Como habíamos
comentado, Bismarck había conseguido aislar y derrotar a los
austriacos, convirtiendo a Prusia en la primera potencia del mundo germano. Pero la
unificación alemana aún no era un hecho, había que salvar “un pequeño” rescoldo
más…
El predomínio prusiano empezaba a causar recelo en la Francia
de Napoleón III. Surge la rivalidad entre ambas potencias y las fricciones no
tardarían en llegar. Comenzaban a tantearse y a reivindicar su poder con
respecto al otro, tensando cada vez más la situación. El fantasma de la guerra
comenzaba a vislumbrarse. Ninguno de los dos países trabajaba por la paz, dando por sentado que
tarde o temprano habría guerra. Una persona
deseaba especialmente el enfrentamiento, Bismarck. Sabía de sobra que para
atraer a los estados alemanes del sur a la Confederación tendría que derrotar
al país galo.
Francia
era considerada una gran nación, pero vivía una
situación muy delicada. Su política exterior, más concretamente en
México,
había resultado un desastre. Napoleón III en un acto irreflexivo, vistas
las
circunstancias, había favorecido la unificación italiana y la unión de
toda la
Alemania del norte. En cuanto a la política interior, las sucesivas
actuaciones gubernamentales mostraban serias deficiencias.
El reclutamiento había descendido, pese al servicio militar obligatorio,
éste excluía a las clases dirigentes, lo que molestaba
profundamente al pueblo. El ejército francés distaba mucho de la moderna
milicia prusiana. Los
republicanos presionaban al emperador en busca de reformas, que cediendo
a las coacciones, concedió una nueva Constitución en 1870. Como
resumen, se podía
asegurar que la situación se le había ido de las manos al emperador
francés.
Pero el mayor fallo que cometieron, tanto Napoleón III como todos sus
consejeros, fue el de menospreciar el poder de Prusia. A pesar de saber
que la
nueva Confederación era un estado moderno y desarrollado, a ningún
miembro del
gobierno se les pasó por la cabeza que Prusia pudiera derrotarles.
Mientras,
Bismarck les esperaba.
El
Canciller continuaba con la labor de fortalecer las tropas para
convertirlas en las más poderosas y organizadas de toda Europa. A
pesar de haber tenido oportunidades suficientes para ir a la guerra,
Bismarck
prefirió ser cauto y conceder el tiempo necesario al ejército para que
estuviese preparado.
El Canciller estaba convencido de que la guerra con
Francia atraería a los estados alemanes del sur. Estos estados en ocasiones
habían participado voluntariamente como satélites del país galo, pero el
sentimiento nacionalista que se había ido arraigando en los últimos años les
había alejado del mismo. Esta situación inquietaba profundamente en en el país,
donde se temía, ante la posibilidad de un hipotético enfrentamiento con Prusia,
que los estados alemanes del sur se unieran a la causa de la Confederación. Curiosamente,
esa era la idea que manejaba Bismarck, el adherir los estados del sur a la
nueva Alemania, aprovechando el enfrentamiento con Francia y así aislar
definitivamente a Austria de la órbita germana.
La ocasión se le presentó a Bismarck servida en bandeja
de plata. En España, una revolución había destronado a la reina Isabel II,
quedando vacante el trono al que podía optar, por derecho, el primo del Káiser,
Leopoldo de Hohenzollern. La Casa Real prusiana presentó formalmente la candidatura al trono
español. Un sentimiento de pavor recorrió Francia, que todavía tenía en el recuerdo
lo que significaba estar rodeado de sus enemigos y anunció que consideraría
como una ofensa y una amenaza a su seguridad entronar un príncipe prusiano en
España.
Ante la protesta francesa, los Hohenzollern rechazaron
por tres veces la invitación a ocupar el trono español. A Bismarck, las
decisiones de la Casa Real se le escapaban de las manos, pero lejos de
desaprovechar tan deseada circunstancia, que permitiera entrar en guerra con
Francia, manipuló subrepticiamente al gobierno español para que formulase
una cuarta invitación, consiguiendo esta vez que Leopoldo aceptara.
Al conocerse la noticia, el
2 de julio de 1870, las reacciones no se hicieron esperar. Francia envía de forma inmediata a su embajador en Prusia,
Benedetti, para reunirse con el Káiser, que descansaba por aquel entonces en
el balneario de Ems. Benedetti exigió la retirada de la candidatura y tras la
reunión el Káiser presionó a Leopoldo para que así lo hiciera. El 12 de julio
Leopoldo renuncia formalmente a sus pretensiones a la Corona española. Francia
se salió con la suya y Bismarck sufrió una enorme decepción.
Todo hubiese quedado así de no ser por la tenacidad francesa
de probar a Bismarck. El gobierno francés volvió a enviar a Ems a Benedetti
para que el Káiser les garantizara que en el futuro no habría más candidaturas
de los Hohenzollern al trono español. El Káiser contestó cortésmente a
Benedetti que no había razón alguna a lo que le pedía, puesto que Alemania ya
había retirado formalmente su candidatura. Terminada la reunión, mando un
telegrama a Bismarck, el famoso “despacho de Ems”, contándole lo sucedido y dio
el tema por zanjado.
Cuando el Káiser, inocentemente, envió el telegrama al
Canciller, desconocía lo que acababa de desencadenar. Frustrado por los anteriores intentos fallidos, Bismarck
no iba a desaprovechar la oportunidad que el propio Guillermo I le brindaba y
“rediseñó” el telegrama. Desvirtuó el contexto de la reunión de tal modo que pareciese
que Benedetti había violentado y presionado, de forma impropia en un embajador,
al Káiser y que éste, en consecuente respuesta, había desairado al embajador. Con
la mayor falta de escrúpulos que se pueda tener y un cinismo exacerbado,
Bismarck había maquillado y tergiversado oportunamente un despacho real para satisfacer
sus deseos de guerra. Una vez terminó de redactar el nuevo e incendiario telegrama,
lo despachó a los periódicos para su publicación. Las consecuencias, según los
planes de Bismarck, fueron terminates. En Alemania los partidarios de la guerra
con Francia clamaron venganza. Francia, por su parte, declaraba la guerra a
Prusia el 19 de julio de 1870.
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