La pugna entre espartanos y atenienses por alzarse con la
hegemonía en Grecia era secular, feroz y con remotas posibilidades de solución;
pero había un sentimiento que se aupaba sobre ese odio que existía entre ambas
polis; un sentimiento de libertad y autonomía, solo conocido en aquella época
por los griegos y que no estaban dispuestos a perder. Cuando Jerjes lanzó sus
ejércitos contra Atenas, el ejército espartano acudió a la llamada de auxilio
de sus enemigos; ante todo eran griegos.
Durante la Primera Guerra Médica el estratega ateniense
Milcíades había logrado demostrar que no siempre la superioridad numérica es un
garante de victoria. En la llanura de Maratón en general ateniense logró frenar
el avance de las tropas de Darío salvaguardando la libertad y autonomía griega.
En aquella ocasión las tropas espartanas llegaron tarde; tomándose los
atenienses este acto como una afrenta que solo consiguió distanciar más a ambas
ciudades.
Años más tarde, la subida al trono persa del hijo de
Darío, Jerjes, va a suponer el reinicio de las hostilidades con el mundo
griego. El Imperio Aqueménida de Persia controlaba los 2/3 de la tierra
conocida y ansiaba hacerse con el resto y para ello se hacía necesario extender
este control por la Europa occidental; cuya puerta era Grecia. Para acometer
tal proyecto Jerjes reunió un poderoso ejército de unos 250.000 hombres; el
mayor conocido hasta la época. Cruzó el Helesponto, actualmente conocido como
el estrecho de los Dardanelos, y se dirigió a la Grecia continental con la
intención de apoderarse de Atenas. Corría el verano del año 480 a.c. y se iba a
dirimir el futuro de la civilización griega.
Los griegos habían conseguido reunir un ejército de unos
7.000 hombres. Los espartanos no iban a quedarse al margen en esta ocasión y
enviaron 300 hombres comandados por su veterano rey Leónidas. El pueblo
espartano se podía considerar como diagonalmente opuesto al ateniense. El
régimen político era la oligarquía, en contraposición de la Democracia griega,
y su modo de vida estaba orientado al ejército. Desde muy pequeños se les
instruía en el uso de las armas y no había más objetivo que alcanzar la gloria
en los campos de batalla. A pesar de controlar toda la llanura de Mesenia, la
ciudad de Esparta no debía de superar los 10.000 habitantes, pero la ferocidad
con la que luchaban hacía que la presencia de su ejército, por pequeña que esta
presencia fuese, transmitiese tranquilidad al resto soldados griegos.
La situación se presentaba complicada para las polis
griegas. Tenían que enfrentarse con un ejército claramente superior. Para
contrarrestar esta clara superioridad numérica los griegos decidieron plantar
batalla en el estrecho de las Termópilas, paso natural al Ática y a Atenas. Se
eligió la zona más angosta del paso y se levantó un pequeño muro que no
llegaría a medio metro de altura y se dispusieron a esperar la llegada de
Jerjes. Cuando este llegó quedó sorprendido de la temeraria valentía griega y
esperó unos días pensando, erróneamente, que al final las tropas griegas se
retirarían. Pero los griegos habían venido a combatir y si era preciso morir
por defender su bien más preciado, la libertad, así se haría.
Jerjes se dispuso a lanzar una primera oleada compuesta
por unos 10.000 soldados medos, que serían auxiliados durante el ataque por los
arqueros. Los medos formaban un cuerpo de infantería ligera, provisto de
escudos de mimbre y lanzas ligeras; en contraposición con los pesados equipos
que manejaban los griegos, compuestos por escudos de madera de unos 90 cm de
diámetro y recubiertos de bronce, corazas y casco del mismo metal y lanzas de
2,5 m., además de la espada corta. Para repeler el ataque Leónidas dispuso las
tropas griegas en formación de falange, ocupando todo el ancho del paso. Se
calcula que la formación tenía unos 64 hombres de anchura por 18 de
profundidad. No son datos del todo precisos puesto que la orografía del paso de
las Termópilas ha variado durante todos estos siglos. La falange unió los
escudos, auxiliada por el muro que se había levantado, formando un muro
infranqueable por el que solo había hueco para la salida de las lanzas. Esta
disposición del ejército griego provocó que las tentativas de Jerjes fueran
vanas. Incapaces de abrir brecha en el muro griego, las tropas medas se
estrellaban una y otra vez contra la ordenada falange. Con el paso de las horas
y ante la extenuación de las tropas griegas, los espartanos tomaron el
protagonismo desplazándose a la primera línea.
Como habíamos explicado anteriormente, Esparta era una
ciudad pequeña y todos los guerreros se conocían entre sí; un factor favorable,
pues a sabiendas del negro porvenir que se les avecinaba, los guerreros se iban
influyendo ánimos los unos a los otros, fomentando un trabajo en equipo que les
otorgaba fuerzas para afrontar la situación con una moral relativamente alta.
Esto permitió que aflorara con brío la fiereza y experimentación del ejército
espartano, terminando con toda tentativa meda de despejar el paso de las
Termópilas. El ejército de Jerjes, que se perdía en el horizonte, no podía derrotar
a un puñado de guerreros. En un acto de desesperación los medos intentaron
neutralizar las lanzas espartanas aferrándose a ellas. Fue entonces cuando los
espartanos desenfundaron los xhipos, espadas cortas, provocando una auténtica
carnicería. El reducido paso anulaba la superioridad numérica del ejército
persa y el primer día de combate terminaba con un inesperado desenlace.
El día siguiente se desarrollaba si progresos para
Jerjes. Preparado para la lucha a campo abierto, el mayor ejército hasta
entonces conocido se sentía impotente para acabar con unos miles de soldados.
La paciencia de Jerjes se agotaba y decidió enviar a su fuerza de élite, un
cuerpo de infantería pesada que recibió el nombre de los 10.000 inmortales por
parte de Herodoto, historiador griego. Pero esta tentativa también fue en vano.
El oráculo de Delfos había vaticinado que Leónidas y sus
hombres morirían en esta batalla, y así habría de pasar; sin embargo las
circunstancias no fueron las más dignas. Un traidor de nombre Efialtes, nombre
que todavía en la actualidad se interpreta como pesadilla, en busca de riqueza,
cruzó las líneas y pidió ser atendido por Jerjes, mostrándole un camino que le
permitiría salir al otro lado del paso. Amparado por la nocturnidad, parte del
ejército persa realizó el itinerario marcado apareciendo en la retaguardia espartana
en la mañana. En un acto de honor sin precedentes Leónidas ordenó al resto de
tropas griegas regresar a casa y se dispuso a plantar batalla con sus 300
espartanos, con el fin de retardar lo más posible el avance persa.
La situación había variado considerablemente. Se seguía
luchando con un ejército claramente superior en número y auxiliado por
arqueros, pero ahora había que defender dos flancos. Las embestidas persas eran
rechazadas con bravura por los espartanos, pero en una de ellas cayó Leónidas,
lo que supuso un fuerte varapalo en la moral espartana. Jerjes mandó retirar
las tropas, después de haber perdido casi 10.000 hombres en aquella batalla y
ordenó a los arqueros disparar hasta que no quedara hombre en pie. Curiosamente
este era el peor castigo que podía dársele a un espartano, pues no consideraban
dignos a aquellos que mataban desde la distancia, consideraban una cobardía
toda aquella lucha que no fuese cuerpo a cuerpo. Este fue el fatal final de los
300 bravos guerreros que se enfrentaron con todo un ejército.
Jerjes no consideró en ningún momento la valentía,
nobleza y pundonor de su rival. Poseído por un sentimiento de rabia y
humillación mandó buscar el cuerpo de Leónidas para mutilarlo, decapitarlo y
clavar la cabeza en una pica, privándole con ello de su viaje en la barca de
Caronte. Pero Leónidas había conseguido un logro muy importante. A pesar de que
10.000 bajas no eran excesivas en un ejército de tal magnitud, es golpe dado
por el caudillo espartano repercutió de forma fehaciente en la moral persa.
Los persas con el paso libre, tenían el camino despejado
hasta Atenas; pero la población había huido y Jerjes tan solo encontró una
ciudad fantasma. A finales de aquel mismo año, el 480 a.c., recompuestos y
organizados, los griegos se enfrentaron al todopoderoso Jerjes, derrotándole en
la decisiva batalla naval de Salamina. Al igual que su padre, Jerjes
contemplaba impotente como “un puñado” de griegos volvían a vencer. Quizás el
líder persa no consideró nunca que los griegos tenían la mayor de las
motivaciones para luchar; conservar su autonomía y libertad. Y como reza el
dicho: “hace más quien quiere que quien puede”.
Dedicado a una persona a la que sigo queriendo mucho y que, por circunstancias, está muy lejos.
Que gran tipo este Leonidas
ResponderEliminarCierto, grande y valiente
ResponderEliminarSi vieras para lo que ha quedado Esparta... bueno, y Grecia entera.
ResponderEliminarQue sería de los alemanes sin Leonidas.
Nadie quiere recordar que somos lo que somos por pueblos como los griegos. Cómo diría José Luis Sanpedro, quitando los avances tecnológicos, no hay más evolución que la ya consegida por la Grecia Clásica. Es más, este gran hombre llegó a afirmar que él, con lo que le había aportado el mundo griego, no necesitaba más aporte intelectual; queriendo decir que todo lo importante de esta vida ya lo habían descubierto los griegos.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo
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