lunes, 30 de abril de 2012

De guerrero a guerrero


Cuando comenzó la Guerra de Troya, Zeus les dijo a los dioses que se mantuvieran al margen del conflicto, pues era una cuestión que debían dirimir entre los hombres. Pero los dioses poseídos por un sentimiento más humano que el que correspondía a su condición divina, no pudieron refrenar su ímpetu y acabaron tomando partido por una de las dos facciones, pues eran muchos los lazos de afecto contraídos con los seres inferiores. Así Atenea, Hera, Poseidón y Hermes, entre otros, se decantaron por el bando aqueo y Ares, Artemisa, Afrodita y Apolo, ayudados por alguna deidad más, hicieron lo propio en el bando troyano.

Apolo sentía predilección por Héctor, el bravo caudillo troyano a quien llamaban el domador de caballos. Su valentía, su coraje y su temple a la hora de acaudillar a los troyanos, conmovía a la divinidad. En ocasiones interfería en los pensamientos del guerrero para infundirle valor y procuraba estar a su lado en la batalla para protegerle.

Fue Apolo quien indujo a Héctor a luchar con el bravo guerrero aqueo Áyax Telamonio, hijo del gran Telamón. Éste era uno de los grandes héroes griegos, dotado de una gran estatura y una descomunal fuerza, se decía que tan solo el bravo Aquiles, de entre todos los mortales, podía vencerle. Pero Apolo confiaba en Héctor y a sabiendas del duro golpe que podría asestar a las huestes aqueas si derrotaba al titán griego, le indujo a buscar el enfrentamiento con él.

Confiado en sí mismo, Héctor retó en combate singular al más bravo de los soldados aqueos, en aquel momento Áyax Telamonio, ante la ausencia de Aquiles, retirado del enfrentamiento por las divergencias mantenidas con Agamenón, caudillo de los griegos. Ambos guerreros se midieron cara a cara en una lucha cruenta. Pocas veces se había visto una exposición igual de coraje y valentía. La fuerza de Áyax era contrarrestada con la pericia del domador de caballos, no pudiendo, ninguno de los dos, someter a su adversario.

Durante un día entero se escuchó el inquietante ruido que provocaban las armas al encontrarse. Valorando la imposibilidad de derrotar al oponente, decidieron dar el combate por zanjado. Nobles y ecuánimes, ambos reconocieron la valía de su adversario. Tal fue la mutua admiración, que Héctor le obsequió con su espada y Áyax le correspondió con su cinturón.

Los dos caudillos volverían a encontrarse en combate en las playas troyanas, durante el asedio de los guerreros de Héctor a las naves aqueas. Quiso en esta ocasión la providencia que Áyax le acertara con una piedra, de mayor tamaño que el propio Héctor, dejándole maltrecho. Pero allí estuvo de nuevo Apolo, infundiéndole valor con el que escapar del infortunio.

Ni la protección del mismísimo Apolo fue suficiente para librar a Héctor de su destino, moriría después a manos del bravo Aquiles y con él las esperanzas de Troya. Curiosamente sería la espada de Héctor, de la mano del propio Áyax, la que sesgara su vida. Los dos se encontrarían de nuevo en el reino de Hades, quien sabe, si ya no rivales, sean buenos amigos.

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