Una
gran marea roja, lenta ante las lágrimas, recorre a un kilómetro por hora el
último adiós del presidente venezolano. No es más que el justo colofón para una
vida complicada y a marchas forzadas de un hombre que decidió asirse con fuerza
al vagón de cola de la historia de las leyendas y los mitos. Todos los
analistas, sean pretenciosos inquisidores de los sectores más conservadores que
han atacado y denigran la figura de Chávez, sean iluminados izquierdistas
llorando la muerte del último icono, coinciden en lo mismo: ha desaparecido uno
de los últimos símbolos de Latinoamericana. América del sur, la poblada y
repoblada por agentes hispanos, pobre y desdichada y sometida una y otra vez a
los designios del imperio, ya sea este vecino o de ultramar, es caldo de
cultivo adecuado para crear figuras heroicas de sencillo engrandecimiento. Y
ahí va el último, glorioso y triunfante, en medio de su marea roja.
Y
Chávez no murió, sembró los corazones de todos los venezolanos; de todos los
hispanoamericanos; sembró su semilla en todo el mundo donde se llora con
lágrimas vivas la pérdida del líder. Nadie, absolutamente nadie, se ha mostrado
indiferente ante la desaparición del comandante. Personaje de calado político,
de carisma insondable, ha sabido construir en vida su portentoso nicho que
guardará sus restos, los físicos, los reales y los ficticios, para siempre
jamás.
Es
fácil encontrar la crítica y el perjurio fácil y chabacano contra el
comandante. Nos lo ha demostrado la prensa nacional que se ha lanzado a
degüello para tratar de calmar cualquier atisbo de divinización del líder.
Todos los medios españoles, absolutamente todos, han lanzados sus editoriales y
sus columnas de opinión contra Chávez. Detrás de las falsas condolencias, de
los pésames hipócritas y blanqueados de los plumillas y chupatintas españoles
que dominan los medios de comunicación, se escondía el suspiro de alivio de
quienes saben que acaba de desaparecer un enemigo. Un adversario fuerte, tan
sumamente potente, que desde las sombras seguirá ejerciendo su particular
magisterio contra las desigualdades, contra la pobreza, contra el reparto
injusto de los beneficios y contra los desmanes que en nombre de la economía
mundial o de la falsa democracia hacen los poderosos de todo el mundo. Un rayo
de luz ilumina los jardines y los pulcros edificios de todas las cancillerías occidentales;
pero todo el sol brilla por doquier entre los desamparados y los olvidados del
mundo. Chávez está más vivo que nunca, inundando las almas para insuflar el
espíritu revolucionario.
Populista,
pendenciero, dictador, pirómano del verbo y oportunista zafio e ignorante. Con
su porte militar y sus extravagancias de megalómano dispuesto a la
escenificación efectista, sus detractores no tardaron en encontrar la línea de
flotación sobre la que dirigir sus dardos envenenados. En España chocó con la
incomprensión de los dos grandes y sus respectivos séquitos. Al fin y al cabo,
atacó por igual al poderoso Grupo Santander como a los vecinos de la acera de
enfrente, los vascos del BBVA; o lo que es lo mismo, cargó contra los
principales valedores de la podrida y corrupta política española. Y ese ataque
valiente y a pecho descubierto encontró eco en los voceros de los mandatarios
españoles, y toda la prensa, la tradicional, la monárquica, la progresista, la
de derechas y la de izquierdas, cargó sus tintas contra el que llamaban
dictador.
Las
columnas de opinión nacionales, dentro de lo que suele corresponderse con su
forma de actuar haciendo alarde de esa “imparcialidad” y “objetividad” que
define a la prensa española, obvió la reciente historia venezolana; olvidó la
perniciosa alternancia política que bajo la supuesta democracia descendió al
país a los infiernos de la pobreza y la desigualdad extrema e
institucionalizada. Es difícil comprender a Sudamérica desde las poltronas
ciegas a los sufrimientos seculares de un continente; es imposible comprender a
todo un pueblo cuando la bruma del extenso mar Océano impide la vista.
Chávez
nunca interrumpió su mandato durante catorce años (los dos últimos lastrados
por el voraz cáncer). Por encima de los datos macroeconómicos, existentes y
favorables al balance bolivariano, por encima de una extensa carrera electoral
en la que siempre triunfó, existe la devolución magistral de la dignidad a un
pueblo y a todo un continente. Su gran sueño, la alianza de las Américas
progresistas, igualitarias, libres, formando un frente común contra la amenaza
tan tangible del imperio del mal, tan cercano el olor al azufre de los
infiernos, encontró pronto eco esperanzado en el resto de Iberoamérica. Parecía
posible la conquista y la asunción de la nueva bandera de una dignidad hasta
ahora aplastada por las ansias de poder y riqueza de las oligarquías mandadas
desde el viejo continente o desde los pasillos y despachos de la Casa Blanca. Chávez
se convirtió en el comandante de los pueblos dignos y libres...
Hoy,
hay quienes suspiran entre aliviados y temerosos, mirando hacia un futuro
incierto. Venezuela es una pieza demasiado importante en el puzzle sudamericano.
Nadie sabe a ciencia cierta qué es lo que puede ocurrir. Mientras, Caracas
llora su marea roja despidiendo al presidente de las alocuciones televisivas,
de lengua suelta pero ante todo certera, del hombre que soñó con investir a
todo un pueblo, el iberoamericano, de una dignidad arrebatada durante siglos. Hoy
su muerte se ha sembrado en millones de corazones.
Luis
Pérez Armiño
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