miércoles, 11 de abril de 2012

Intuición bellaca


Le había conocido en un agradable local de fin de semana, donde la casualidad les propuso que hablaran y surgió la química. Se encontraba a gusto y ese sentimiento reconfortante se convertía, por momentos, en una incontrolable atracción sexual. Jamás se había planteado acostarse con un hombre el primer día de conocerle, pero algo le decía que se dejara llevar, que este era el adecuado. El alcohol actuaba con efecto afrodisiaco y devastaba toda resistencia moral. Cada vez importaba menos las normas que se había establecido, un intenso calor recorría su cuerpo y un juguetón cosquilleo se apoderaba de los muslos y el vientre.

Hablaron de trabajo, estudios, de vida cotidiana, pero ni la conversación pudo ser engañada por los sentimientos y cada vez se incurría con más fuerza en lo personal. Se tanteaban mutuamente, intentando desnudar la mente del otro. La erótica inundaba el lugar y actuaba mediante un seductor juego por el que buscaban posicionarse con respecto al otro. En un descuido de ella, él se abalanzó y la besó. Ella se quedó cortada y no supo que decir, pero la gustó. Él no dejó que el silencio se hiciera demasiado incómodo y la volvió a besar, pero en este beso ella tomó protagonismo. Así, comenzó una auténtica batalla de roces, agasajos y zalamerías.

Él propuso irse, pero no queriendo estropear el momento, ni adelantar acontecimientos, nada comentó sobre lo que había de pasar. Hábil estratega, mantuvo  el clímax durante el camino, evitando que la conversación perdiera intensidad. Ella flotaba en una nube, se sentía querida, arropada y sensual. Cuando llegaron, ella le propuso subir, él quiso hacerse el remolón, como disimulando su verdadera intención, pero sin tiempo a que reaccionara, aceptó la invitación. Arriba, los dos se abandonaron a la pasión…

Ella soñó despierta toda la noche con él, con un futuro. La felicidad había llamado a sus puertas y pensaba abrirlas de par en par. Llegó a imaginar que tenían hijos, que envejecían juntos y que la llama del amor se mantendría imperturbable a lo largo de sus vidas. Observaba como él dormía y la ternura la embargaba. Tanto tiempo esperando, pensaba, y por fin llegó, es el adecuado. Él tan solo durmió.

A la mañana siguiente le despertó cariñosamente con besos, plácidos susurros y abrazos y volvieron a amarse. Una vez satisfecha la pasión, él alegó que tenía un poco de prisa y que había quedado. Se vistió y le pidió el número de teléfono, prometió llamarla y se marchó.  Ella quedó algún tiempo más en la cama soñando…

Pasaron los días y no recibió ninguna llamada. Se imaginó todo tipo de excusas, incluso que le hubiese acaecido la fatalidad. El fin de semana retornó al mismo lugar donde se habían encontrado esa primera vez, pero él no estaba. Así pasaron los días y las semanas y ella se sumió en una profunda depresión. Constantemente se preguntaba que es lo que había pasado, por qué razón no llamó nunca. Por primera vez se había dejado llevar entregándose en cuerpo y alma y como agradecimiento solo la quedaba recuerdos adornados de decepción, ni siquiera se podía consolar con una absurda explicación.

Quiso la impertinente casualidad, esa que un día les presentó en aquel local, que se cruzaran de nuevo. Él venía de frente, agarrado de otra chica y caminado con paso arrogante. Al cruzarse con ella puso cara de ¿te conozco? y con un gesto que simulaba un por si acaso es así, soltó un frio e impersonal -¡Qué hay…!- y siguió su camino, sin inmutarse. Ella desconcertada y avergonzada, ni chistó, bajo la cabeza y aceleró el paso…   

Resulta curioso la cantidad  de conclusiones que se pueden extraer de aquí, sin embargo, me parece conveniente dejar que cada uno interprete como quiera el relato. Solo decir, que las personas ante un mismo acto, pensamos y actuamos de diferentes maneras.

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