Blasco
Ibáñez narraba la intensa carrera de un joven aspirante a política en su novela
Entre naranjos. En realidad, la trama
central obedece más bien a un folletín amoroso en el que se entrecruzan destinos
predeterminados y en el que ese joven, cuya aspiración más elevada pasaba por
la de ocupar un escaño en las cortes madrileñas, era mero peón de los avatares
y caprichos de las pasiones amorosas. Su romance con aquella estrella, algo
apagada, del mundo lírico no llegó a buen puerto y, quizá por ello, dejó en
nuestro protagonista un mal regusto que le acompañó a lo largo de su triste y
oscura carrera política. Desde la tribuna de invitados, la mujer en cuestión,
haciendo gala de esas bellezas imperecederas, observaba divertida la primera y
ansiada intervención de nuestro hombre ante sus colegas parlamentarios.
Discurso bien aprendido, pensado hasta el detalle y meditado hasta la saciedad.
Primera característica
del sistema político español
Es
necesario establecer un breve repaso, sumario y conciso, sobre la historia
constitucional de España. Y no puede afirmarse que sea ésta democrática. Ni
siquiera los últimos años tras el proceso de transición iniciado con la muerte
del último dictador allá por el año 1975. Decimos bien al afirmar que la
principal característica de esta historia es que es, ante todo, constitucional
pero no democrática. Desde la entrada violenta y fogosa de España en la
modernidad contemporánea, nuestro devenir histórico se ha establecido en base a
los diferentes momentos constitucionales, alternados por generales y espadones
en exceso autoritarios. Pero en esos doscientos años no se puede referir a
ningún momento como democrático, excepto puntuales episodios embrionarios,
meros ensayos en un “ver qué sucede”.
La España moderna se acota en base a constituciones que pretenden regir los
destinos universales de sus súbditos y sólo desaparecen tras procesos que
suelen caracterizarse siempre como violentos. De hecho, estas constituciones,
como la aún vigente, suelen ser extremadamente rígidas e inamovibles.
Segunda característica
del sistema político español
Nuestro
sistema político es endogámico, basado en una ordenación de tipo parental.
Desde tiempos inmemoriales se han ido sucediendo las castas políticas que han
ocupado el poder. Desde aquellas grandiosas familias terratenientes, poderosas
y temibles, que ostentaban sus dominios a golpe de talonario en esa España
rural e inculta del XIX, a las nuevas generaciones que se aferran con garras de
acero a sus poltronas y atesoran las prebendas públicas, apenas hemos notado
diferencias. De hecho, podríamos establecer complicadas genealogías políticas y
mandatarias en las que los apellidos se cruzan y entrecruzan, y no dudan en atravesar
una y otra vez el simplista y dual sistema político español.
Tercera característica
del sistema político español
Ante
todo, si algo define a la casta política española es la corrupción siempre
presente. Es indiferente la procedencia o el color político; ni siquiera es un
asunto que distinga cuestiones de género, raza o edad. La política española es corrupta
por definición. Nunca prima el verdadero servicio público que debe determinar
el quehacer diario del político por vocación; todo se mueve en torno a oscuros intereses
económicos en lo que lo único que interesa es el beneficio personal. Los
políticos españoles no dudan en enriquecerse de mil y una maneras. Parecen no
contentarse con sus ya abultadas nóminas, dietas y demás prebendas derivadas de
su cargo y precisan enlodarse hasta el cuello para tratar de arañar el oro del
fondo del pozo de las tramas curruptas. Eso sí, siempre con nocturnidad y
alevosía.
Son
ellos, los que se enriquecen, los que exigen a los demás, a los pauperizados
electores, que se rasquen los bolsillos y que acepten los sufrimientos
presentes y futuros en nombre de un estado del bienestar que ellos, los
políticos, han dinamitado desde sus cimientos. Y el que no acepte con
resignación e, incluso, agradecido, sufrirá la condena perpetua a manos de los esbirros que atacan al pueblo
en nombre de la jerarquía mal entendida y la superioridad mal asumida que
otorga un uniforme sucio, indigno y vergonzante. En definitiva, esta es España.
Luis
Pérez Armiño
Excelente Luis, cada día te superas.
ResponderEliminarMuchas gracias, Andrés
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