sábado, 24 de noviembre de 2012

Instintos asesinos



Insisto: en cuestiones evolutivas son muchos los interrogantes apasionantes que todavía no han encontrado respuesta y que, seguramente, nunca podrán desvelarse. Y dentro del complejo imaginario evolutivo la violencia y la agresividad han jugado un papel fundamental dentro de la puesta en marcha de los mecanismos propiciatorios. A pesar de las reticencias de los bien pensantes y los convencidos de las bondades humanas, la sádica crueldad humana mueve montañas. Parafraseando a uno de los grandes pensadores de la cultura popular occidental de finales del siglo XX y principios del XXI, la maquinaria de la evolución se engrasa con la sangre de los vencidos, de las víctimas y de todos aquellos, animales, plantas, cosas y otros seres humanos, que han tenido la desgracia de caer bajo las garras impasibles del proceso evolutivo de nuestra especie. La naturaleza se resuelve en el conflicto.

La historia de la técnica es asombrosa y constituye uno de los pilares fundamentales en los que se sustenta la evolución social y cultural de la humanidad. Podríamos aventurarnos y, bajo riesgo de ser acusados de marxistas o algo parecido, entender la historia como un proceso básico en el que distinguir unos hitos revolucionarios que implicarían la transformación radical de los procesos productivos que desencadenarían una ola sucesiva y concatenada de cambios en otros aspectos vitales como la cultura, la sociedad, etc. Tendríamos dos momentos básicos en este proceso tecnológico que marcan los antes y después de las cronologías: una revolución neolítica en los albores de la historia y una revolución industrial no tan lejana cuyos coletazos todavía se dejan sentir con fuerza. ¿Estamos ante una tercera revolución “virtual”? Quién sabe, todo es mera ficción histórica de corte futurista.

Esta simplificación abusiva del hecho histórico esconde torpemente la complejidad del proceso evolutivo. Y al parecer, la innovación tecnológica, como motor de cambio, ofrece muchas más sutilezas y gradaciones, además de una nueva cronología que radicaliza las cuestiones en torno a la hominización. Recientes descubrimientos publicados, cómo no, en Science (la noticia era recogida por El País el pasado 20 de noviembre de 2012), revelan que nuestros antepasados, los Homo heidelbergensis, habrían desarrollado y puesto en práctica la elaboración de unas complejas armas ofensivas compuestas por una punta lítica enmangada en un mástil o en un palo. Es terroríficamente sencillo, pero de una efectividad asombrosa. Este pequeño gesto proporcionaría una capacidad letal al poseedor del arma en cuestión. Como han destacado los autores de la investigación, el hecho encierra toda una serie de implicaciones intelectuales que arrojan luz sobre la complejidad mental del artilugio ideado para matar de una forma más efectiva a las presas deseadas.

Es asombrosa la importancia de la violencia en el proceso evolutivo. En muchas ocasiones, su papel se menosprecia o, al menos, se obvia. Parece que nos queremos resistir a aceptar el conflicto como un mecanismo básico y crucial. Nuestros antepasados tuvieron que desarrollar un costoso ingenio con el que optimizar su capacidad letal a la hora de obtener recursos alimenticios. La agresividad, entendido como el componente biológico de una violencia cultural, constituye una mecha impredecible en la competición por el monopolio de los recursos del entorno, incluyendo el monopolio social del grupo humano. Así, el Homo descubre que es más eficaz una punta de piedra atada a un palo que la propia madera afilada; que la punta lítica penetra con mayor facilidad en la carne de la víctima y acelera su muerte mientras que la eficacia de la madera para estos menesteres, tan humanos, no resulta de especial utilidad. De estos remotos orígenes de la violencia como acicate y aliciente fundamental en el progreso humano a la segunda guerra mundial, con todos sus avances tecnológicos y científicos, hay un paso.

La idea lineal de progreso es maravilloso y, ante todo, esperanzadora. Es grato y reconforta saber que la evolución, los grandes avances en la ciencia y en la técnica, se han acompañada, en mayor o menor medida, por la masacre y el exterminio del otro. La bondad humana.

Luis Pérez Armiño




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