sábado, 9 de febrero de 2013

Los orígenes del mundo

           ¿Qué relación se puede establecer entre la pintura francesa del siglo XIX, el Siglo de Oro español y la custodia de bienes culturales en los museos? En principio, es posible establecer infinitos nexos más que evidentes entre estos contenidos. Sin embargo, existe una relación fortuita que pretende explicar una misma concepción en torno a un asunto idéntico. Todo empezó una noche del siete de febrero de 2013. Una mujer, de edad indescriptible y aspecto insondable, paseaba su figura lánguida y mezquina por las salas de una sucursal del parisino Louvre en la ciudad francesa de Lens. Durante unos segundos se detiene ante La Libertad guiando al pueblo, obra icónica de Delacroix pintada en 1830 en honor a los revolucionarios que se levantaron contra la voluntad de Carlos X de suprimir el parlamento y restringir la libertad de prensa. Nuestra mujer se abalanza sobre el lienzo y con un rotulador indeleble escribe un críptico mensaje: AE911.
           Hasta el momento, la prensa no ha conseguido recabar más información que arroje algo de luz sobre la causa última de este acto vandálico contra el cuadro de Delacroix. En el amplio mundo del arte y su musealización, no son extraños estos ataques, aparentemente injustificados, contra obras de arte variadas. Por ejemplo, la famosa Venus del espejo de Velázquez fue salvajemente acuchillada a principios del siglo XX dentro del ambiente de tensión general que existió en la época en torno al papel de la mujer en una sociedad de fuerte raigambre masculina. La autora de las insidiosas cuchilladas, por cierto, fue condenada a seis meses de prisión. El peculiar desnudo velázqueño fue restaurado. 
           Otro titular que ha ocupado con cierta insistencia la prensa nacional e internacional ha sido un reciente descubrimiento fundamental para la historiografía artística. En este caso, nos referimos a una de las obras más perturbadoras e impactadas del arte pictórico decimonónico francés: El origen del mundo, de Courbet. Este pequeño lienzo en cuestión representó una novedosa y escandalosa aproximación al tema de la sexualidad y la feminidad, más considerando la mojigatería de la época y la doble moral que imperaba en los salones burgueses de la Europa del siglo XIX. Una explícita representación del sexo femenino, brutalmente real, descarnado y excesivamente visual. Podemos establecer una nueva analogía con la obra antes mencionada de Velázquez. En ambos casos, parece que ambos lienzos fueron concebidos para el disfrute particular y hogareño de sus poseedores. Tanto la Venus del espejo como este peculiar y sexualizado origen del mundo fueron creados para el gozo de unos pocos en los rincones más apartados y reservados, al amparo de miradas indiscretas y públicas.
            Llegados a este punto, es evidente el triángulo amoroso – estético que hemos establecido entre Delacroix, Courbet y Velázquez. Genialmente hemos hallado el puente que une de forma directa el revolucionario arte del siglo XIX francés con la genialidad del XVII español. Sin embargo, todavía queda en el tintero un aspecto que supondría el hermanamiento definitivo entre estos tres autores. Al parecer, recogen de nuevo las crónicas periodísticas, un individuo entregado al estudio y el análisis artístico del tal Courbert, habría podido descubrir que El origen del mundo sufrió un pudiente y recatado acto de vandalismo premeditado. Según recoge la prensa, este cuadro podría haber sido intencionalmente mutilado por motivos de decoro y vergüenza, aspecto éste en el que los expertos todavía discrepan.
           La violencia salvaje y cruel, sin sentido y obtusa, ciega e ilógica, se ha cebado en uno u otro momento sobre estos tres grandes lienzos, tan rotundos y revolucionarios en sus respectivos contextos. Parece que la desnudez, los pechos descubiertos exigiendo libertad, las insinuantes formas que nos dan la espalda o la frondosa sexualidad como origen y final de todo el Universo, reclaman la presencia enajenada del sujeto que no entra en razón y que blandiendo su arma, ya sea puñal o rotulador indeleble, pretende ocultar a la vista de los demás lo que a sus ojos es pernicioso o al menos no conveniente.


Luis Pérez Armiño

 

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