domingo, 29 de abril de 2012

Dart y los dos errores. Primero, el que al final no fue...

La primera premisa asegura que la ciencia es humana; la segunda afirma que errar es humano; luego la ciencia puede, en ocasiones, equivocarse. A este silogismo simple habría que añadirle alguna consideración más cuando se dan las circunstancias que propician y favorecen el fallo en el planteamiento de las teorías o en la formulación de las hipótesis. Incluso, los datos pueden sufrir interpretaciones erróneas o, lo que es peor, ser objeto de explicaciones mal intencionadas que obedecen a diferentes propósitos. En definitiva, la ciencia es humana, muy humana, con sus debilidades y sus caprichos.

En el año 1922, un paleoantropólogo australiano, Raymond Dart, con plaza universitaria en Sudáfrica, hizo un espectacular descubrimiento en el país africano. Un cráneo de un individuo infantil, con algunos rasgos simiescos pero con ciertos detalles que hicieron al investigador sospechar. Inmediatamente, el fósil fue bautizado como el “Niño de Taung” por la localidad donde se había localizado. Dart comprendió que se encontraba ante una nueva especie que podría suponer un camino intermedio en el proceso evolutivo desde el simio al ser humano. La nueva especie fue designada como Australopitheco y presentada ante la sociedad científica. La primera respuesta que obtuvo fue el rechazo generalizado a su fósil.

Fue el racismo imperante en la primera mitad del siglo XX, los graves prejuicios raciales de una Europa empecinada en ser guía y luz espiritual del mundo civilizado, la que rechazó al “Niño de Taung” como el antecesor del hombre moderno. Era inconcebible, en la mentalidad europea del ingés post – victoriano, admitir que su “abuelo” fuese un africano que con toda probabilidad podría atreverse a ser negro, incluso. Por otra parte, el gran fraude de Piltdown había dado el privilegio del antecesor por antonomasia del hombre moderno a los europeos, algo más en consonancia con la realidad imperante en unos años 20 en que Europa se paseaba ama y señora de todo el orbe conocido y por conocer.

Dart debería esperar largos años a que los descubrimientos se sucediesen en Sudáfrica con nuevos restos fósiles en el año 1936 que daban credibilidad al Australopithecus como especie clave en el desarrollo del esquema evolutivo del humano moderno. Sólo entonces, se reconoció la labor del paleoantropólogo australiano. A partir de entonces, y sumando los descubrimientos de otros restos fósiles en el gran valle del Rift, en África oriental, se reconoció al continente africano como la cuna originaria y primigenia de la especie humana. Y fue este reconocimiento el que permitió reconsiderar las líneas de investigación en torno a cuestión tan compleja como el de la evolución humana. África podía ostentar con orgullo el título de “cuna de la humanidad”.

Y es que la ciencia es humana, demasiado humana. La ciencia de la evolución humana se había convertido en cruel campo de batalla. Y una vez que se despejaron las dudas sobre cuestiones relativas a creacionismos y demás intervenciones divinas, era más que evidente el papel de la evolución en el desarrollo de la especie humana, una especie más al fin y al cabo.
 
Luis Pérez Armiño

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