Es curioso como los conceptos se desvirtúan o cambian de
sentido. La pobreza, por ejemplo, es uno de estos conceptos que no quedan claros. Antes, por pobre se entendía a aquella
persona que no tenía ni para comer. Como ejemplo, tenemos a esas pobres gentes
que viven en el África subsahariana, sin el alimento necesario para pasar el
día, ni agua, ni electricidad, ni ningún elemento destinado a hacer más
confortable la existencia.
El concepto de pobreza se ha ampliado mucho. En España, por
persona pobre consideramos a aquella que lo pasa mal para llegar a final de
mes, que tiene unos ingresos que se
extinguen antes de percibir los siguientes. Pero, ¿no es un poco frívolo considerar
a alguien que tiene un iPhone, ordenador, conexión a internet, un televisor de
41 pulgadas, etc., como pobre? ¿Puede resultar como una burla a aquellas personas
que no tienen lo básico, un plato de comida, agua, ropa y un techo dónde
cobijarse? A veces me da la impresión de que somos muy egoístas, quizás
víctimas de una sociedad materialista que nos ha convertido en energúmenos.
Analizando esto, me doy cuenta que el pobre de España, el
del iPhone y demás, es un afortunado. Come caliente, no duerme en un cajero
automático, ni en el banco de un parque y seguro que si se liberara de los
cargos económicos que cree indispensables, pero que no lo son, dejara de salir
a tomar cañas y de comprar tecnología, tendría una economía más estable.
Nos debemos dar por satisfechos si tenemos lo básico para
subsistir y llegado el momento podemos pagar el óbolo a Caronte.
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