El Alfar
Museo se inauguró el 4 de noviembre de 1994. Impulsado por la incansable Concha
Casado, la dirección del mismo recae en el Maestro alfarero Martín Cordero, al
cual le sorprendió la muerte en septiembre del 2007. Es entonces cuando toma
las riendas del Museo, el que hasta ahora había sido su pupilo, Jaime Argüello.
La tradición alfarera se sigue manteniendo en su más pura esencia con Jaime,
que amablemente cuenta con todo lujo de detalle todos los aspectos y utensilios
que se utilizaron en la elaboración de las piezas de barro, desde el torno a
pedal hasta el horno árabe de leña, -único de este tipo que sigue en funcionamiento
en el mundo-, apunta Jaime.
Jaime
Argüello, con paciencia, relata todos los pasos que se siguen en la elaboración
de las piezas. El barro traído de los barreros se extiende para ser secado y,
posteriormente, se traslada a la toña, para evitar que se moje o humedezca. A
continuación se lleva a la barrera y se humedece durante unas horas. Antaño la
mujer era la encargada de sobar este barro con el fin de conseguir una pasta
más homogénea que luego se amontonaba en las pellas y de ahí se extrae el bolo,
la base de la futura pieza. Entre explicación y explicación, Jaime comenta que
siempre tuvo el “hormiguillo” de la alfarería metido en el cuerpo. Fue pupilo
del Maestro Martín Cordero tres años y medio, hasta su muerte.
El bolo se
centra en el torno a pedal y se abre, se levanta y se le da tijera. Este paso
es común en todas las piezas. Con un trozo de cuero se afina la pieza y se la
da forma. Una vez terminada se lleva al chispero, donde ayudado por una estufa,
se procede al primer proceso de secado que dura dos o tres días. Pasado este
tiempo se culmina el proceso de secado al sol.
Una vez
concluido el proceso de secado, las piezas se almacenan “casafuera”, hasta
conseguir número apropiado para la hornada, esto depende del tamaño del horno,
lo normal son unas 1.000 piezas. Antes de entrar en el horno se les daba un
baño de alcohol de hoja o sulfuro de plomo, ahora prohibido por el alto
contenido en este mineral. El sulfuro de plomo se mezclaba con el agua y las ralillas o arcilla sobrante del
torneado. Antiguamente estos terrones de sulfuro de plomo se traían de Jaén.
Las piezas suelen ser decoradas con motivos muy sobrios, realizados con cal y
agua, y pintados con una pluma de gallina.
Una vez
realizados todos estos pasos la pieza está preparada para el horneado. El horno
árabe tiene una plataforma o criba que contiene diez agujeros alrededor,
tapados con tejas para evitar el calor directo, y otros tres agujeros en el
centro donde van colocados los caños. Éstos, son tubos de barro superpuestos
formando una chimenea y cuya misión es la de distribuir el calor a lo largo
del horno. En el horno se echaba madera de urz o brezo y se atizaba durante
diez u once horas hasta conseguir una temperatura de mil grados. El objeto
resultante debe de tener una tara o defecto que recibe el nombre de pegadura,
debido al efecto de apilar unas piezas encima de otras, también es tradicional
el color verdoso de las mismas.
Cuentan que
el arquitecto Antonio Gaudí vino con diecisiete moldes a Jiménez de Jamuz, para
que le hicieran los ladrillos de las bóvedas del Palacio de Botines.
El Museo
Alfar es un centro de difusión cultural, ubicado en la población leonesa de Jimenez de Jamuz, sin actividad comercial, que recoge todos los aspectos de la elaboración de las piezas de barro, o "cacharros", tal y como se hacía hace siglos.
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