El
hombre, un ser atroz y cruel, capaz de despojar a sus semejantes de la
felicidad con un único fin, crecer en poder y riqueza. La única causa
inteligible que explica la razón de que el ser humano no esté extinto, radica
en la bondad natural de unos cuantos hombres, cuyo esfuerzo logra equilibrar la
maligna acción humana, éstos son los encargados reconducir al resto de los
hombres para que la raza pueda prosperar en un mundo cuyo mayor peligro deambula
en casa. Aun así, esta raza de privilegiados ha de estar expectantes, pues
aquellos que se alimentan del poder y la riqueza, son hábiles manipuladores de
un pueblo frágil, más cuando la miseria le mira de cerca.
Los
recuerdos del ayer son aquellos que por bien o por mal no vuelven a sucederse.
Habrá momentos, periodos o instantes parecidos o similares, mejores o peores, y
que a su vez pasarán a ser recuerdos, pero nunca se repite lo propio, ni de la
misma forma, ni en las mismas circunstancias.
Cuando
los primeros rayos asoman por el horizonte, anunciando un nuevo día, un gran
reto de supervivencia adorna la vida de la mayor parte de los seres que pueblan
el planeta. Sólo unos pocos privilegiados pueden acometer el día teniendo la
certeza de que se volverán a acostar con la misma despreocupación con la que se
han levantado. Son aquellos que consideramos privilegiados. Sin embargo la
felicidad humana es caprichosa y no entiende de riquezas y poderíos,
presentándose a aquel que no tiene sustento con la misma facilidad con la que
se muestra esquiva y caprichosa con el acaudalado. La felicidad es grácil y
delicada y cuenta con un poderoso enemigo, la envidia, que se nutre del poder
para llevar a cabo su barbarie. El que tiene poco, poco necesita, sin embargo,
aquel que nada en la abundancia codicia lo propio y lo ajeno, pues el que no
sabe vestirse por dentro tiene una acuciante necesidad de hacerlo por fuera.
Esta es la triste historia de un hombre póstumo, que hubo de enfrentarse al mayor monstruo que el mundo ha creado, la envidia humana.
Esta es la triste historia de un hombre póstumo, que hubo de enfrentarse al mayor monstruo que el mundo ha creado, la envidia humana.
Letravio de
Zingolo
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