sábado, 19 de enero de 2013

La perversidad del paternalismo

Es fácil tratar de simplificar la visión ante determinada disyuntiva mediante una mera cuestión dialéctica que supone la elección del vaso medio lleno o medio vacío: tratar de dilucidar lo bueno y ventajoso de una determinada decisión frente a sus potenciales prejuicios. Por eso, dependiendo del punto de vista adoptado, la evolución, como un proceso biológico y cultural holístico, puede considerarse desde una vertiente positiva y esperanzadora, o bien puede considerarse como el cúmulo de una serie de inconvenientes resueltos con mayor o menor fortuna. Una tercera opción plantea una vía intermedia entre ambas corrientes, pusilánime y cobarde, que trata de apropiarse de los beneficios de ambas posturas sin llegar nunca a decantarse por una u otra. Por lo tanto, descartaremos por el momento esta opción.

 
A vueltas con una idea muy recurrente que centra muchas de mis cavilaciones, la evolución de la especie humana puede verse como un logro superior de la naturaleza o como la simple consecuencia de la cruel incapacidad, del hombre y la mujer, por cuestiones de igualdad, para afrontar por sus propios medios la adversidad del medio en el que tiene que desarrollar su triste y lastrada existencia. En el momento del parto, la cría humana (ridículamente conocida como bebé) está totalmente indefensa. Si el ejemplar hembra pariese a su retoño en medio de la sabana sin ningún tipo de protección, es más que evidente que sería pasto de las hienas. Es tal la indefensión de las crías humanas que ha sido necesario crear instituciones tales como la familia o la sociedad para promover la protección y el futuro de la especie por los siglos de los siglos.

 
 El paso de los años degeneró es un exceso de paternalismo. En cualquier definición que consultemos sobre este paternalismo podremos considerar un punto en común: su carácter en exceso peyorativo. El paternalismo es un término que ha superado el contexto de parentesco para copar y tomar otros ámbitos antes extraños, como la política, la cultura o la sociedad.
El paternalismo es fundamental para entender la diplomacia europea desde que los estados del viejo continente comprendieron la imperiosa necesidad de izar sus velas y buscar nuevas tierras. En esos parajes vírgenes los europeos podrían encontrar nuevos recursos que explotar y nuevos pueblos, tribus y gentes a los que adoctrinar mediante el ejercicio de un hipócrita paternalismo de imprevisibles consecuencias. La perversidad de un concepto maligno ha lastrado el desarrollo de millones y millones de seres humanos en todos los rincones del planeta, condenados a figurar en el censo de la población de tercera, cuarta o hasta quinta categoría sin derecho a ejercer su propia autonomía, ni siquiera la más básica. Bajo el yugo del paternalismo servil y mezquino, esas gentes han visto cercenadas las posibilidades de un potencial desarrollo que se ha visto oscurecido por el ánimo de lucro despiadado ejercido por sus supuestos benefactores occidentales. Un simple repaso al desarrollo histórico de todos aquellos pueblos sometidos a los designios de las potencias occidentales es suficiente para demostrar lo pernicioso de ese paternalismo mal entendido.

Ahora, enero de 2013, Occidente ha vuelto a hacer gala de ese paternalismo tan personal e intransferible. Tropas francesas avanzan hacia el norte de Mali, país enclavado en el corazón del Sahara, antigua colonia bajo las directrices de los caprichos parisinos. Europa, cuna de libertades, de constituciones y de democracias, entiende la diplomacia de una manera particular que se caracteriza por ese doble filo de la falsa moral y la hipocresía de sus actos. Las tropas francesas no llevan empotrados en sus unidades periodistas ni fotógrafos que den cuenta del desarrollo de los acontecimientos bélicos en el país africano. Es una costumbre muy europea, actuar a oscuras y por la espalda, aludiendo a una supuesta razón humanitaria para matar y herir, para expoliar y robar, saquear a países enteros en nombre de la libertad, la igualdad y la fraternidad (eso sí, la europea). Cada bala disparada se tiñe de cinismo cruel y asesino mientras el mundo aplaude y muestra su respaldo siempre y cuando se cumple el requisito de la falta de sangre y entrañas en nuestros medios de comunicación.

La historia, maldita y pendenciera, siempre se ceba con la víctima indefensa. De nuevo, el paternalismo ha afilado su filo y marcado el objetivo, salvaguardando los principios básicos que han construido ese Occidente libre, fraternal e igualitario.
 
Luis Pérez Armiño

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