jueves, 1 de noviembre de 2012

Bismarck. El resurgir de una potencia. Parte II

Como habíamos comentado, Bismarck había conseguido aislar y derrotar a los austriacos, convirtiendo a Prusia en la primera potencia del mundo germano. Pero la unificación alemana aún no era un hecho, había que salvar “un pequeño” rescoldo más…

El predomínio prusiano empezaba a causar recelo en la Francia de Napoleón III. Surge la rivalidad entre ambas potencias y las fricciones no tardarían en llegar. Comenzaban a tantearse y a reivindicar su poder con respecto al otro, tensando cada vez más la situación. El fantasma de la guerra comenzaba a vislumbrarse. Ninguno de los dos países trabajaba por la paz, dando por sentado que tarde o temprano habría guerra. Una persona deseaba especialmente el enfrentamiento, Bismarck. Sabía de sobra que para atraer a los estados alemanes del sur a la Confederación tendría que derrotar al país galo.

Francia era considerada una gran nación, pero vivía una situación muy delicada. Su política exterior, más concretamente en México, había resultado un desastre. Napoleón III en un acto irreflexivo, vistas las circunstancias, había favorecido la unificación italiana y la unión de toda la Alemania del norte. En cuanto a la política interior, las sucesivas actuaciones gubernamentales mostraban serias deficiencias. El reclutamiento había descendido, pese al servicio militar obligatorio, éste excluía a las clases dirigentes, lo que molestaba profundamente al pueblo. El ejército francés distaba mucho de la moderna milicia prusiana. Los republicanos presionaban al emperador en busca de reformas, que cediendo a las coacciones, concedió una nueva Constitución en 1870. Como resumen, se podía asegurar que la situación se le había ido de las manos al emperador francés. Pero el mayor fallo que cometieron, tanto Napoleón III como todos sus consejeros, fue el de menospreciar el poder de Prusia. A pesar de saber que la nueva Confederación era un estado moderno y desarrollado, a ningún miembro del gobierno se les pasó por la cabeza que Prusia pudiera derrotarles. Mientras, Bismarck les esperaba.

El Canciller continuaba con la labor de fortalecer las tropas para convertirlas en las más poderosas y organizadas de toda Europa. A pesar de haber tenido oportunidades suficientes para ir a la guerra, Bismarck prefirió ser cauto y conceder el tiempo necesario al ejército para que estuviese preparado.

El Canciller estaba convencido de que la guerra con Francia atraería a los estados alemanes del sur. Estos estados en ocasiones habían participado voluntariamente como satélites del país galo, pero el sentimiento nacionalista que se había ido arraigando en los últimos años les había alejado del mismo. Esta situación inquietaba profundamente en en el país, donde se temía, ante la posibilidad de un hipotético enfrentamiento con Prusia, que los estados alemanes del sur se unieran a la causa de la Confederación. Curiosamente, esa era la idea que manejaba Bismarck, el adherir los estados del sur a la nueva Alemania, aprovechando el enfrentamiento con Francia y así aislar definitivamente a Austria de la órbita germana.

La ocasión se le presentó a Bismarck servida en bandeja de plata. En España, una revolución había destronado a la reina Isabel II, quedando vacante el trono al que podía optar, por derecho, el primo del Káiser, Leopoldo de Hohenzollern. La Casa Real prusiana presentó formalmente la candidatura al trono español. Un sentimiento de pavor recorrió Francia, que todavía tenía en el recuerdo lo que significaba estar rodeado de sus enemigos y anunció que consideraría como una ofensa y una amenaza a su seguridad entronar un príncipe prusiano en España.

Ante la protesta francesa, los Hohenzollern rechazaron por tres veces la invitación a ocupar el trono español. A Bismarck, las decisiones de la Casa Real se le escapaban de las manos, pero lejos de desaprovechar tan deseada circunstancia, que permitiera entrar en guerra con Francia, manipuló subrepticiamente al gobierno español para que formulase una cuarta invitación, consiguiendo esta vez que Leopoldo aceptara.

Al conocerse la noticia, el 2 de julio de 1870, las reacciones no se hicieron esperar. Francia envía de forma inmediata a su embajador en Prusia, Benedetti, para reunirse con el Káiser, que descansaba por aquel entonces en el balneario de Ems. Benedetti exigió la retirada de la candidatura y tras la reunión el Káiser presionó a Leopoldo para que así lo hiciera. El 12 de julio Leopoldo renuncia formalmente a sus pretensiones a la Corona española. Francia se salió con la suya y Bismarck sufrió una enorme decepción.

Todo hubiese quedado así de no ser por la tenacidad francesa de probar a Bismarck. El gobierno francés volvió a enviar a Ems a Benedetti para que el Káiser les garantizara que en el futuro no habría más candidaturas de los Hohenzollern al trono español. El Káiser contestó cortésmente a Benedetti que no había razón alguna a lo que le pedía, puesto que Alemania ya había retirado formalmente su candidatura. Terminada la reunión, mando un telegrama a Bismarck, el famoso “despacho de Ems”, contándole lo sucedido y dio el tema por zanjado.

Cuando el Káiser, inocentemente, envió el telegrama al Canciller, desconocía lo que acababa de desencadenar. Frustrado  por los anteriores intentos fallidos, Bismarck no iba a desaprovechar la oportunidad que el propio Guillermo I le brindaba y “rediseñó” el telegrama. Desvirtuó el contexto de la reunión de tal modo que pareciese que Benedetti había violentado y presionado, de forma impropia en un embajador, al Káiser y que éste, en consecuente respuesta, había desairado al embajador. Con la mayor falta de escrúpulos que se pueda tener y un cinismo exacerbado, Bismarck había maquillado y tergiversado oportunamente un despacho real para satisfacer sus deseos de guerra. Una vez terminó de redactar el nuevo e incendiario telegrama, lo despachó a los periódicos para su publicación. Las consecuencias, según los planes de Bismarck, fueron terminates. En Alemania los partidarios de la guerra con Francia clamaron venganza. Francia, por su parte, declaraba la guerra a Prusia el 19 de julio de 1870.  

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