jueves, 3 de enero de 2013

El retorno del compungido



Hacía un buen rato que la noche había desplegado su manto oscuro, siniestro y mágico. Muchas noches, demasiadas me parecen ahora, cuya única compañía que tuve fueron las criaturas del bosque. Ellas me acompañaron en mi ostracismo y me dieron esperanza. No recuerdo con exactitud el tiempo que llevo lejos de mi hogar, ni siquiera alcanzo a evocar cuándo fue la última vez que conversé con alguien. Tampoco lo he añorado, pues en tú camino siempre encuentras un pastor o un labriego entregado a su faena que trato de evitar por no retardar el paso. Un paso que nunca me llevó a sitio alguno, pero que en ningún momento dejó de ser paso.
Hoy hace una noche fría y seca, demasiado para ser septiembre. Este año el invierno se presenta duro y largo. Lo noto en el ambiente enrarecido, en el bosque alterado. Un silencioso vaticinio de sus habitantes que parecen percibir la crudeza que está por venir. Ha sido un día extraño, ralo y no se explicar la razón que me lleva a este pensamiento. Pero tengo el alma inquieta, como hacía tiempo que no se encontraba.
Llevo demasiados años fuera del hogar. Demasiadas jornadas vacías de recuerdos, de ilusiones, vagando sin rumbo definido. Ahora vuelvo como prófugo de la vida, cansado de huir y rendido en su lucha contra el tiempo. Marché joven y vigoroso y vuelvo viejo y cansado. Cuantas veces me arrepentí y pensé en volver, mas el miedo me lo impedía y me empujaba a no volver sobre mis pasos. Pero ahora soy demasiado anciano para temblar, estoy cansado y ya no tengo nada que perder y mucho que ganar.
Todavía recuerdo la noche del adiós. Allí la deje durmiendo, con sus bucles negros como el carbón y suaves como la seda, deslizándose por su mejilla. Yo era un adorador de tinieblas, pues solo así se explica que escapará de la felicidad. En la mano sostengo mi único bien material, aquel que conservo y que he hecho cómplice de mi huida. La carta de amor que nunca llegué a entregarla, pues no me hallaba.
          No quiso presentarse de vacío y entre sus dedos colgaba deteriorada una carta, el único bien que poseía además de las andrajosas vestimentas. Con aquel escrito esperaba enmendar la dolorosa falta cometida por cobarde.

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