jueves, 31 de enero de 2013

Nada nuevo bajo el sol. El arte sumerio

 




Gudea de Lagash - c.2120 a.C. Museo del Louvre
Fotografía: Marie - Lan Nguyen - Fuente
           La historia puede ser sumamente monótona. Simplemente se dan ligeras variaciones formales que suelen pivotar en torno a unas mismas estructuras cuyos orígenes se pueden rastrear en las profundidades del tiempo. CaixaForum, primero en Barcelona y el año que viene en su sede de Madrid, presenta la exposición Antes del diluvio. Mesopotamia 3500 – 2100 a.C. Una interesante propuesta que representa el fruto de cinco intensos años de trabajo para tratar de describir la esencia de la cultura mesopotámica en los albores de la civilización, sus avances y su huella, indeleble, en nuestra actual configuración social y cultural. Desde los grandes logros de la cultura sumeria, si podemos emplear ese término con propiedad, hasta la actual visión que mantenemos de esa antigua civilización que abrió las puertas de la historia en una región tremendamente rica, especialmente hostil.
           El sur del actual Irak tuvo el dudoso privilegio de albergar el nacimiento de la civilización tal y como hoy la conocemos. La historia tuvo el capricho de nacer en las fértiles tierras bañadas por dos ríos cuyo nombre rememora mitos y leyendas sobre los inicios de los tiempos: el Tigris y el Éufrates. En ese espacio privilegiado surgieron las primeras ciudades, la agricultura, y el consiguiente comercio y el sistema de clases, los primeros sistemas de monopolio de poder, y la escritura como un instrumento básico en la ordenación de las diferentes estructuras de dominación humana. De hecho, de forma tal vez pretenciosa, algunos consideran que en aquella región de Oriente próximo el hombre, y la mujer, decidieron separarse de la naturaleza e iniciar esa vertiginosa carrera civilizatoria de la que hoy somos nosotros un eslabón más de una larga cadena de la que sabemos el origen, con muchas dudas, y del que desconocemos por completo el final. 
Relieve votivo de Ur - Nanshe, 2550 - 2500 a.C. - Museo del Louvre
Fotografía: Jastrow - Fuente
           En ese contexto, un pueblo hace acto de presencia, los sumerios. Sin embargo, las dudas ante la entidad de tal “pueblo” son hoy una constante en el debate historiográfico: hasta qué punto podemos considerar la existencia de una cultura con toda la entidad del término que podríamos denominar “sumeria”; o simplemente nos encontramos ante el invento de la arqueología europea decimonónica y de principios del siglo XX deseosa de “crear” y encumbrar un pueblo no semítico al que atribuir los grandes logros de la civilización que alcanzarían su culmen en la Europa burguesa, industrial y capitalis
           Pese a todas las dudas, sí existe constancia de un desarrollo cultural, en el sentido de la existencia de un patrimonio material que podríamos juzgar desde el punto de vista estético. Tomando en cuenta las conclusiones de Álvaro Cruz García podemos considerar dos formas artísticas que han perdurado hasta nosotros: un arte oficial, ligado de forma estrecha a los círculos sociales dominantes, el binomio establecido gobernante – sacerdote. Se trata de un arte inmutable, hierático y de profunda solemnidad, destinado a repetir sus formas y fórmulas por los siglos de los siglos. Es el caso del famoso rey Gudea que alberga al Louvre, fechada en torno al 2120 a.C.: una figurilla compacta en la que asoma un afable rostro de grandes ojos almendrados que desafía al paso del tiempo, con sus brazos descansando sobre el faldallín finamente labrado con caracteres cuneiformes, otro de los grandes logros culturales de los sumerios; y un arte más personal, por ejemplo representado a través de los ricos sellos – cilindros de los que han llegado a nuestros museos una cantidad importante que nos hablan de la capacidad artística de los artesanos sumerios.


Soldados de EE.UU. visitan el zigurat de Ur
Fotografía: The US Army - Fuente
           Sin embargo, las peculiaridades geográficas han determinado el conocimiento poco exacto de esta cultura en la actualidad. Ya no se trata únicamente de las dificultades derivadas de la geopolítica del horror que suele campar a sus anchas por estas tierras. La cuestión principal que ha determinado la escasa conservación material de restos de este periodo histórico deriva de los propios materiales empleados por los sumerios y demás, excesivamente frágiles para soportar el paso del tiempo. Apenas queda constancia de una arquitectura que permita crear un corpus exacto: lo más espectacular, los grandes zigurats, esas torres escalonadas que trataban de levantarse hacia el cielo y en cuya cúspide el dios vigilaba los destinos del hombre.
 
Luis Pérez Armiño

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