-Vendrán las noches de tormentas, cuando termine este día
de sol- Así lo ordenó Zeus, decepcionado con el ser humano, al que había dado
todo su cariño y del que ahora se sentía traicionado. Nunca hubiese imaginado
que se pagara con desprecio su amor. Era el momento de que el orgulloso humano
supiese lo que era la furia divina ¿Cómo osaban retarle de esta forma?
Mientras los hombres, en su condición de ignaros, obviaban
la ira de Zeus y seguían con sus despropósitos, como anhelando, sin saberlo ni quererlo, el mal que les estaba por venir. Ellos fueron los bendecidos, aquellos en los que Zeus deposito su
cariño y su confianza. Pero la naturaleza humana es ruin y más cuando se unen
para confabular. Lo tenían todo y aun así pidieron más, y más, y tomaron lo que no
les pertenecía y se apropiaron de lo que no debían. Incluso un padre, en su
amor eterno, debe de poner límite.
El caos reinó en los días sucesivos. Zeus extendió un
manto para proteger a aquellos que consideró que debían ser salvados, el resto
sucumbió al castigo. Muchos se dieron cuenta, con la llegada de la oscuridad, de
lo frágiles que eran. Habían jugado a ser dioses, pero no hay dios sin
divinidad y ahora, con tardío arrepentimiento, unos pocos pedían clemencia, tarde
ya para los lamentos, pues la decisión estaba tomada. Pero la gran mayoría se
preguntaba indignada por la naturaleza de tal inquina, mientras Atropos, la
mayor de las parcas, bailaba la tijera con la agilidad que da la experiencia.
Zeus, no sin cierto sentimiento de sufrimiento, estregó a
Hades a todos aquellos que un día había amado. Comenzaban las duras jornadas de
trabajo para Caronte. El barquero cruzaba una y otra vez el Aqueronte, maldiciendo
a Zeus por haberle castigado a él también y sin acólito que le auxiliara, remaba
y remaba.
Los hombres que obtuvieron el perdón de Zeus, aterrados
ante la posibilidad de una nueva visita del dios, se entregaron al humilde sometimiento
y así vivieron varios años. Pero Cronos intervino para adormecer la
culpabilidad del hombre y devolverle su naturaleza y con ello lo encumbró de
nuevo a su máxima, ansiar lo que no puede conseguir ni le corresponde. Pues
está en la condición humana no aprender de los errores cuando entra por medio
un ego mayor del que se puede sostener
No hay desgracia más grande que lo juzguen a uno de
malvado, además le atribuyan la envidia y se lo adornen con la ignorancia.
A veces nos damos muy poca cuenta del mal que llegamos a producir.
ResponderEliminarAsí es, es por ello que hay que evitar que esto, que no es real, no lo demos vida, transfomando nuestra existencia en tragedia
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