martes, 22 de enero de 2013

El Alfar Museo

El Alfar Museo se inauguró el 4 de noviembre de 1994. Impulsado por la incansable Concha Casado, la dirección del mismo recae en el Maestro alfarero Martín Cordero, al cual le sorprendió la muerte en septiembre del 2007. Es entonces cuando toma las riendas del Museo, el que hasta ahora había sido su pupilo, Jaime Argüello. La tradición alfarera se sigue manteniendo en su más pura esencia con Jaime, que amablemente cuenta con todo lujo de detalle todos los aspectos y utensilios que se utilizaron en la elaboración de las piezas de barro, desde el torno a pedal hasta el horno árabe de leña, -único de este tipo que sigue en funcionamiento en el mundo-, apunta Jaime.

Jaime Argüello, con paciencia, relata todos los pasos que se siguen en la elaboración de las piezas. El barro traído de los barreros se extiende para ser secado y, posteriormente, se traslada a la toña, para evitar que se moje o humedezca. A continuación se lleva a la barrera y se humedece durante unas horas. Antaño la mujer era la encargada de sobar este barro con el fin de conseguir una pasta más homogénea que luego se amontonaba en las pellas y de ahí se extrae el bolo, la base de la futura pieza. Entre explicación y explicación, Jaime comenta que siempre tuvo el “hormiguillo” de la alfarería metido en el cuerpo. Fue pupilo del Maestro Martín Cordero tres años y medio, hasta su muerte.

El bolo se centra en el torno a pedal y se abre, se levanta y se le da tijera. Este paso es común en todas las piezas. Con un trozo de cuero se afina la pieza y se la da forma. Una vez terminada se lleva al chispero, donde ayudado por una estufa, se procede al primer proceso de secado que dura dos o tres días. Pasado este tiempo se culmina el proceso de secado al sol.

Una vez concluido el proceso de secado, las piezas se almacenan “casafuera”, hasta conseguir número apropiado para la hornada, esto depende del tamaño del horno, lo normal son unas 1.000 piezas. Antes de entrar en el horno se les daba un baño de alcohol de hoja o sulfuro de plomo, ahora prohibido por el alto contenido en este mineral. El sulfuro de plomo se mezclaba con el agua y las ralillas o arcilla sobrante del torneado. Antiguamente estos terrones de sulfuro de plomo se traían de Jaén. Las piezas suelen ser decoradas con motivos muy sobrios, realizados con cal y agua, y pintados con una pluma de gallina.

Una vez realizados todos estos pasos la pieza está preparada para el horneado. El horno árabe tiene una plataforma o criba que contiene diez agujeros alrededor, tapados con tejas para evitar el calor directo, y otros tres agujeros en el centro donde van colocados los caños. Éstos, son tubos de barro superpuestos formando una chimenea y cuya misión es la de distribuir el calor a lo largo del horno. En el horno se echaba madera de urz o brezo y se atizaba durante diez u once horas hasta conseguir una temperatura de mil grados. El objeto resultante debe de tener una tara o defecto que recibe el nombre de pegadura, debido al efecto de apilar unas piezas encima de otras, también es tradicional el color verdoso de las mismas.

Cuentan que el arquitecto Antonio Gaudí vino con diecisiete moldes a Jiménez de Jamuz, para que le hicieran los ladrillos de las bóvedas del Palacio de Botines.

El Museo Alfar es un centro de difusión cultural, ubicado en la población leonesa de Jimenez de Jamuz, sin actividad comercial, que recoge todos los aspectos de la elaboración de las piezas de barro, o "cacharros", tal y como se hacía hace siglos.

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