domingo, 24 de marzo de 2013

Cambio de rumbo. Europa a la deriva



La historia es escrita por los vencedores, verdad innegable e irrefutable. Ahí están los millones y millones de perdedores que yacen en tumbas comunes a la espera de la exhumación de sus huesos para poder formar parte aunque sea como figurante secundario del entramado teatral, más cómico que trágico, que supone el desarrollo histórico de la humanidad sobre este nuestro planeta; eso sí, siempre previo pulcro proceso para mancillar científicamente los huesos rescatados de la damnatio memoriae. Y dentro de este transcurso, la interpretación clásica y fielmente aceptada a nivel universal, tanto en los medios académicos como en los más populares y mundanos, puede sufrir un proceso de reinterpretación que tendrá como consecuencia última la reversión de los postulados hasta el momento aceptados con valor de ley. Básicamente, un simple cambio de paradigma que sustituya una determinada creencia por otra nueva.

La querida Europa, que tanto nos deslumbro, hoy nos sumerge en las sombras que han surgido de la verdad de sus intenciones maléficas. El antiguo continente, tanto tiempo atrás añorado y envidiado, hoy es menospreciado y considerado indigno a ojos de los bárbaros. Y todo lo que antes era alabanza y loa a los bienes y parabienes de lo europeo, hoy se convierte en crítica y ataque despiadado. La vieja Europa ha dejado ver su cara siniestra que sume a los pueblos en el caos y la penuria, que mata a sus hijos de hambre y frío y bajo la parafernalia de hipócritas democracias y libertades esconde las cadenas de la esclavitud más miserable y cruel.

La gloriosa expansión de la cultura europea más allá de sus tierras naturales y sus mares no esconde más que la avaricia y el ansia de poder de una historia amasada a fuerza de guerra y violencia. Ni siquiera los admirados griegos, con sus grandes logros y su mente preclara, se salvan de esta quema. Cuando decidieron surcar el mar nuestro no lo hacían más que por lo insoportable de su situación interna, de una sociedad agotada y crispada que necesitaba de nuevas víctimas propiciatorias para saciar una codicia que trataban de ocultar bajo miles de velos teñidos de supuestos razonamientos y pensamientos lógicos. La historia, tan caprichosa, se repite a lo largo de los siglos. Siempre y cuando fuese preciso, siempre que se considerase necesario, Europa, en nombre de la civilización, la cultura y la razón, decidió extender su bienaventuranza a cualquier rincón del planeta: América, África, Asia… nada escapaba al hambre voraz del moderno y civilizado europeo. A hierro de espada y a fuego de castigos divinos que bajo la forma de cruz sometían y esclavizaban a pueblos enteros. Parafraseando a Jared Diamond, “armas, gérmenes y acero…” como instrumentos didácticos y civilizadores.

Europa suele resolver sus cuestiones de manera tajante y locuaz. Cuando se consideró necesario la expansión en nuestro propio continente de los principios de libertad, fraternidad e igualdad se hizo a fuerza de los ejércitos imperiales que sometían sin miramientos cualquier tipo de oposición. Si eso ocurría en nuestro propio patio, qué hacer con los de fuera, con los extraños, con el otro. Ahí Europa sí que decidió quitarse la máscara y mostrar a la luz del sol la brutalidad de sus fauces más despiadadas. Y bajo esos parámetros que de forma hipócrita se escondieron bajo los supuestos derechos y libertades de una humanidad (entendida ésta en sentido restringido, a saber, blanca y, si puede ser, anglosajona y protestante) se extendió la aplastante y sencilla lógica de la ley de la oferta y la demanda. Hoy, en los albores del siglo XXI, los pueblos de Europa pretenden mirar hacia el este, buscando la luz del sol de un nuevo amanecer. Mientras, desde el ocaso llegan los falsos cánticos de un mundo que expira entre terribles sufrimientos, dispuestos sus valedores a llevarse consigo al más allá a todo aquel que se ponga en su camino.

¿Qué son para nosotros, corazón, las manchas de la sangre
y de las brasas, los mil asesinatos y los largos gritos
de rabia, sollozos del infierno derribando
cualquier orden; en tanto el ciclón brama sobre sus ruinas;

y toda la venganza? ¡No son nada!... Pero a pesar de ello,
¡la queremos! Industriales, príncipes y senados:
¡Pereced! Poder, justicia, historia: ¡abajo!
Esto se nos debe. ¡Sangre! ¡Llama de oro!

¡Mi espíritu he entregado a la guerra, a la venganza,
al terror! Volvamos a morder. ¡Ah! Pasad ya
repúblicas de este mundo! Emperadores,
regímenes, colonos, pueblos. ¡Ya basta!

¿Quién removerá los torbellinos del fuego furioso
sino nosotros y aquellos que imaginamos hermanos?
Venid, románticos amigos: esto va a gustarnos.
Jamás trabajaremos, ¡oh oleajes de fuego!

¡Desapareced, Europa, Asia, América!
Nuestra marcha justiciera lo ha ocupado todo.
¡Ciudades y campiñas! ¡Seremos aplastados!
¡Saltarán los volcanes! El océano aterrado.

¡Oh amigos míos! Mi corazón, seguro, sabe que son hermanos:
¡negros desconocidos, si fuéramos!¡Vayamos! ¡Vayamos!
¡Oh desgracia! ¡Siento estremecer la vieja tierra,
sobre mí y es vuestra más y más!¡La tierra funde,
pero no importa! ¡En ella estoy! y estoy para siempre

Arthur Rimbaud



Luis Pérez Armiño


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