Tú que nos abrazaste, nos acunaste, nos diste de comer
cuando teníamos hambre, pero siempre enseñándonos lo duro de este regalo que
nos hiciste, la vida. No quiero que pienses que nos revelamos contra ti, tan
solo somos inconscientes. Hemos teñido de negro tu verde manto, hemos vestido de
negro humo el aire que tanto necesitamos. Hoy lloras con tus ácidas lágrimas,
te estremeces con nuestra obra macabra y como estamos a ti tan apegados, cuando
tiemblas nosotros temblamos. Tus sacudidas son nuestras, también sufrimos y
lloramos.
¿Cuánta maldad hemos vertido para que pierdas la fe en
nosotros y nos envíes a Hades? ¿Cuántas
lecciones habrás de darnos para que entendamos que no todo es nuestro y que no podemos
apropiarnos de lo ajeno?
Te
encerramos tras el Tártaro, ocupamos tus dominios, subyugamos
al resto de tus vástagos y laceramos tu
obra. Madre, como decirte que seguimos siendo tus hijos, que lo hicimos
en un
acto de ignorancia y de estúpida vanidad. Con nuestro orgullo, con
nuestras
ansias de poder, hemos conseguido que reniegues de ese hedor a humano
que te
atenaza. Quítanos la venda de los ojos, si con ello nos curamos ¿Cómo
pedirte
que nos perdones, sin aprender de nuestros fallos? Yo te lo imploro,
pues en el fondo de nuestro ser algún resquicio de bondad, permite
albergar la esperanza.
Una madre solo arremete contra su hijo para proteger al resto de sus vástagos, aquellos
a los que infligimos sufrimiento, tortura y vejación. Enséñanos Madre, estamos
perdidos. Dinos como desprendernos de nuestra arrogancia, del ansia de poder y
del materialismo exacerbado. Enséñanos a amar aquello que con ternura tú has
amado.
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