sábado, 16 de febrero de 2013

Cucharadas a la fuerza

          Vivimos tiempos apocalípticos. A pesar de muchos bien pensantes y supuestos científicos que esgrimen razones sin peso ni fondo para tratar de suavizar el dolor, nuestra sociedad gusta de sentir ese frágil equilibrio del que se tambalea por la cuerda floja entre el ser y el no ser, por hacernos algo literarios. Y las noticias parecen confirmar todos los temores que nos acechan desde aquel fatídico pero también fallido efecto dos mil. No sólo nos ha dimitido un Papa, algo que no sucedía desde hacía algo más de medio milenio; encima, para más INRI, nos despertamos con inquietantes noticias que nos hablan de una cantidad ingente de rusos heridos por la caída de meteoritos y demás eventos cósmicos de mortalidad imprevisible; además un esteroide de magnitudes sospechosamente parecidas a un campo de fútbol (o una piscina olímpica, según las fuentes) nos acecha amenazante rozando nuestro débil e indefenso planeta. El culmen de este paroxismo destructivo y aniquilador se alcanzó cuando en la inauguración de ARCO un/una visitante golpeó y dañó una de las obras expuestas, en concreto de Bernardí Roig. Si esto no es el final del mundo, que baje Dios y lo vea.
           Respecto a las cuestiones extraplanetarias no creo conveniente detenerse lo más mínimo. Al fin y al cabo, en muchas otras ocasiones, hemos comentado ese extraña atracción por lo apocalíptico que siente la especie humana. Para ampliar información, el lector interesado puede remitirse a mis muchas reflexiones sobre el vértigo humano, tan humano, frente a lo infinito e insondable.
           Respecto a la escultura de Bernardí Roig, nuestro más profundo pesar. Sobre todo, el pesar del pobre o de la pobre que dañó la obra en cuestión, valorada superficialmente en torno a los cincuenta y cinco mil euros. Evidentemente, ahora se pondrá en marcha un complejo proceso en el que han de intervenir expositores, aseguradoras, el propio artista y demás interesados con o sin intereses económicos implícitos en este accidente. No es precisamente Bernardí Roig plato de mi gusto ni encuentro de especial interés su obra. Al fin y al cabo son seres blanquecinos y gesticulantes, muchas veces meditativos y concienzudamente observadores, con un haz de luz en alguna parte inverosímil de su cuerpo. Pero no me dicen absolutamente nada más. Quién desee más información en torno a la trayectoria artística de Bernardí Roig puede acercarse al Museo Lázaro Galdiano de Madrid o leer alguna de mis apasionantes pseudo – críticas artísticas.
           Puede suponer un mayor interés ahondar en el significado profundo de la obra de Roig. El propio artista, algo muy común en la creación contemporánea, no duda en escribir y sobrescribir sobre el significado último de sus espectrales esculturas. De hecho, el arte actual sería prácticamente incomprensible si los propios artistas no se empeñasen en explicar su sentido de alguna manera. Hace relativamente poco, un tipo llamado artista se empeñó, insistió, berreó y pataleó por encerrarse en un estrecho e incómodo zulo para recrear el secuestro de Ortega Lara. Bajo la denominación genérica de arte, el personaje en cuestión dejó crecer su larga barba (no sabemos sin por obtener mayor realismo en la performance o por mera cuestión estilística hipster) y se enfrentó contra viento y marea afrontando con férrea dignidad las críticas de todos aquellos que consideraban su payasada una simple provocación publicitaria más que una manifestación artística.
            Es aquí donde finalizo y enlazo con la sorprendente dimisión papal de los últimos días. En el nuevo proceso milenarista, ese que se extiende desde el final de la historia hasta el caos que ha caracterizado la primera década de la nueva era, el símbolo ha sufrido un proceso de desvirtuación similar al de muchos otros valores que definen la especie humana. El símbolo durante mucho tiempo, durante su larga historia, se convirtió en uno de los elementos definidores de la especie. Incluso, algún atrevido se aventuró a lanzar arriesgadas hipótesis que establecían un nexo indisoluble entre la capacidad destructora del ser humano moderno y el uso adecuado de la simbología propia de su entendimiento. Sin embargo, en los últimos tiempos el símbolo apenas encierra otros significados que no sean los meramente provocadores. Ya no existen símbolos cargados de significados, de significantes y de mensajes sólo aptos para los iniciados. El símbolo se ha devaluado hasta convertirse en mera provocación, más atenta al vómito que puede generar que al mensaje que es capaz de transmitir.

Luis Pérez Armiño

No hay comentarios:

Publicar un comentario