cual rumiante. Hoy, madre, seguiría sin comerme el fétido forraje,
pero daría diez años de mi vida por volver a discutir contigo, aunque solo fuese un solo día.
Me dejaste muy solo y todavía no habías cumplido conmigo. No estaba preparado y seguramente nunca lo hubiese estado, pero lo único cierto es que te fuiste antes de lo previsto. Por mil males que deseara a alguien, ¡nunca!, ¡nunca! y ¡nunca! se me hubiese ocurrido depararle esto. Me sentí mal al pensar que de ti me olvidaría y mal me siento porque no te he olvidado. Aquí no existe la mágica medicina fabricada por el tiempo, sino más bien el tiempo ejerce de pesada losa que te va quitando la fuerza hasta que por fin cae sobre ti, pero el proceso es lento. No se como explicar como la luz se tornó oscuridad.
Lo peor de todo es que esta vez no estás aquí para curarme la herida.
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