Son muchos los que sostienen que la Unión Europea es lo
mejor que le ha podido pasar a España. Quizás sea así; yo no soy economista y
me interesa muy poco que REPSOL, Telefónica o el Banco de Santander sean
líderes en sus mercados. Tengo otra opinión marcada por el euroescepticismo.
Cuando entró en la Unión Europea, España se vio obligada a equipararse con las
potencias económicas del norte de Europa y buscó un camino fácil para
incrementar su PIB, la construcción. Se empezó a poner ladrillos uno encima de
otro creando una torre de Babel y eso funcionó durante años. El PIB español
creció con una enorme fuerza, incluso superó al italiano. Un Zapatero radiante
bromeaba con el dirigente francés comentándole que ellos serían los siguientes en
ser superados... Pero la historia se repite, y como se relataba en la Biblia, la
particular torre de Babel española no pudo resistir la altura y se vino abajo.
Aquellos banqueros avaros, que nunca tenían demasiado,
concedían hipotecas a doquier, porque enriquecerse ilícitamente curiosamente
era lícito en la España de hace unos años. Crearon vínculos con los clientes,
les hicieron ver que eran sus amigos y así continuaron con su lascivo sueño;
hacer dinero. Inversiones basura, productos engañosos, todo era válido para los
bancos; estaban en Europa y habían contraído una importante deuda con otros
bancos de los países del norte; eran muchos los españoles que querían dinero y
ellos no tenían la capacidad monetaria para satisfacer la necesidad. Incluso,
si la desdicha les tocaba, su papel de deudores les incrementaba su poder, pues
les hacía intocables en el mundo del dinero.
Muchos españoles, por su parte, inconscientemente aprovechaban
esta oportunidad. La mayoría ganaba en torno a los 1.000 euros, pero no
importaba, si necesitaban dinero para aparentar ahí estaba el banco para
dárselo. Sin que ninguno de aquellos inconscientes se plantease que tarde o
temprano deberían de devolverlo. Aeropuertos de todo el mundo se llenaron de
españoles, con aires neocolonizadores, esgrimiendo el cántico de yo soy
español.
Al final pasó lo que debía de pasar y la endeble economía
española sufragó. Esto aterrorizó a los bancos europeos, como los alemanes, que
presionaron a sus respectivos gobiernos para que la banca española no terminara
en la quiebra y así pasó; la banca española fue rescatada, cuando ninguna otra
empresa privada lo había sido. Centenares de miles de pequeñas y medias
empresas sucumbían a la nueva situación, sin embargo los bancos fueron rescatados.
Lo paradójico era que a pesar de los infortunios del Gobierno, la deuda pública
española no era alta, pero el rescate bancario junto con los desmanes surgidos
por la corrupción política, en ayuntamientos y alguna que otra comunidad,
dispararon estos porcentajes.
El resto del asunto lo conocemos todos y sobre todo
aquellos que no pedimos dinero al banco y sin embargo también pagamos con
sangre, sudor y lágrimas los excesos financieros. Hemos pasado un año indigno
para un país cuya soberanía recae en el pueblo. Una Democracia, poder del
pueblo, que salva a los cuatro avaros y castiga precisamente al quienes se
supone ostentan el poder; la población. Pero aun así parece ser que no hemos
sufrido lo suficiente. Desde Europa “se aconseja” nuevos recortes que, para que
nos entendamos, supondrán subidas en el IVA, en los combustibles, bajada de los
sueldos y alargamiento de la jubilación, entre otras medidas. El Gobierno
rápidamente salió a decir que no habrá nuevos recortes, que miedo me dan estos
pastorcillos mentirosos; si siempre que han asegurado una cosa con tan
rotundidad al día siguiente hicieron lo contrario. No pueden mentirnos más,
pues no son los españoles quienes designan sus destinos; eso se hace desde un
lugar, Bruselas, por medio de una persona, Merkel.
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