miércoles, 13 de febrero de 2013

La huerta de Tafrasio

           A veces, cómo enseñaba Platón a través del mito de la caverna, sólo vemos la sombra de la realidad. Un mundo tan ilegítimo como creíble y siempre una opción más cómoda y menos dura que enfrentarse a la verdad, que siempre hiere. Optar por el camino más corto nos condena a una, no siempre, feliz ignorancia. Atendiendo a esa cortesía, que se me vuelve necesidad, hoy te visito por el camino largo y pedregoso, por ese que te hace llegar magullado. Rompo con la vana ignorancia e incomprensión que hemos tenido para con nosotros. A ti, mí siempre amigo, está dedicado éste, mi llanto de sinceridad. Con ello me despojo del manto de orgullo, desprecio mi terquedad, liberándome de prejuicios y poniendo mis sentimientos en tus manos, pues te aseguro que ni el tiempo más cruel, que por largo que se hiciese, ha sido capaz de arrancarme los momentos contigo.
           ¿Qué nos ha sucedido entonces? Yo recordaba tiempos despreocupados, pequeños conflictos solventados con una sonrisa. ¿Dónde se perdió aquello? Si a esto llaman madurar, pues niño quede eternamente. Como si un aurea de despropósitos nos invadiera, parece ser que aquello, antaño insignificante, ha tomado con el tiempo un significado garrafal y macabro incidiendo con tal fuerza que ha erosionado nuestra frescura y descaro. ¿Tan mayores nos hemos hecho?, o, quizás, no nos dábamos cuenta de lo importante que era todo. Es por ello, mi fiel amigo, que en tal situación he decidido despojarme de mi vanidad, esa que ha favorecido nuestro escenario actual, para hablar el primero, aunque sea para preguntarte… Es cierto que es muy egoísta por mi parte dirigirme a ti para que me expliques, después de tanto tiempo, la razón de esta nostalgia que sufre aquel que un día fue rico y hoy es miserable.
           Te mentiría si te dijese que me acuerdo de ti a todas horas. Pero es cierto que esos momentos tan míos, aquellos de los que me despojo de la banalidad exterior, caigo víctima de mis recuerdos, donde de cuando en vez acudes sereno, como siempre fuiste, a sosegar mi locura. Aunque protestona y "un pelín" cascarrabias, cuánto he añorado esa presencia. No ha sido fácil romper mi hermetismo, ni mi injusta, pero humana, frialdad para hacerte retomar memoria de ese pasado que quieres olvidar, pues también te castiga. Quizás ya no nos merezcamos el uno al otro, pero sí que es cierto, en atención a lo que hemos vivido juntos, que nos merecemos una explicación. Es un despropósito que hallamos cargado al tiempo nuestra responsabilidad y me cuesta admitir que nos dejáramos seducir por el equívoco de la incomunicación. Lo único que tengo claro es que no hemos sido capaces de ponernos cara a cara y preguntarnos… ¿Qué nos ha pasado?
           Es el día de hoy que nos vemos de “pascuas a ramos”, mirándonos en ocasiones como desconocidos, con la fría y extraña sensación de forzar la conversación. Yo me excuso en que has cambiado, tú, sin embargo, estoy seguro de que piensas que hemos madurado. Lo cierto es que recogemos los despedazados restos de una relación todavía inconclusa, ¡sí!, ¡inconclusa!, pues no te quepa duda que no es fácil acabar con aquello que has venerado durante tanto tiempo. Por mucho que cambie la vida, nunca será en segundas ni terceras personas lo que en primera ha sido. Por todo ello renuncio al siempre socorrido cinismo, a mí insulsa suficiencia y afronto la cobardía con el arma que mejor manejo, mis “papelajos”.
           Te imagino leyendo estas líneas con esa inexpresiva muesca en tus labios, gesto de aparente desdén, que sólo aquellos que te conocemos interpretamos como una cariñosa sonrisa. Reclamo la atención de esa increíble sensibilidad que te obstinas por ocultar y para ello desnudo mi alma, que bien conoces, más te vuelvo a presentar, a la espera de que recojas el guante. Mientras seguiré labrando mis inquietudes en la Huerta de Tafrasio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario