domingo, 26 de enero de 2014

Cuestión de apariencias (I). Cathy Humper



Discurso leído por la Dra. Cathy Humper, secretaria de la Fundación de Ayuda al Menesteroso y Socorro al Desvalido, con motivo de su ingreso en la Real Academia de la Cartonología.

“Estimados señores:

Me dirijo a ustedes con la intención de presentarles mi extensa carrera, tanto laboral como académica y personal.

Creo conveniente expresar mi agradecimiento al Sr. Redneck por haberme facilitado con tanta deferencia este estrado para poder complacerme con compañía tan grata. James ha disfrutado a lo largo de su carrera de mi ayuda y mis sabios consejos. Pero seamos justos; como bien sabemos todos, es de bien nacido ser agradecidos. También James se ha mostrado plenamente colaborador con mis investigaciones y mis trabajos. No ha dudado en ningún instante a la hora de proporcionarme cualquier tipo de ayuda: material, económica y/o financiera, e, incluso, personal. ¡Cuántos de sus lacayos han servido durante interminables horas a mis órdenes! Muchas de ellas sin pies ni cabeza… Ideas absurdas que se pasan por mi mente como un relámpago, tan estúpidas que parecen pueriles e inútiles… El Sr. Redneck siempre se ha mostrado solícito… y sus trabajadores aún más. (El Sr. Redneck, primero en el auditorio, asiente satisfecho).

Muchos de ustedes me conocerán sobradamente. Mi nombre es Dra. Humper. Incluso, puedo observar entre la tan  preciada y distinguida audiencia a algunos amigos y amigas que me conocerán por mi nombre de pila: Cathy.

Desde muy temprana edad he podido dedicar mi tiempo al apasionante mundo de la investigación con minúsculas. ¿A qué me refiero con el apelativo de “minúsculas”? A ese tipo de investigación sin sentido que a nadie importa. Mis sesudos trabajos nunca merecerán premios ni lisonjas. No por encontrarme mal avenida con las autoridades académicas y competentes, aunque efectivamente así sea; sino más bien por tratarse de un tipo de estudios que deja indiferente a cualquiera. He sido capaz de enfrascarme durante horas, días, meses y años en tediosos e insignificantes trabajos cuyos resultados nunca encontrarán un eco práctico ni funcional. En definitiva, señores y señoras, he perdido el tiempo de una manera absoluta y soberana. Con dos narices (sonríe tímidamente ante su osadía verbal mientras disimula con la mano una liviana y elegante carcajada). O si lo prefieren, puedo traducir esta última aseveración haciendo mía esa expresión tan llena y plena, tan acertada, de “con dos cojones, porque yo lo valgo” (El público salta en una horrenda e hipócrita carcajada que pronto se ve acompañada por aplausos desganados).

No puedo olvidar en estas palabras a mi amantísimo y acaudalado esposo, el Sr. Humper. Fue él quien me proporcionó todo el desahogo material posible para que yo perdiese el tiempo de manera tan ofensiva estudiando materias tan innobles como banales. Sólo distraída por mis obligaciones matrimoniales de alcoba, fue él quien me proporcionó el tiempo suficiente como para abandonar a nuestra numerosa prole a la suerte de matronas, criadas y demás empleadas domésticas que suplían mi cariño materno con impolutos uniformes. Y cuando el sexo entre el Sr. Humper y yo se convirtió en mero recuerdo de pasiones juveniles, no encontró inconveniente alguno en mis largas ausencias mientras me complacía en compañía del Sr. Redneck en los despachos de la Public Felt Paper Co. (James se sonroja).

Hoy mi mente es un baile arrítmico de conocimientos y habilidades mal adquiridas y peor asimiladas. He estudiado todo y he aprendido nada. En mis palabras se juntan sonidos sin sentido que pretenden asemejar lejanos y extraños idiomas que nunca hablaré. De mi pluma han salido frases absurdas y sin sentido; en el mejor de los casos, copias infames escritas con el sudor de otros más aventajados que yo pero condenados al ostracismo del olvido por no saber estar donde tenían que haber estado.

(La Sra. Humper se atusó su melena rubia artificial. Una complicada y bien cimentada arquitectura que coronaba su estrecha y arrugada frente. Algunos dicen que ronda los noventa años; otros que ronda los ochenta y pico. Su espalda encorvada ante el tiempo y la inquina de la absoluta ociosidad. Ajustó sus gafas con un gesto fingido, preparando el final de su discurso ante los primeros bostezos de la audiencia).

Creo que con mis palabras doy fe de mi sentido agradecimiento ante mi merecido ingreso en esta Real Academia. Soy consciente, yo la primera, de la mediocridad de mi existencia. He fracaso en mi vida laboral y académica. Hoy me he convertido en objetivo de las burlas y sornas de las nuevas hornadas, más preparadas y más cabales, que ocupan despachos y grandes empresas. He cometido los errores más abominables y perniciosos. Pero todo esto, nunca lo hubiese hecho sin el conveniente apoyo de mis queridos mentores y, por qué no, amigos. Por eso, para dar por finalizada estas breves palabras, no quiero despedirme sin antes dedicar este sentido aplauso a mis colegas, el Dr. Sr. James Redneck y la Dra. Sra. Pepein van Fettreich.”

(Mientras el auditorio se deshacía en un forzado aplauso, detrás de la Sra. van Fettreich enrojecía de ira la fiel y entregada sirviente: la Sra. Evelyn Hooker).

Luis Pérez Armiño

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