¿Qué
relación se puede establecer entre la pintura francesa del siglo XIX, el Siglo
de Oro español y la custodia de bienes culturales en los museos? En principio,
es posible establecer infinitos nexos más que evidentes entre estos contenidos.
Sin embargo, existe una relación fortuita que pretende explicar una misma
concepción en torno a un asunto idéntico. Todo empezó una noche del siete de
febrero de 2013. Una mujer, de edad indescriptible y aspecto insondable,
paseaba su figura lánguida y mezquina por las salas de una sucursal del
parisino Louvre en la ciudad francesa de Lens. Durante unos segundos se detiene
ante La Libertad guiando al pueblo,
obra icónica de Delacroix pintada en 1830 en honor a los revolucionarios que se
levantaron contra la voluntad de Carlos X de suprimir el parlamento y
restringir la libertad de prensa. Nuestra mujer se abalanza sobre el lienzo y
con un rotulador indeleble escribe un críptico mensaje: AE911.
Hasta
el momento, la prensa no ha conseguido recabar más información que arroje algo
de luz sobre la causa última de este acto vandálico contra el cuadro de
Delacroix. En el amplio mundo del arte y su musealización, no son extraños
estos ataques, aparentemente injustificados, contra obras de arte variadas. Por
ejemplo, la famosa Venus del espejo
de Velázquez fue salvajemente acuchillada a principios del siglo XX dentro del
ambiente de tensión general que existió en la época en torno al papel de la
mujer en una sociedad de fuerte raigambre masculina. La autora de las
insidiosas cuchilladas, por cierto, fue condenada a seis meses de prisión. El
peculiar desnudo velázqueño fue restaurado.
Otro
titular que ha ocupado con cierta insistencia la prensa nacional e
internacional ha sido un reciente descubrimiento fundamental para la
historiografía artística. En este caso, nos referimos a una de las obras más
perturbadoras e impactadas del arte pictórico decimonónico francés: El origen del mundo, de Courbet. Este
pequeño lienzo en cuestión representó una novedosa y escandalosa aproximación
al tema de la sexualidad y la feminidad, más considerando la mojigatería de la
época y la doble moral que imperaba en los salones burgueses de la Europa del
siglo XIX. Una explícita representación del sexo femenino, brutalmente real,
descarnado y excesivamente visual. Podemos establecer una nueva analogía con la
obra antes mencionada de Velázquez. En ambos casos, parece que ambos lienzos
fueron concebidos para el disfrute particular y hogareño de sus poseedores.
Tanto la Venus del espejo como este peculiar y sexualizado origen del mundo
fueron creados para el gozo de unos pocos en
los rincones más apartados y reservados, al amparo de miradas indiscretas y
públicas.
Llegados
a este punto, es evidente el triángulo amoroso – estético que hemos establecido
entre Delacroix, Courbet y Velázquez. Genialmente hemos hallado el puente que
une de forma directa el revolucionario arte del siglo XIX francés con la
genialidad del XVII español. Sin embargo, todavía queda en el tintero un
aspecto que supondría el hermanamiento definitivo entre estos tres autores. Al
parecer, recogen de nuevo las crónicas periodísticas, un individuo entregado al
estudio y el análisis artístico del tal Courbert, habría podido descubrir que El origen del mundo sufrió un pudiente y
recatado acto de vandalismo premeditado. Según recoge la prensa, este cuadro
podría haber sido intencionalmente mutilado por motivos de decoro y vergüenza, aspecto éste en el que
los expertos todavía discrepan.
La
violencia salvaje y cruel, sin sentido y obtusa, ciega e ilógica, se ha cebado
en uno u otro momento sobre estos tres grandes lienzos, tan rotundos y
revolucionarios en sus respectivos contextos. Parece que la desnudez, los
pechos descubiertos exigiendo libertad, las insinuantes formas que nos dan la
espalda o la frondosa sexualidad como origen y final de todo el Universo,
reclaman la presencia enajenada del sujeto que no entra en razón y que
blandiendo su arma, ya sea puñal o rotulador indeleble, pretende ocultar a la
vista de los demás lo que a sus ojos es pernicioso o al menos no conveniente.
Luis
Pérez Armiño
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