Los recuerdos de las malas acciones perduran eternamente.
Tan solo el tiempo tiene la potestad de ejercer como atenuante al dolor, pero no es suficientemente poderoso para
borrarlo de la memoria, porque la maldad, el saberse perverso sin querer serlo, se grava a fuego en
la conciencia. Huir del dolor nunca fue bueno y conlleva a cometer el mismo
error una y otra vez, hasta que de repente deja de doler. Pero en ese
momento el mal se apodera de uno para siempre. Se vivirá sin dolor pero se estará poseido por él.
He caminado durante tantos días que ya no recuerdo cuando
salí. Lo peor de todo es que no se a donde voy, simplemente camino alejándome
de mi dolor. Pero éste marcha al mismo ritmo, sin desfallecer, cercano a mí,
mostrándose a su antojo y recordándome porque camino. Yo le he declarado la
guerra, pero cuanto más grande es mi rabia, más parece amarme él.
Nunca traiciones tus ideas, nunca te falles a ti mismo,
porque créeme que no hay perdón más valioso que el que tú mismo te otorgas. El
resto de las dispensas tienen mayor o menor importancia, dependiendo del
vínculo que tú hayas creado con el que te lo otorga. Pero recuerda bien, por
encima de cualquier beneplácito externo tiene que estar el tuyo, pues llegado el momento irás solo en la barca del viejo Caronte a visitar a Hades.
Así le comentaba Efialtes, el apátrida, a un joven
sediento de venganza y a punto de cometer una locura, que pagaría con desdicha el
resto de su vida. Mientras hablaba, una lágrima le recorría la cara y pensaba en su eterno camino, buscando el perdón a un
agravio que no supo enfrentar y sufriendo el cruel ostracismo.
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