miércoles, 8 de agosto de 2012

El dios hombre

Fidóneo, había roto con los dioses. Nunca les había visto y no comprendía el porqué de tener que reverenciarse ante “algo” que no había tenido la consideración de mostrarse. Es ilógico conceder la existencia a una quimera, pensaba a menudo. Reorganizó su pensamiento bajo la doctrina de que la vida es corta y debía entregársela a mi mismo ¿Quién sabe si los dioses son más ciertos que las dotes voladoras de un pollino? 

Había tomado una decisión en la que debía mantenerse firme y para ello era preciso espantar todas aquellas dudas que siempre le quedan a uno sobre lo que hay tras la muerte. Dudas que suelen aparecer cuando la existencia de uno peligra, actuando innatamente como mecanismo de autoprotección. Pero debía de ser fuerte y afrontar la muerte con naturalidad, sin refugiarse en dioses ni en el más allá. A partir de ese momento no se volvería a ver a Fidóneo mostrar actitud alguna hacia los dioses. Renegó de la espiritualidad y se entregó, y nunca mejor dicho, en cuerpo y alma a rendirse culto a si mismo, con la intención de no provocar su “divina ira”. Él y solo él sería su dios, no rendiría más cuentas a algo intangible. 

Fidóneo era una persona querida por aquellos que le conocían, que por otro lado estaban perplejos con la decisión tomada por su amigo. Algunos pensaban que se había vuelto loco, otros, que tenía ganas de llamar la atención. Pero todos coincidían en el temor a las represalias por parte de los olímpicos. Pensaban que estaba ridiculizando a los dioses y estos no tolerarían que un mortal se mofara de semejante forma. No se puede luchar contra las fuerzas sobrehumanas y debían de hacer desistir a Fidóneo de su actitud si querían evitar que su vida tuviera un dramático desenlace.

Fue la celebración de las bodas de la hija de Mestiarte, estando todos reunidos, cuando se presentó la ocasión de abordar el asunto con el impío. Desde que tomó la decisión todos aquellos que le apreciaban se marcaron como objetivo enfrentarle el problema y hacerle desistir de la infamia. Deseaban el bien a su amigo y el bien no pasaba por retar a las divinidades.

-Mestiarte he de concederte merecida felicitación, este vino es propio de las bodegas de Baco-. Comentó un Fidóneo en cuyo rostro quedaba reflejada la satisfacción.

-Resulta novedoso volver a escuchar una evocación a las deidades por tu parte ¿Será que mi buen amigo ha recobrado la sensatez?, o simplemente desarrolla su burla en la imprecación-. Respondió un Mestiarte ironizando. 
  
-Tomas por vano mi discurso hasta que este se convierte en vano, es entonces cuando me concedes crédito. No tomes por ciertas las expresiones hechas. Si hay algo que te inquieta no lo dejes dentro, el desazón tiende a arraigar en la mente hasta torturarla, mejor sería que esputaras tu mal-.
 
Fidóneo mantenía una irritable calma ante la acometida de su buen amigo, pero era consciente del enfrentamiento que se avecinaba. Sabía que tarde o temprano iba a tener que enfrentar sus ideas con la conservadora postura de sus amigos. No tenía muy seguro como defender su autonomía pues amaba aquellos hombres y no quería ofenderlos, pero por otro lado tenía la imperiosa necesidad de sentirse libre.
 
-Mi buen Fidóneo, tu hilarante sentido del humor se aventura por caminos desconocidos y de insospechados riesgos. Grande es tu osadía, mayor que la sensatez. No son los olímpicos quienes se distingan por premiar la burla del hombre, a no ser que ese premio sea el viaje en la barca de Caronte-. 

Tomó la palabra Cilbideles, otro de los presentes. –No despiertes la cólera divina o sino deberás prepararte para sufrir las consecuencias-.
 
-Siempre arropado por la tragedia, Cibideles. No he oído queja alguna desde el Olimpo, quizás no se hallen. Lo asombrosamente cierto la permisibilidad divina que me ha consentido la barbarie que decís que cometo. No existe asunto alguno que niegue la situación actual o que implique modificación. Así pues descansad tranquilos y no os martiricéis, pues lo que me ha de suceder no pertenece a voluntad alguna-. 

Fidóneo sospechaba que no iba a ser tan fácil salir del paso sin ofender a alguien, pero su credibilidad no se podía permitir volver sus pasos hacia atrás. Consideraba la religión una majadería propia de ignaros y cobardes, pero no por ello pretendía que aquella idea se convirtiera en credo. Por encima de cualquier convencimiento estaba la libertad de pensamiento y el hecho de que no se le concediese ese honor le irritaba profundamente.

-La locura ha invadido tu sensatez. La ligereza de tu lengua solo es comparable a la barbarie que tus palabras producen. No hay prisa en el mundo de los inmortales, pero ten la certeza de que tarde o temprano se acordarán de ti-. Así le anotó Mióstenes, que también quiso participar.

-Abandonad vuestros temores y confiad en mis poderes divinos-, contestó un Fidóneo cada vez más hastiado. –Haré frente a cualquier fuerza sobrenatural que se atreva a contrariarme. Es más, les ordeno a las insulsas divinidades que se mantengan alejadas de mi persona. Las destierro de mi vida-.
 
Las palabras de Fidóneo conmocionaron a los presentes. El asombro, la perplejidad y el miedo se apoderaron del ambiente. Como buenos amigos habían buscado la salvación de Fidóneo, pero lejos de ello, consiguieron acrecentar su condena con la retahíla de injurias que había proferido. Tras un breve e incomodo silencio Mestiarte retomó la palabra.

-No sé que más puedo decirte sino que quedas advertido. Nosotros te queremos bien; razón por la que buscamos tu salvación. Si he de pedirte, en virtud a los años de amistad que nos alumbran, que recapacites. No se puede jugar a ser dios, ni se puede frivolizar con la inmortalidad. Lejos de ello tu absurdo te va a conducir con celeridad a la barca del viejo del Aqueronte. Espero que te regrese el raciocinio antes de que sea demasiado tarde-.

-No me juzgues por presuntuoso o descerebrado. Consciente soy de mi naturaleza humana. Cuando mis fuerzas flaqueen y me coja la eterna noche, con ella se irá también mi alma, pues cuerpo y alma no son entendibles el uno sin el otro. Mas mientras viva no verás divinidad alguna que adorne este mi cuerpo que la que estás viendo ahora. Mi mente guiará mis designios pues quiere crecer libre y así ha de hacerse. Solo puedo someterme a mis propias pretensiones-.
 
Así finalizó una improductiva conversación que trajo más dolor que soluciones. En los días siguientes la relación de Fidóneo con sus amigos se enfrió considerablemente. Pero el tiempo es mejor galeno conocido y condujo a la normalización de la situación. No se sabe muy bien si por que estos se acostumbraron a las excentricidades del otro o porque vieron que la vida seguía sin represalia alguna desde el Olimpo. Lo cierto es que las aguas volvieron a su cauce. Fidóneo murió de viejo, disfrutó de su egolatría y demostró que se podía vivir sin dioses.
 
Lo que todos desconocemos es si expió sus culpas en los reinos de Hades, o como el creía, simplemente desapareció.

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