sábado, 30 de marzo de 2013

Secretos, rumores y demás dislates. A propósito de Willendorf



Otro momento aciago. Dedicado a otra de mis camisetas de la que me he visto obligado a desprenderme en esta mi nueva reestructuración vital. Dónde quieras que estés…

Hace relativamente poco tiempo, con motivo de los fastos que celebraban el descubrimiento en 1908 de la famosa estatuilla conocida popularmente como Venus de Willendorf, un responsable del Museo de Historia Natural de Viena ponía en entredicho el valor científico de la figura en cuestión. Lo que puede traducirse a un lenguaje particular de manera más simple y evidente: el descubrimiento de la pequeña Venus supuso uno de esos hallazgos que forman parte del imaginario colectivo en torno al escurridizo mundo de la arqueología (y más de la Prehistoria) por la espectacularidad del descubrimiento, pero que, debido a la ausencia de más datos que complementen la información que de por sí ofrece la figura, poco más se puede decir de la misma con una mínima certeza. Una consideración comedida y acertada en un mundo, el pseudo – científico y académico del estudio de las antigüedades, donde suelen primar las certezas absolutas, las verdades apriorísticas y los dogmas de fe estigmatizantes.

La figura como tal es una nimiedad que apenas sobrepasa los diez centímetros de altura. Sin embargo, la cuestión del tamaño por un momento será indiferente ya que este es el típico ejemplo de preferencia por la calidad y no por la cantidad. En esos escasos y vergonzantes centímetros, nuestra pequeña estatuilla revela toda su gloria en sus orondas y portentosas formas. Por otra parte, toda la grandiosidad femenina, sus carnes trémulas y poderosas, se concentra allí donde es mejor hacer una decorosa omisión. Qué mente tan calenturienta la de aquel nuestro primo primitivo que se deleita con insana obsesión en las partes pudendas de la anatomía femenina. Y las exagera de una forma presuntuosa para regodearse aún más en sus pensamientos impuros. Cuánta lascivia esconde los tonos rojizos de la piedra impregnada en el ocre terrenal…

Poca más historia se puede afirmar de nuestra querida protagonista. Durante milenios, ya que se estima que su factura puede rastrearse cronológicamente en torno a hace unos veinte o veintidós mil años, durmió el sueño de los justos en las frías profundidades de las inclementes tierras austriacas. En 1908 volvió a desperezarse cuando vio la luz de la mano de Josef Szombathy y a partir de entonces, la ciencia se convirtió en leyenda y el mito exigió su tributo de verdad.

Son muchas las hipótesis que justifican la regordeta Venus de Willendorf. Algunas de ellas interesadas y muchas de ellas disparatadas. Pero sobre todo abundan las intransigentes y maleducadas que pretenden alzarse con la corona de la verdad a costa de denostar a las demás. Se habló de un ideal de belleza. Si el apetito lascivo del genio creador primitivo se sació con la figurilla que ahora nos trae entre manos, no es menos pecaminoso el ambiente decimonónico de sesudos pensadores obsesionados por todo aquello que sonase a sexo primitivo y salvaje. Cuántas mentes retorcidas y lujuriosas imbuidas de esa falsa doble moral que tanto imperó en la Europa de principios del XX vieron satisfechos sus deseos más ocultos con aquella rotunda figura, mórbida y plena de carnes. Para otros, la mayestática figura femenina tallada en la caliza representaría alguna deidad, una especie de diosa – madre primitiva asociada con la fertilidad y la fecundidad. Demasiado evidente, demasiado palpable en sus formas exageradas, en esos dos grandes pechos que caen sobre su prominente barriga y sobre los que apoya sus minúsculos brazos. El rostro desnudo, invisible al ojo humano, oculta lo que no debe ser contemplado. O puede que simplemente representase un amuleto. El ser humano necesita tanto creer en los buenos designios y forzar las voluntades… Y sus formas rellenas y satisfechas quizás representasen la abundancia y la riqueza de una sociedad en la que el máximo objeto de cambio sea el alimento.

La Venus de Willendorf no ofrece datos de especial relevancia científica. En todo caso, muchas dudas, hipótesis, conjeturas… todas igual de válidas y todas igual de perniciosas. Mientras tanto, su rostro invisible quizás oculte la sonrisa picarona y satisfecha de la que observa complacida como las mentes más preclaras devanan sus cabecitas tratando de hallar verdades que nunca han existido ni existirán.

A mi camiseta, en Valencia a veintiocho de marzo de dos mil trece.

Luis Pérez Armiño



No hay comentarios:

Publicar un comentario