Tan
dados como somos a la conmemoración de acontecimientos de desigual relevancia
cultural, durante este año 2012 se cumplen cien años de uno de los mayores
fraudes en la historia de la ciencia: el “descubrimiento” del Eoanthropus dawsoni,
eslabón perdido en la evolución humana según sus “descubridores – hacedores”:
un abogado aficionado a la arqueología, Charles Dawson; el paleontólogo Arthur
Smith Woodward, del departamento de Historia Natural del Museo Británico; y Teilhard
de Chardin, también paleontólogo aunque de origen francés, curiosamente
jesuita.
Monolito que recuerda el lugar
donde se “descubrieron” los restos del hombre de Piltdown
Autor: Nick Woolley |
El
engaño era burdo: a un cráneo humano de época medieval se le unió una mandíbula
de orangután –retocada para ofrecer cierto aspecto de venerable “antigüedad”-
con los dientes limados. Teóricamente, este raro fósil apareció en Piltdown,
localidad del condado de Sussex, en Inglaterra. Junto a estos restos se recuperó
industria lítica. Hoy, sin embargo, queda todavía por saber quién fue el
responsable último de la estafa.
Dawson
es el principal sospechoso. No sólo consiguió convencer de su fraude a la
comunidad científica. De hecho, marcó la línea de investigaciones paleontológicas
hasta que en 1953 se desechó la autenticidad del hombre de Piltdown. Pero nadie
se había percatado de un curioso hecho: tras su muerte en 1916 no volvieron a
aparecer restos de tal magnitud en Piltdown, como destaca el investigador Joe
Nickell para el diario El País
(edición digital del 6 de enero de 2008).
Teilhard
de Chardin también fue sospechoso del fraude. Las teorías de la evolución
formuladas por Darwin se alzaban amenazadoras contra los intereses de la fe. Y
el hombre de Piltdown podría haber puesto punto y final a tan agria polémica al
lograr crear una nueva corriente conciliadora de ambas tendencias. La
implicación de Teilhard de Chardin podría suponer un indicio sobre el
protagonismo de la conspiración eclesial en el fraude. Otras teorías llegan a
afirmar que todo el asunto no sería más que una broma de un joven Teilhard de
Chardin que se le fue de las manos.
El hombre de Piltdown
Autor: Trish acero
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Por
último, Woodward era un científico deseoso de
un rápido reconocimiento académico. Francisco Anguita, para el mismo artículo
de El País citado más arriba, hace referencia a los científicos sin
escrúpulos deseosos de reconocimiento y, por lo tanto, de más ayudas
económicas. Sin embargo, Woodward parece que no destaca tanto la importancia de
los hallazgos de Piltdown en el conjunto de sus investigaciones.
Por el momento, todo son conjeturas. Quizá nunca
seamos capaces de conocer quién fue el responsable de uno de los mayores
fraudes científicos del siglo XX. Puede que sea necesario un Sherlock Holmes que señale al culpable. Por cierto: se llegó a creer que el
responsable último del engaño fue el genial Conan Doyle.
Luis Pérez Armiño
Curioso y muy interesante.
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