El calor de Pooltron City es insoportable. El sol es abrasador y
perfora los cráneos y ablanda los cerebros. El aire es irrespirable,
cargado de suciedad y olor a podredumbre. Cada paso se convierte en un
agotador suplicio, interminable, infinito. El mediodía se prolonga y
ocupa las tardes. La vida se reduce a susurros apagados en las sombras.
Nadie
sabía con exactitud cuándo se habían estropeado los sistemas de
refrigeración en Public Felt Paper Co. Solo en determinados despachos,
los que disponían de sus propios aparatos de aire acondicionado
individuales, se respiraba un ambiente fresco y sano. El resto de la
atmósfera de la fábrica era enfermizo y pegajoso. El calor de la
maquinaria a pleno funcionamiento, la respiración jadeante de cientos de
operarios, el sudor acumulado y el esfuerzo continuo. Una bruma
perniciosa se levantaba sobre las cadenas de producción. La luz que se
filtraba a través de los pequeños ventanales dejaba ver las extrañas
comparsas de las partículas de polvo y suciedad en suspensión. Un
afanado trabajador se limpiaba el sudor de la frente con el brazo e
inhalaba una bocanada profunda y angustiada de ese aire enfermizo.
En
verano los niveles de conflictividad de la Public Felt Paper Co. en su
delegación regional de Pooltron City se disparaban. El más mínimo roce
se convertía en motivo de luchas interminables y pendencieras. En las
largas cadenas de montaje los hombres y mujeres se hacinaban en
minúsculos puestos de responsabilidad bajo la orden de una tediosa y
repetitiva actividad. El movimiento cansino y la temperatura asfixiante
convertían el trabajo en un suplicio que se prolongaba durante horas y
horas. Un mal gesto, un paso mal calculado o un pequeño despiste podían
provocar un ligero roce con el compañero o la compañera de turno.
Inmediatamente, los implicados se envolvían en un peligroso cruce de
miradas llenas de odio y resentimiento. Llegar a la violencia carnal y
despiadada era un paso más en la escala evolutiva de la conflictividad
laboral de la empresa.
El reloj marcaba las cuatro en
punto de la tarde. La peor hora del día en Public Felt Paper Co. Los
grandes tejados de chapa ondulada se habían colocado de forma
apresurada. En invierno el frío era insoportable y agarrotaba las manos;
durante las primaveras y los otoños el viento se convierte en una
amenaza; y en el verano toda la sala era una agobiante y sudorosa sauna
donde se hacinaban los cuerpos sucios y malolientes de los trabajadores.
Lenny se afanaba en su trabajo con evidente desgana. Una
sucesión monótona y constantemente repetitiva de gestos aprendidos como
un autómata. Desde que ocupaba su puesto desarrollaba esa ridícula
coreografía laboral como una máquina bien engrasada. Empezando desde el
principio para acabar en el final. Sus días se repetían uno detrás de
otro. En verano la tarea se volvía fastidiosa. El sudor se escurría por
su frente y resbalaba por sus mechones pelirrojos cayendo pesados sobre
el suelo, donde inmediatamente se evaporaban. El mono de trabajo se
pegaba a su cuerpo y se amoldaba a sus formas. El sudor le molestaba en
los ojos y un nuevo paso de baile se incorporaba a sus movimientos:
el brazo limpiando su vista para poder continuar su trabajo. Odiaba su
trabajo. Pero cumplía de forma escrupulosa con su tarea.
En
torno a las cuatro de la tarde, la peor hora del día en la fábrica, el
momento de más calor, un escalofrío gélido recorrió el espinazo de
Lenny. Por un momento, se quedó paralizado mientras los cartones se
amontonaban justa delante de su cara. La máquina seguía su curso. Pero
las manos de Lenny no respondían. El sudor de su frente se volvió frío y
viscoso. Un agudo dolor oprimía con fuerza su pecho y su cabeza se
convirtió en un remolino sin sentido. Algo sucedía.
Luis Pérez Armiño
No hay comentarios:
Publicar un comentario