Circe, hija del sol, estaba poseída de una innata maldad.
Siempre tuvo gran interés por la magia y a ella se dedicó por completo para
ponerla al servicio de su perversidad. Acostumbraba todas las mañanas a
adentrarse en las montañas en busca de plantas venenosas; fabricando con ellas
al amparo de la noche mortales brebajes. Acompañaban a su crueldad la envidia y
la hipocresía, conformando una personalidad vil e infame que muchos habrían de
sufrir.
Fue el rey de los sármatas, enamorado profundamente de Circe,
uno de los que iban a probar en carne propia el sadismo de la hechicera. La pretendió
hasta desposarla, pero no era Circe ser que gustase de compartir el poder y con
uno de sus brebajes pronto se libró de él. Pero los sármatas no iban a permitir
ser gobernados por una magnicida y Circe tuvo que huir a la Magna Grecia,
asentándose en un promontorio del mar de Etruria.
¡Qué Poseidón librara a los incautos marineros de recalar en
esas malditas playas! En ese momento su suerte estaba echada. Seducidos por los
encantos del maléfico engendro, eran invitados a un convite cuyo ingrediente
principal transformaría a los infelices en manadas de bestias. Desposeídos de
la morfología, la malvada Circe procedía a desvalijarlos.
Quiso la casualidad en forma de tormenta o quizás,
posiblemente fuese así, por la acción de Poseidón, que llegase la nave de un astuto
guerrero de nombre Odiseo, que volvía de la cruenta guerra de Troya, a recalar
en la maldita costa. Mandó desembarcar parte de la tripulación desconociendo el
tormento que les esperaba. Como habría de suceder quedaron los desembarcados
convertidos en puercos tras el opíparo banquete. Solo se salvó Euríloco que
sorprendido de la extraña hospitalidad, sospechó desde un principio el engaño. No se adentró en el palacio con el resto, prefiriendo
retornar a la nave. Según llegó puso en antecedentes a Odiseo que sin dudarlo
saltó decidido a la playa y tomó el camino que conducía al palacio de la negra
Circe; mas fue parado en el trayecto por Hermes, heraldo de los dioses, quién
le dio una planta que habría de protegerle contra la magia de aquella malvada.
Así hubo de suceder que inmune a los brebajes de Circe,
Odiseo no sufrió mutación alguna y blandiendo un cuchillo la obligó a devolver
la antigua apariencia a sus guerreros. Enamorada de la bravura del guerrero
aqueo, tuvo este que yacer por un año con ella a cambio de transmutación y libertad
de sus hombres, bajo juramento por parte de la malvada de no urdir nuevas
trazas contra él y sus compañeros. Cumplido el año recordó a Circe su promesa y
partió de nuevo a su amada Ítaca.
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