Era un día despejado y el resplandor de la luna permitía
contemplar el firmamento en todo su esplendor. Habían tenido una gratificante
cena y padre e hijo decidieron, como colofón a tan placentera velada, salir a
contemplar la inmensidad del cosmos. Ambos permanecían en silencio deleitándose con
aquella majestuosa obra cuando el hijo decidió romper con la calma atraído por
un singular y hermoso grupo de estrellas que le evocaban la figura de un
delfín. Preguntó al padre acerca de tan extraña casualidad. El padre asintió y
le comentó que efectivamente era un delfín y le narró la siguiente historia:
Adornado por la gracia de Apolo, Arión se había convertido
en un notable poeta y músico. Originario de la isla de Lesbos, pasó muchos años
ofreciendo su arte en la corte de Periandro, rey de Corinto. Allí cosechó sus
mayores éxitos y se granjeó la refutada fama. Todos respetaban y admiraban a
Arión y eran pocos los que no quedaban admirados de la maestría que mostraba al
interpretar sus composiciones. Fue la fascinación que causaba la que llevó al artista a
tomar la determinación de mostrar a otras gentes el mayor tesoro que poseía, su
inspiración, y se embarcó rumbo a la Magna Grecia.
Al igual que sucedía en Corinto, los habitantes de la Magna Gracia
quedaron
maravillados del notorio talento de Arión. Supo sacar buen provecho de
ese don que Apolo le había concedido y amasó una cuantiosa fortuna.
Pasado un tiempo, y con las arcas repletas de riquezas,
el artista comenzó a añorar Corinto y decidió regresar. Al embarcarse en
el
puerto de Tarento cometió la imprudencia de hablar con ligereza,
alertando de la fortuna
que había adquirido
a cuantos quisieron escuchar. Movidos por la codicia, los tripulantes
resolvieron deshacerse del
infortunado arrojándolo al mar, dejando huérfano su caudal y dispuesto a
ser repartido. Pero Arión contaba con el favor de Apolo y la divinidad
se le presentó
en sueños advirtiéndole de las intenciones que tenían aquellos que le
acompañaban en el viaje. Al día siguiente se enfrentó a los verdugos y
les
rogó que antes de llevar a cabo su macabro plan dejaran que interpretara
una
pieza de despedida. Fueron condescendientes con la última voluntad del
músico y este
entonó una canción en un tono tan dulce y agudo que atrajo a un delfín.
Finalizada la soberbia composición fue él mismo el que se arrojó al mar,
aferrándose al lomo del cetáceo que le condujo a la costa de Laconia,
quedando el animal exahusto con su acto heroico y no teniendo fuerzas
suficientes para regresar al mar, feneció. Arión tomó rumbo a la morada
de
Periandro.
La
tripulación de la nave desconocía la milagrosa salvación de Arión y no
hubo sospecha alguna cuando al llegar a Corinto se les interrogó acerca
de la ausencia de músico; contestaron que al final había decidido
quedarse en Tarento. Periandro les hizo jurar la veracidad de esa
declaración y cuando hubieron
terminado hizo llamar a Arión, que se presentó ante ellos con las mismas
ropas que llevaba cuando se lanzó al mar. La
sorpresa entre los tripulantes fue enorme; peor fue aun el castigo que
recibieron. Periandro mandó construir un monumento en honor al delfín, a
su nobleza y valentía.
Cuando murió Arión, Apolo colocó su figura junto con la de
su salvador en el firmamento, dando lugar a la constelación del Delfín.
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