Muy Señores míos:
Es hoy, por ser un día igual que ayer, y sin embargo, con
un ánima más presente en mí ser, que he decidido lanzar esta crítica que
carece de originalidad, pues considero que son muchos los que opinan de esta
manera.
No entiendo la razón villana y la aptitud felona que han
adoptado ustedes. Si no perciben el asunto que quiero transmitirles, no se
preocupen, que les refresco el seso. Entiendan ustedes que es para mí un
contratiempo sufrir los fallos que se producen en el producto contratado,
derivados de la negligencia, porque en mi caso es negligencia y no fallo
técnico, y por lo tanto incidendencias que me son ajenas. Pero, pacientemente, me alecciono en la
compresión hacía la empresa que dirigen. Una imperturbabilidad que no tienen
ustedes si alguno de sus sufridos clientes no les abona el recibo en los
plazos convenidos. Pero está en mi raciocinio, aunque la frecuencia de mis desaciertos y su intensidad diste mucho de las molestias que ustedes causan, valorar el hecho de que todos podemos
equivocarnos, hasta ahí bien.
Si hay un pequeño asunto que me produce cierta presión en
el dídimo y su mellizo. La causa de tan molesta situación se halla en la tremenda incorrección de hacerme abonar la llamada que les hago
para que me vengan a reparar la incidencia provocada por un fallo en técnico y por lo tanto en circunstancias extrañas a mi. Supongo
que sea para evitar la saturación producida por las llamadas vacuas, o por el hecho de que
elegancia y corporación se han divorciado hace tiempo, coqueteando éste último
con la avaricia. Mi obtusa mente, por lo que veo muy obtusa, no llega a
comprender la razón de tener que embolsarles una cantidad de dinero como pago
a su negligencia e incompetencia. ¿Qué culpa tengo yo? ¡No lo entiendo!, ¡no
Señor!
Disculpen si no les detallo donde pueden meterse sus 902, aunque sospecho que no querrán saberlo. Espero no haberles contrariado con mi humilde ruego. Sin
más asunto, me despido.
Atentamente:
Cualquiera de sus usuarios.
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