Allá por finales del siglo XVI y principios del XVII,
España estaba sumida en una profunda crisis. El coste que se pagaba por
mantener la hegemonía había llevado al Estado a sucesivas bancarrotas. Se viven
momentos difíciles en un ambiente enrarecido y complicado con sucesivas
hambrunas y brotes de peste. La situación es especialmente intricada en
Castilla y León que, por ser la región preeminente de aquella España, recibe
con una mayor intensidad el azote de la miseria y la desdicha.
En este marco de pesimismo surge la Semana Santa
en León donde, al igual que en Castilla, la crítica situación incide de forma terminante en la sobriedad y austeridad con la que se celebran las procesiones. Posiblemente esta sea la razón por la cual las celebraciones del sur de España, donde no se sufrió con tanta severidad la
crisis, sean mucho más alegres y menos concesionales que las del norte.
Emotiva y espiritual, la Semana Santa en León se rinde al
toque de tambor que marca el solemne camino de los penitentes, también llamados "papones" en León. El auditorio observa atónito el vaivén de los pasos mecidos por
los costaleros, un cadencioso movimiento que consigue estremecer a oriundos y foráneos. Así es la Semana Santa en
León, profunda y ligada a una tradición sempiterna, heredada de padres a hijos, y que se vive de forma muy íntima.
Diez días de fervor y pasión inundan las calles de la
vieja capital medieval. Desde el Viernes de Dolores hasta el Domingo de
Resurrección, León se rinde al estridente sonido de tambores y cornetas. Dieciséis
cofradías recorrerán las apiñadas calles portando unos sesenta pasos, algunos
de ellos de valor incalculable, consumados por maestros de la talla de Juan
de Juni, Gregorio Fernández, Juan de Angers, Luis Salvador Carmona o Juan de
Archeta. Eso sí, siempre y cuando la lluvia lo permita, de no ser así, queda el
buen recurso de tomarse unas limonadas acompañadas de esas tapas leonesas que
tanto nombre tienen.
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