miércoles, 21 de marzo de 2012

Del dicho, ¿al hecho?


Es obvio que la maldad no esta bien definida. Lo bueno y lo malo es condicionado por estímulos, personas, circunstancias y demás factores externos. Pocas veces recurrimos a la meditación para conocer la maldad y dejamos que brote esa primera intuición que tenemos, en la mayoría de los casos influida por las condiciones citadas anteriormente, o simplemente nos guiamos del parecer ajeno, que es más cómodo.

Con franqueza, llego a pensar que no nos importa lo más mínimo conocer la verdad. Actuamos de una forma cómoda hacia hechos y circunstancias, opinando arbitrariamente y dejándonos seducir por el impulso, que junto con la ignorancia, nos inclinan a opinar arbitrariamente. Hay que reconocer que es más fácil intuir, o hablar por hablar, que involucrarse con las afirmaciones emitidas.

Pero… ¿realmente existe la verdad?, o es un invento al servicio del poder y de la mayoría. Desde luego, la verdad hay que conocerla con todos los aspectos y detalles para obtener una idea global y lejana de la impresión.  

Decían algunos filósofos que solo conociendo la verdad podrás hablar de ella. En mi opinión, ellos cayeron víctimas de su propia verborrea, no llegando nunca a descifrar la verdad que postulaban, pues según se iban sucediendo, desbarataban los argumentos del anterior. Lo que debe ser entendido como que los filósofos, “la raza” más docta, fueron imbuidos por un falso conocimiento, que le llevó a emitir una teoría fundamentada en una impresión de la verdad universal, que no dejaba de ser la idea de “su verdad” particular.

Pero no es en esto en lo que quiero hacer hincapié. Yo, como un simple mortal más que vive en sociedad, que disfruta y padece, y que, en definitiva, está en el mundo, me doy cuenta de los muchos sucesos que acontecen. Sucesos, algunos de ellos, terribles, a los que nos enfrentamos con el arma de la impasibilidad, o todavía peor, somos capaces de transformar nuestra visión de lo horrible en cotidiano. Lo peor de todo es que buscamos justificación en las personas que, por su propio interés, nos han desvirtuado la realidad y nos presentan esta postura tan cómoda, ya sean pertenecientes a la clase política, religiosa, judicial o de cualquier otro sector acaparador del poder.

Somos unos necios que no queremos conocer la verdad porque duele y nos hace ver los ruines que podemos llegar a ser. Es más fácil dar carta blanca al villano, pues por ello recibe el nombre, y ponernos la venda en los ojos, y ya se sabe, ojos que no ven… En este punto estamos equivocados, no olvidemos que tan culpable es el que apunta como el que dispara, y si no hacemos cuanto esté en nuestra mano para evitar la maldad, podemos considerarnos partícipes de ella.  

Es por estas razones que cuestiono el conocimiento de la verdad, llamémoslo así, "mi venda en los ojos". Prefiero creer que somos unos ignorantes a unos desalmados. No quiero con esto dar mi alternativa a ello, y para no caer en mi propio juego, diré que mi verdad no se acopla, como es natural, a todo el mundo. Decir que en mis comentarios reside la verdad absoluta, sería caer en el error que quiero criticar.

La única solución, con base cognoscitiva, parte de que cada ser humano busque la verdad en el interior y encuentre su razón de ser. Indagemos en nuestro propio mal y conozcámosle. No nos quedemos impasibles cuando le oigamos bramar y, por supuesto, no le dejemos brotar por factores externos. Pongámonos a meditar y reflexionemos sobre ello.

Va siendo hora de tomar medidas, aunque solo sea para hacer real el tópico de dejar un mundo mejor a nuestros hijos. Quiero mostrar el mundo como lo ve un hombre normal y corriente, que tiene cierta curiosidad por la vida que le rodea y por los mecanismos de su funcionamiento.

Éste fue el último discurso que dio. Convenció con su verdad, que no con su mensaje. Consiguió hacer creer a todos que pensaban por propia iniciativa, pero lo hacían con su cabeza. De esta manera tan simple, aunque compleja, ganó las elecciones.

¡Luego que no digan que no les avisó!


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