Existía un rey, de esto ya hace algunos años, que gustaba
de los placeres cinegéticos. Gorbón, que así se llamaba el monarca, presumía de
haber dado muerte a las más dispares bestias que en su camino se hubiesen cruzado.
Por ello, era temido y respetado por sus súbditos, pues nadie en el reino
dudaba de su coraje y valentía. No había lugar dentro del mundo conocido al que
no hubiesen llegado las gestas de Gorbón, el Cazador.
Suele pasar que la codicia se asoma con frecuencia a la
persona, pues es de naturaleza humana desear lo que no se tiene. Sin nuevos
argumentos que aportar, Gorbón decidió consagrarse y ello pasaba por dar caza al
gran nímice de Asentia, a pesar del cariño y veneración que su pueblo
profesaba a tan majestuoso animal, pues era considerado como sagrado. Hacía
mucho tiempo que no se veía ningún nímice por los alrededores y muchos creían que
habían fijado su residencia en el Monte, al amparo de los dioses. Nada de todo
esto importaba a Gorbón, estaba decidido a dar muerte a un nímice.
Preparó la comitiva que habría de acompañarle en la ardua
tarea y salió en busca del nímice. Batieron durante catorce jornadas todos los
montes cercanos sin éxito alguno. La moral de los acólitos de Gorbón se
desmoronaba por momentos, sin embargo, cada vez más obstinado en
conseguir su ansiado trofeo, Gorbón no dio pie a comentario alguno que hiciese
referencia a abandonar la empresa o a la sacralidad del nímice y el posible
castigo divino.
Al día siguiente, cuando levantaban el campamento para
continuar la batida, quiso la providencia que uno de los rastreadores de Gorbón
divisara, de forma casual, el ansiado nímice. El monarca poseído por un impulso
irrefrenable cogió las armas, saltó sobre su caballo, y salió al encuentro del
animal, sin dar tiempo a que el resto de la comitiva reaccionara.
Pero Gorbón no necesitaba a nadie para abatir a la bestia, él era el mejor
cazador que jamás había existido.
Cuando el nímice se percató de la presencia del fiero
jinete se dio a la fuga, comenzando una larga persecución. Con un trote elegante pero insuficiente, el
nímice perdía poco a poco terreno. Ni los bruscos quiebros, ni los fuertes cambios
de ritmo, evitaron que Gorbón fuera acorralando al cansado animal. Fruto del
cansancio, el nímice precipitó su captura adentrándose en un paso sin salida.
Gorbón al observar la imposibilidad de escapar de su presa se acercó a ella
lentamente hasta colocarse a unos pocos pasos. Durante un instante ambos fijaron
las miradas en el oponente, pero eran miradas bien distintas. En la del nímice
se leía el terror del aquel que sabe que va a morir. En Gorbón se
vislumbraba la mirada del vencedor, del que va a obtener la preciada recompensa.
Cuando iba a asestarle el golpe mortal con la
lanza el nímice amagó asustando al caballo, que respondió con un movimiento
brusco, precipitando a Gorbón al suelo, para inmediatamente salir en estampida. La
ocasión también fue aprovechada por el nímice para ponerse a salvo, encontrándose
en su camino al perjudicado Gorbón, al que pisó, fracturándole la cadera. Allí
quedó el monarca herido e indefenso, sin nadie que le prestara auxilio y
maldiciendo a la sagrada bestia.
Al anochecer, los lobos se percataron del maltrecho
monarca y acechándole durante un breve periodo de tiempo se abalanzaron sobre
él, dispuestos a no pasar esa noche en ayunas. Paradojas que depara la vida, así
terminó el temible cazador, en la barriga de los lobos, una de las fieras cuya
cabeza decoraba su sala de trofeos.
No se sabe a ciencia cierta si el trágico final de Gorbón fue por la fatalidad de tentar a los dioses o por la
mala providencia. Lo único seguro es que terminó siendo el cazador cazado, que sin gloria ni moneda se fue a ver a Caronte.
La pena es que los finales felices como este solo se den en los cuentos.
ResponderEliminarYa te esperaba, sabía a que esto ibas a comentar algo...
ResponderEliminarSi es que vas provocando...
ResponderEliminar¡Eh!, que tan solo es "una inocente fábula", lo que tú quieras interpretar, como dicen... La dirección no se responsabiliza de los comentarios de los tertulianos
ResponderEliminarDe todas formas, ahora que lo pienso, no solo pasa en los cuentos, algo así le pasó a Fabila. Algunos nacen con suerte.
ResponderEliminarya sabes, "espabila Fabila, que viene el oso"
ResponderEliminarEs cierto, terminó en la panza de un oso. Eso de ir de caza se acaba pagando...
ResponderEliminarhuy, que Favila es con "v" y no con "b"
ResponderEliminary "uy" es sin "h", las monarquias me ponen nervioso...
ResponderEliminarHoy tenemos mal día...
ResponderEliminarNo es así? Don Kurras, que mal suena eso último
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