miércoles, 20 de marzo de 2013

La batalla de las Termópilas

           La pugna entre espartanos y atenienses por alzarse con la hegemonía en Grecia era secular, feroz y con remotas posibilidades de solución; pero había un sentimiento que se aupaba sobre ese odio que existía entre ambas polis; un sentimiento de libertad y autonomía, solo conocido en aquella época por los griegos y que no estaban dispuestos a perder. Cuando Jerjes lanzó sus ejércitos contra Atenas, el ejército espartano acudió a la llamada de auxilio de sus enemigos; ante todo eran griegos.
           Durante la Primera Guerra Médica el estratega ateniense Milcíades había logrado demostrar que no siempre la superioridad numérica es un garante de victoria. En la llanura de Maratón en general ateniense logró frenar el avance de las tropas de Darío salvaguardando la libertad y autonomía griega. En aquella ocasión las tropas espartanas llegaron tarde; tomándose los atenienses este acto como una afrenta que solo consiguió distanciar más a ambas ciudades.
           Años más tarde, la subida al trono persa del hijo de Darío, Jerjes, va a suponer el reinicio de las hostilidades con el mundo griego. El Imperio Aqueménida de Persia controlaba los 2/3 de la tierra conocida y ansiaba hacerse con el resto y para ello se hacía necesario extender este control por la Europa occidental; cuya puerta era Grecia. Para acometer tal proyecto Jerjes reunió un poderoso ejército de unos 250.000 hombres; el mayor conocido hasta la época. Cruzó el Helesponto, actualmente conocido como el estrecho de los Dardanelos, y se dirigió a la Grecia continental con la intención de apoderarse de Atenas. Corría el verano del año 480 a.c. y se iba a dirimir el futuro de la civilización griega.
         Los griegos habían conseguido reunir un ejército de unos 7.000 hombres. Los espartanos no iban a quedarse al margen en esta ocasión y enviaron 300 hombres comandados por su veterano rey Leónidas. El pueblo espartano se podía considerar como diagonalmente opuesto al ateniense. El régimen político era la oligarquía, en contraposición de la Democracia griega, y su modo de vida estaba orientado al ejército. Desde muy pequeños se les instruía en el uso de las armas y no había más objetivo que alcanzar la gloria en los campos de batalla. A pesar de controlar toda la llanura de Mesenia, la ciudad de Esparta no debía de superar los 10.000 habitantes, pero la ferocidad con la que luchaban hacía que la presencia de su ejército, por pequeña que esta presencia fuese, transmitiese tranquilidad al resto soldados griegos.
           La situación se presentaba complicada para las polis griegas. Tenían que enfrentarse con un ejército claramente superior. Para contrarrestar esta clara superioridad numérica los griegos decidieron plantar batalla en el estrecho de las Termópilas, paso natural al Ática y a Atenas. Se eligió la zona más angosta del paso y se levantó un pequeño muro que no llegaría a medio metro de altura y se dispusieron a esperar la llegada de Jerjes. Cuando este llegó quedó sorprendido de la temeraria valentía griega y esperó unos días pensando, erróneamente, que al final las tropas griegas se retirarían. Pero los griegos habían venido a combatir y si era preciso morir por defender su bien más preciado, la libertad, así se haría.
         Jerjes se dispuso a lanzar una primera oleada compuesta por unos 10.000 soldados medos, que serían auxiliados durante el ataque por los arqueros. Los medos formaban un cuerpo de infantería ligera, provisto de escudos de mimbre y lanzas ligeras; en contraposición con los pesados equipos que manejaban los griegos, compuestos por escudos de madera de unos 90 cm de diámetro y recubiertos de bronce, corazas y casco del mismo metal y lanzas de 2,5 m., además de la espada corta. Para repeler el ataque Leónidas dispuso las tropas griegas en formación de falange, ocupando todo el ancho del paso. Se calcula que la formación tenía unos 64 hombres de anchura por 18 de profundidad. No son datos del todo precisos puesto que la orografía del paso de las Termópilas ha variado durante todos estos siglos. La falange unió los escudos, auxiliada por el muro que se había levantado, formando un muro infranqueable por el que solo había hueco para la salida de las lanzas. Esta disposición del ejército griego provocó que las tentativas de Jerjes fueran vanas. Incapaces de abrir brecha en el muro griego, las tropas medas se estrellaban una y otra vez contra la ordenada falange. Con el paso de las horas y ante la extenuación de las tropas griegas, los espartanos tomaron el protagonismo desplazándose a la primera línea.
         Como habíamos explicado anteriormente, Esparta era una ciudad pequeña y todos los guerreros se conocían entre sí; un factor favorable, pues a sabiendas del negro porvenir que se les avecinaba, los guerreros se iban influyendo ánimos los unos a los otros, fomentando un trabajo en equipo que les otorgaba fuerzas para afrontar la situación con una moral relativamente alta. Esto permitió que aflorara con brío la fiereza y experimentación del ejército espartano, terminando con toda tentativa meda de despejar el paso de las Termópilas. El ejército de Jerjes, que se perdía en el horizonte, no podía derrotar a un puñado de guerreros. En un acto de desesperación los medos intentaron neutralizar las lanzas espartanas aferrándose a ellas. Fue entonces cuando los espartanos desenfundaron los xhipos, espadas cortas, provocando una auténtica carnicería. El reducido paso anulaba la superioridad numérica del ejército persa y el primer día de combate terminaba con un inesperado desenlace.
        El día siguiente se desarrollaba si progresos para Jerjes. Preparado para la lucha a campo abierto, el mayor ejército hasta entonces conocido se sentía impotente para acabar con unos miles de soldados. La paciencia de Jerjes se agotaba y decidió enviar a su fuerza de élite, un cuerpo de infantería pesada que recibió el nombre de los 10.000 inmortales por parte de Herodoto, historiador griego. Pero esta tentativa también fue en vano.
       El oráculo de Delfos había vaticinado que Leónidas y sus hombres morirían en esta batalla, y así habría de pasar; sin embargo las circunstancias no fueron las más dignas. Un traidor de nombre Efialtes, nombre que todavía en la actualidad se interpreta como pesadilla, en busca de riqueza, cruzó las líneas y pidió ser atendido por Jerjes, mostrándole un camino que le permitiría salir al otro lado del paso. Amparado por la nocturnidad, parte del ejército persa realizó el itinerario marcado apareciendo en la retaguardia espartana en la mañana. En un acto de honor sin precedentes Leónidas ordenó al resto de tropas griegas regresar a casa y se dispuso a plantar batalla con sus 300 espartanos, con el fin de retardar lo más posible el avance persa.
     La situación había variado considerablemente. Se seguía luchando con un ejército claramente superior en número y auxiliado por arqueros, pero ahora había que defender dos flancos. Las embestidas persas eran rechazadas con bravura por los espartanos, pero en una de ellas cayó Leónidas, lo que supuso un fuerte varapalo en la moral espartana. Jerjes mandó retirar las tropas, después de haber perdido casi 10.000 hombres en aquella batalla y ordenó a los arqueros disparar hasta que no quedara hombre en pie. Curiosamente este era el peor castigo que podía dársele a un espartano, pues no consideraban dignos a aquellos que mataban desde la distancia, consideraban una cobardía toda aquella lucha que no fuese cuerpo a cuerpo. Este fue el fatal final de los 300 bravos guerreros que se enfrentaron con todo un ejército.
       Jerjes no consideró en ningún momento la valentía, nobleza y pundonor de su rival. Poseído por un sentimiento de rabia y humillación mandó buscar el cuerpo de Leónidas para mutilarlo, decapitarlo y clavar la cabeza en una pica, privándole con ello de su viaje en la barca de Caronte. Pero Leónidas había conseguido un logro muy importante. A pesar de que 10.000 bajas no eran excesivas en un ejército de tal magnitud, es golpe dado por el caudillo espartano repercutió de forma fehaciente en la moral persa.
         Los persas con el paso libre, tenían el camino despejado hasta Atenas; pero la población había huido y Jerjes tan solo encontró una ciudad fantasma. A finales de aquel mismo año, el 480 a.c., recompuestos y organizados, los griegos se enfrentaron al todopoderoso Jerjes, derrotándole en la decisiva batalla naval de Salamina. Al igual que su padre, Jerjes contemplaba impotente como “un puñado” de griegos volvían a vencer. Quizás el líder persa no consideró nunca que los griegos tenían la mayor de las motivaciones para luchar; conservar su autonomía y libertad. Y como reza el dicho: “hace más quien quiere que quien puede”.
             

           Dedicado a una persona a la que sigo queriendo mucho y que, por circunstancias, está muy lejos.

5 comentarios:

  1. Si vieras para lo que ha quedado Esparta... bueno, y Grecia entera.

    Que sería de los alemanes sin Leonidas.

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  2. Nadie quiere recordar que somos lo que somos por pueblos como los griegos. Cómo diría José Luis Sanpedro, quitando los avances tecnológicos, no hay más evolución que la ya consegida por la Grecia Clásica. Es más, este gran hombre llegó a afirmar que él, con lo que le había aportado el mundo griego, no necesitaba más aporte intelectual; queriendo decir que todo lo importante de esta vida ya lo habían descubierto los griegos.

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