La paternidad es un hecho biológico. A día de hoy, en el sano y
jovial ejercicio de la reproducción humana se necesita de la
participación indispensable de un miembro varón, masculino, un hombre en
definitiva; y un miembro femenino, una hembra, o una mujer en
definitiva.
No creo necesario insistir en los diversos y
variados mecanismos que conducen al hecho reproductor como tal y que,
necesariamente, comienzan con un cortejo barroco y lleno de matices y
lujos, de sombras y luces, que caracteriza al ser humano. El macho de la
especie necesita de complejos bailes y de atributos de fuerte
componente erótico – sexual para mostrarse atractivo a la hembra. La
mujer dispone de toda una serie de mecanismos que atraen al elemento
masculino. En definitiva, se trata de una exhibición impúdica de las
capacidades reproductivas de unos y otros destinados a un único fin: la
reproducción.
En nuestra compleja estructura
sociocultural, la especia humana ha diseñado complejas redes y
mecanismos que tratan de perpetuar la existencia sine die de lo humano
sobre la faz de la Tierra. Asunto diferente sería considerar si la
Tierra se siente tan halagada con nuestra devastadora presencia. Esto
que parece resumir una visión simplista y en exceso reduccionista, al
modo del gen egoísta, esconde, sin embargo, cierta verdad. La
reproducción se constituye como un placentero mecanismo destinado a
perpetuar la especie en la naturaleza. De hecho, es un artilugio tan
eficaz que cualquier ser vivo, en sus más variadas formas, dispone de
los más diversos artificios para disfrutar de unas relaciones sexuales
plenas y, por lo tanto, reproductivas.
La paternidad,
por lo tanto, se puede afirmar que es un hecho social. En ese
laberíntico camino evolutivo de nuestra especie, determinadas fórmulas
sociales se articulan como poderosos mecanismos de supervivencia ante
las adversidades. Uno de los más primarios fue el de la familia. El
recurso a la sangre se convertía en uno de los lazos más fuertes que
podían facilitar la cohesión de un determinado grupo en el que se
incluyen un número indeterminado de individuos que mantienen entre sí
una relación de parentesco con sus diferentes grados. A partir de ahí,
se articulan las más variadas fórmulas y ensayos de organización social
más allá del mero compromiso familiar. ¿No existe, acaso, una sentencia
que afirma que si no te casas fuera seguramente te comerán fuera?
A
la paternidad, entendida como un hecho social y cultural, pleno de
simbolismo, se le supone una serie de privilegios, de derechos y de
obligaciones. En este caso, me interesa más la serie de obligaciones que
la relación parental de la paternidad implica, como el sostenimiento de
la prole hasta que ésta pueda valerse por sí misma.
El
paternalismo es asunto distinto. Porque ante todo en el paternalismo,
una suerte de doctrina no escrita, no media ningún componente biológico.
El Diccionario de la Real Academia define el paternalismo como la
tendencia a aplicar las formas de autoridad y protección propias del
padre en la familia
tradicional a relaciones sociales de otro tipo: políticas, laborales, etc. Es decir, que se entiende en esta actitud la existencia de un factor
fundamental: por un lado, la práctica de una de las formas más abyecta
de autoritarismo: la condescendiente. Y es que el paternalista suele
ejercer su mando tratando a sus subordinados como ingenuos infantes a
los que hay que conducir a través de los vericuetos de la vida. Les
convence de las bondades de sus sabias decisiones y les compensa con
unas palmadas en la espalda mientras trata de disimular su cínica risa.
Por lo general, el paternalista se siente imbuido de una especie de
gracia divina, de una inteligencia superior que debe compartir con todos
aquellos que se encuentran bajo sus órdenes, todos ellos seres
inferiores que necesitan de sus cuidados y sus buenos consejos. Esta
forma de actuar se extiende a los más variados ámbitos de nuestra vida
comunitaria: el trabajo, la política, la empresa, la democracia…
Dedicado
a todos aquellos que se creen con la capacidad de atribuirnos una
inmadurez que nos impide ser capaces de tomar nuestras propias
decisiones.
Luis Pérez Armiño
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