William Blake reinterpreta de una forma totalmente novedosa un tema tan manido en la pintura de carácter religioso como es el de “La
escalera de Jacob”.
Según los hechos bíblicos, Jacob, hijo de Isaac, huyó de su casa
temiendo la venganza de su hermano Esaú. En el camino, decidió descansar
recostando su cabeza sobre una piedra. Entonces tuvo una visión en
sueños: una escalera por la que ascendían y descendían ángeles y en cuya
cúspide se encontraba Dios. El arte prestó especial atención a esta
escena, pero nadie lo había hecho nunca así. William Blake puso todo su
peculiar lenguaje estilístico, formal y técnico para trasgredir la
representación habitual, retorciendo la escala hasta convertirla en una
escalera de caracol que ascendía hasta un radiante sol y por la que
circulan estilizados y vaporosos ángeles. Para Blake, el arte era ante
todo imaginación y su papel era trascender el espacio de los sentidos
para mostrarnos el mundo del espíritu, como nos recuerda Javier García
Blanco en su artículo “El genio visionario de William Blake” (Arte Secreto).
La escalera de Jacob, c.1800, William Blake British Museum, Londres - Fuente |
Blake
es un peculiar artista en un momento concreto de la cultura inglesa de
finales del siglo XVIII y principios del XIX. Europa vive el nacimiento
de la modernidad y la ciencia empieza a dar sus primeros pasos
resolviendo situar al hombre en su justo papel dentro del complejo de la
naturaleza en fiera competencia con un misticismo histriónico y
delirante muy de moda entonces. En el campo de las ciencias humanas, los
filósofos empiezan a plantear críticas hacia el orden social que
consideran como un producto renovable y mejorable. Toda Europa sufre las
convulsiones de un París donde un rey o los aristócratas mueren en la
guillotina y las ideas que hablan de libertad, igualdad y fraternidad,
empiezan a traspasar las fronteras haciendo temblar los cimientos de las
sociedades despóticas y feudales de la vieja Europa. En
este contexto, Inglaterra ha vivido una mayor tradición de
parlamentarismo y ha sido capaz, hace tiempo, de escapar de los férreos
dogmas del catolicismo. Ello no ha impedido que nazca una sociedad
burguesa donde confluyen esos recientes ideales liberales con fanatismos
religiosos y/o bíblicos y un especial pundonor que sentaría las bases
de esa cierta hipocresía y doble moral que sería tan característica de
la sociedad inglesa del XIX.
Nabucodonosor, 1795, William Blake Tate Gallery, Londres - Fuente |
Blake
nace en el seno de una familia relacionada con corrientes religiosas de
cierto fanatismo basadas en interpretaciones literales y excesivas de
los textos bíblicos. Sin embargo, su educación disfruto de los
privilegios de la excesiva laxitud de sus padres respecto a los
caprichos y extravagancias del joven Blake. De hecho, se convirtió en
ferviente defensor de las esperanzas surgidas tras los movimientos
revolucionarios francés y americano. Ya desde pequeño afirmaba tener
visiones en las que se aparecían seres divinos y otros entes
espirituales que, en ocasiones, le indicaban como desarrollarse en la
labor artística. Blake, a partir de estas visiones, supuestas o
“reales”, fue un artista capaz de crear todo un mundo visionario y de un
peculiar misticismo muy personal que trasladó a sus obras artísticas y a
su poesía. La mayoría de los especialistas en el inglés coinciden en
apuntar la necesaria e inseparable visión de conjunto que ofrecen la
obra de Blake.
Su
arte obedece a unas formas muy peculiares que van desarrollándose de
acuerdo a sus preferencias y su formación. Gran admirador del clasicismo
bajo su peculiar óptica, sus figuras recuerdan las musculaturas
potentes de un Miguel Ángel, al igual que las contorsionadas posturas
que toman sus personajes. Por otra parte, la paleta tonal que elige es
muy característica, siempre con unos tonos cálidos que contribuyen a
crear esas escenas irreales donde parece que las figuras se funden con
los fondos incidiendo en lo visionario del escenario. Todos estos
recursos se ponen al servicio de los paisajes oníricos que crea para
ilustrar episodios bíblicos o de los libros de la antigüedad que leía,
creando un universo propio y muy personal, tanto que no logró el
merecido reconocimiento en su vida y debería esperar a ser recuperada su
obra, una vez muerto, por parte de los simbolistas y los románticos del
XIX.
Luis Pérez Armiño
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