Le había conocido en un agradable local de fin de semana, donde la casualidad les propuso que hablaran y surgió la química. Se encontraba a gusto y ese
sentimiento reconfortante se convertía, por momentos, en una incontrolable
atracción sexual. Jamás se había planteado acostarse con un hombre el primer
día de conocerle, pero algo le decía que se dejara llevar, que este era el
adecuado. El alcohol actuaba con efecto afrodisiaco y devastaba toda
resistencia moral. Cada vez importaba menos las normas que se había
establecido, un intenso calor recorría su cuerpo y un juguetón cosquilleo se apoderaba de los muslos y el vientre.
Hablaron de trabajo, estudios, de vida cotidiana, pero ni
la conversación pudo ser engañada por los sentimientos y cada vez se incurría
con más fuerza en lo personal. Se tanteaban mutuamente, intentando desnudar la
mente del otro. La erótica inundaba el lugar y actuaba mediante un seductor juego por el
que buscaban posicionarse con respecto al otro. En un descuido de ella, él se
abalanzó y la besó. Ella se quedó cortada y no supo que decir, pero la gustó. Él no
dejó que el silencio se hiciera demasiado incómodo y la volvió a besar, pero en
este beso ella tomó protagonismo. Así, comenzó una auténtica batalla de roces, agasajos
y zalamerías.
Él propuso irse, pero no queriendo estropear el momento,
ni adelantar acontecimientos, nada comentó sobre lo que había de pasar. Hábil
estratega, mantuvo el clímax durante el
camino, evitando que la conversación perdiera intensidad. Ella flotaba en una
nube, se sentía querida, arropada y sensual. Cuando llegaron, ella le propuso
subir, él quiso hacerse el remolón, como disimulando su verdadera intención,
pero sin tiempo a que reaccionara, aceptó la invitación. Arriba, los dos se
abandonaron a la pasión…
Ella soñó despierta toda la noche con él, con un futuro.
La felicidad había llamado a sus puertas y pensaba abrirlas de par en par.
Llegó a imaginar que tenían hijos, que envejecían juntos y que la llama del
amor se mantendría imperturbable a lo largo de sus vidas. Observaba como él
dormía y la ternura la embargaba. Tanto tiempo esperando, pensaba, y por fin
llegó, es el adecuado. Él tan solo durmió.
A la mañana siguiente le despertó cariñosamente con
besos, plácidos susurros y abrazos y volvieron a amarse. Una vez satisfecha la pasión, él
alegó que tenía un poco de prisa y que había quedado. Se vistió y le pidió el
número de teléfono, prometió llamarla y se marchó. Ella quedó algún tiempo más en la cama soñando…
Pasaron los días y no recibió ninguna llamada. Se imaginó
todo tipo de excusas, incluso que le hubiese acaecido la fatalidad. El fin de
semana retornó al mismo lugar donde se habían encontrado esa primera vez, pero
él no estaba. Así pasaron los días y las semanas y ella se sumió en una profunda
depresión. Constantemente se preguntaba que es lo que había pasado, por qué razón no llamó nunca. Por
primera vez se había dejado llevar entregándose en cuerpo y alma y como agradecimiento solo la
quedaba recuerdos adornados de decepción, ni siquiera se podía consolar con una absurda explicación.
Quiso la impertinente casualidad, esa que un día les presentó en aquel local, que se cruzaran
de nuevo. Él venía de frente, agarrado de otra chica y caminado con paso arrogante. Al
cruzarse con ella puso cara de ¿te conozco? y con un gesto que simulaba un
por si acaso es así, soltó un frio e impersonal -¡Qué hay…!- y siguió su camino, sin inmutarse.
Ella desconcertada y avergonzada, ni chistó, bajo la cabeza y aceleró el
paso…
Resulta curioso la cantidad de conclusiones que se pueden extraer de aquí,
sin embargo, me parece conveniente dejar que cada uno interprete como quiera el
relato. Solo decir, que las personas ante un mismo acto, pensamos y actuamos de
diferentes maneras.
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