Vivimos
tiempos apocalípticos. A pesar de muchos bien pensantes y supuestos científicos
que esgrimen razones sin peso ni fondo para tratar de suavizar el dolor, nuestra
sociedad gusta de sentir ese frágil equilibrio del que se tambalea por la
cuerda floja entre el ser y el no ser, por hacernos algo literarios. Y las
noticias parecen confirmar todos los temores que nos acechan desde aquel
fatídico pero también fallido efecto dos mil. No sólo nos ha dimitido un Papa,
algo que no sucedía desde hacía algo más de medio milenio; encima, para más
INRI, nos despertamos con inquietantes noticias que nos hablan de una cantidad
ingente de rusos heridos por la caída de meteoritos y demás eventos cósmicos de
mortalidad imprevisible; además un esteroide de magnitudes sospechosamente
parecidas a un campo de fútbol (o una piscina olímpica, según las fuentes) nos
acecha amenazante rozando nuestro débil e indefenso planeta. El culmen de este
paroxismo destructivo y aniquilador se alcanzó cuando en la inauguración de
ARCO un/una visitante golpeó y dañó una de las obras expuestas, en concreto de
Bernardí Roig. Si esto no es el final del mundo, que baje Dios y lo vea.
Respecto
a las cuestiones extraplanetarias no creo conveniente detenerse lo más mínimo.
Al fin y al cabo, en muchas otras ocasiones, hemos comentado ese extraña
atracción por lo apocalíptico que siente la especie humana. Para ampliar
información, el lector interesado puede remitirse a mis muchas reflexiones
sobre el vértigo humano, tan humano, frente a lo infinito e insondable.
Respecto
a la escultura de Bernardí Roig, nuestro más profundo pesar. Sobre todo, el
pesar del pobre o de la pobre que dañó la obra en cuestión, valorada
superficialmente en torno a los cincuenta y cinco mil euros. Evidentemente,
ahora se pondrá en marcha un complejo proceso en el que han de intervenir
expositores, aseguradoras, el propio artista y demás interesados con o sin
intereses económicos implícitos en este accidente. No es precisamente Bernardí
Roig plato de mi gusto ni encuentro de especial interés su obra. Al fin y al
cabo son seres blanquecinos y gesticulantes, muchas veces meditativos y
concienzudamente observadores, con un haz de luz en alguna parte inverosímil de
su cuerpo. Pero no me dicen absolutamente nada más. Quién desee más información
en torno a la trayectoria artística de Bernardí Roig puede acercarse al Museo
Lázaro Galdiano de Madrid o leer alguna de mis apasionantes pseudo – críticas
artísticas.
Puede
suponer un mayor interés ahondar en el significado profundo de la obra de Roig.
El propio artista, algo muy común en la creación contemporánea, no duda en
escribir y sobrescribir sobre el significado último de sus espectrales
esculturas. De hecho, el arte actual sería prácticamente incomprensible si los
propios artistas no se empeñasen en explicar su sentido de alguna manera. Hace
relativamente poco, un tipo llamado artista se empeñó, insistió, berreó y
pataleó por encerrarse en un estrecho e incómodo zulo para recrear el secuestro
de Ortega Lara. Bajo la denominación genérica de arte, el personaje en cuestión
dejó crecer su larga barba (no sabemos sin por obtener mayor realismo en la
performance o por mera cuestión estilística hipster) y se enfrentó contra
viento y marea afrontando con férrea dignidad las críticas de todos aquellos
que consideraban su payasada una simple provocación publicitaria más que una
manifestación artística.
Es
aquí donde finalizo y enlazo con la sorprendente dimisión papal de los últimos
días. En el nuevo proceso milenarista, ese que se extiende desde el final de la
historia hasta el caos que ha caracterizado la primera década de la nueva era,
el símbolo ha sufrido un proceso de desvirtuación similar al de muchos otros
valores que definen la especie humana. El símbolo durante mucho tiempo, durante
su larga historia, se convirtió en uno de los elementos definidores de la especie. Incluso ,
algún atrevido se aventuró a lanzar arriesgadas hipótesis que establecían un
nexo indisoluble entre la capacidad destructora del ser humano moderno y el uso
adecuado de la simbología propia de su entendimiento. Sin embargo, en los
últimos tiempos el símbolo apenas encierra otros significados que no sean los
meramente provocadores. Ya no existen símbolos cargados de significados, de
significantes y de mensajes sólo aptos para los iniciados. El símbolo se ha
devaluado hasta convertirse en mera provocación, más atenta al vómito que puede
generar que al mensaje que es capaz de transmitir.
Luis
Pérez Armiño
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