Se ha analizado y debatido con profundidad sobre las consecuencias actuales o
inmediatas derivadas de la crisis en nuestro país. Sin embargo, no
se ha incidido con la misma intensidad en estas mismas consecuencias a medio y largo plazo y hay una particularidad que a mí,
personalmente, me preocupa, la demografía.
Los índices de natalidad en España son de los más bajos del
mundo. Esta situación se ha mitigado con el aporte poblacional derivado de
la inmigración. Aun así, la población mayor de sesenta años es preocupantemente
numerosa. No en vano, la solvencia del Estado, a la hora de poder pagar las
pensiones en un futuro próximo, ha sido más que cuestionada.
Incluso uno de los ministros del antiguo gobierno llegó a sugerir a la
población la opción de hacerse un plan de pensiones.
La situación actual es la de una
España que comienza a perder población. Hay un nutrido grupo de inmigrantes que, en vista de las perspectivas, han decidido regresar a sus lugares de
origen o han puesto la vista en otros países europeos. Lo peor de todo es que
la propia población española, ante la imposibilidad del Gobierno de garantizar estabilidad económica, ha optado por hacer las maletas y labrarse un futuro
allende las fronteras. Este grupo está formado mayoritariamente por trabajadores
especializados, jóvenes con estudios superiores que no encuentran salida en
el mercado nacional.
En definitiva, la realidad española es la de un país con un índice de natalidad preocupantemente bajo. A esto hay que sumarle el éxodo de jóvenes en edad de procrear.
Por si fuese poco, los que han decidido quedarse no cuentan con los medios idóneos para formar una familia. La tónica general imperante entre la población viene condicionada por un futuro incierto y una mala previsión a la hora de
garantizar el sustento a un hijo. Esta situación me recuerda mucho, salvando
las diferencias, a la crisis demográfica del siglo XVII. En aquel caso nos
encontrábamos con una España agotada social y económicamente por la política
hegemónica. Sucesivas bancarrotas, hambrunas, pestes, nulas perspectivas de
futuro, contribuyeron a que la demografía se redujera ostensiblemente. La
población joven ante la necesidad de comer buscó refugio en el sacerdocio. Los que obtaban por casarse, al no tener los suficientes recursos para
poder formar una familia, lo hacían en edades avanzadas, cuando lograban ahorrar algo, limitando la edad fértil de
la mujer y por lo tanto el número de hijos. Eran otros tiempos y circunstancias, pero las similitudes son claras.
Si miramos al futuro, tal y como vamos encaminados, llegará el día en el que habrá el mismo número de jubilados que de trabajadores, situación insostenible desde el punto de vista económico. Si el presente o el futuro inmediato son inciertos,
no quiero ni pensar como será la España de dentro de treinta años sino se ponen todos los medios para darle un giro de 180º a la situación. Pinta feo y quizás haya
llegado el momento de hacerse un plan de pensiones, por lo que pueda pasar…
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