A
pesar de lo que el título pueda indicar, no sería extraño que estuviésemos ante un
relato tan real como la vida misma. Y como decíamos en algún momento anterior,
no debemos ni podemos olvidar que el hombre es un lobo para el hombre. No
quiero imaginarme lo que puede llegar a ser respecto a otro ser humano que,
encima, tenga evidentes rasgos fisiológicos distintivos que le hagan
especialmente peculiar a nuestra concepción de lo que debe ser “humano”.
Recientemente,
el pasado 27 de julio, la agencia Europa Press difundía la
noticia sobre la participación de investigadores del Museo Nacional y Centro de
Investigación de Altamira en un proyecto que trataba de dilucidar cuestiones
cronológicas relativas a la presencia de poblaciones de neandertales en la península Ibérica.
Según las dataciones obtenidas mediante un complejísimo y
moderno procedimiento de análisis de carbono catorce mediante la aplicación de
la técnica de ultrafiltración, lo que permite disminuir considerablemente las
posibilidades de contaminación de la muestra, las cronologías asociadas al
neandertal en nuestro territorio han variado. Es decir, estos individuos
desaparecieron antes de lo que se consideraba hasta el momento, prácticamente cuando
hacían acto de presencia los primeros seres modernos en nuestro escenario. De
todas estas afirmaciones, una de las primeras conclusiones extraídas por los
investigadores es la relativa al acortamiento del periodo de convivencia entre
neandertales y sapiens sapiens. Todos son nuevos datos que tratan de arrojar
luz sobre uno de los puntos más controvertidos que en la actualidad todavía
persisten en la ciencia prehistórica: qué ocurrió con los neandertales.
Son
muchas y variadas, en algún punto disparatadas, las hipótesis planteadas por
los científicos, arqueólogos, antropólogos y prehistoriadores, sobre el enigma
neandertal. Para unos, los grupos poblacionales neandertales fueron masacrados
cruelmente en una guerra entre especies por los recién llegados sapiens sapiens
que disponían de una mayor capacidad destructiva debido al empleo de
herramientas y armas más sofisticadas que las empleadas por los pobladores
neandertales. Incluso, algunos visionarios afirman que la capacidad simbólica
del sapiens sapiens frente a un tosco neandertal se convertiría en un
instrumento adaptativo de primer orden que permitiría la supervivencia del
hombre moderno y la extinción del neandertal en dura competencia por los
recursos de un mismo ecosistema. Con cierto tinte fantasioso y más cercano al
género literario, hay quien sostiene que la capacidad para el engaño y la
mentira del homo sapiens sapiens fue crucial para acabar con los ingenuos
neandertales. Y, por último, se estima como probable una posible fusión entre
ambas poblaciones (algún resto “híbrido” se ha recuperado no sin cierta
polémica) de tal manera que el “gen neandertal” se haya diluido progresivamente
y todos tengamos un pequeño neandertal en nuestro interior.
De
todas estas teorías y otras muchas que circulan en círculos académicos y sobre
todo en los profanos, hay una que me parece especialmente plausible y
convincente teniendo en cuenta la bondad que caracteriza a nuestra naturaleza
humana. Sin duda, considero como la más acertada aquella que se refiere al
cruel exterminio del neandertal a manos de sedientos, sanguinarios y crueles
hombres modernos, extranjeros que se atrevían a profanar los territorios que
antes habían pertenecido al neandertal y a pasar a cuchillo de pedernal a todos
aquellos extraños seres, deformes, contrahechos y obscenos a sus ojos. Las
imágenes de rapiñas, violaciones, muerte y destrucción acompañarían la noble
marcha de nuestros antiguos congéneres, ocupando hábitats y ecosistemas que
antes habían sido explotados por aquellos animales inhumanos tan parecidos a
nosotros. Sin duda, podría tratarse de uno de los ejemplos más viles y
mezquinos de un genocidio premeditado y cuidadosamente planeado para ser
ejecutado de forma brutal, sin piedad.
¿Por
qué no? El ser humano se ha caracterizado a lo largo de su historia por la
eliminación y aniquilación del prójimo. Durante cientos de años, los pueblos se
han lanzado a guerrear contra otros pueblos con el único objetivo de
eliminarlos de la faz de la
tierra. En algunos casos, un visionario ha mandado a sus
huestes a masacrar al otro por ser diferente en algún rasgo racial, diferencia
sin fundamento científico ninguno, o por el mero hecho de ser eso precisamente,
el otro. No sería extraño pues que aquel antepasado nuestro, esos primeros
hombres modernos que empezaron a poblar la fría Europa, viesen
con sumo desagrado y repulsa a aquellos seres en cierto punto simiescos, con
ese parecido tan inquietante y perturbador. Conociendo el espíritu humano, puede
que con toda seguridad se lanzasen a su exterminio sin pensárselo dos veces.
Al
fin y al cabo, por muy sapiens sapiens que sean, son seres humanos.
Luis
Pérez Armiño
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