sábado, 9 de marzo de 2013

Aló Presidente



Una gran marea roja, lenta ante las lágrimas, recorre a un kilómetro por hora el último adiós del presidente venezolano. No es más que el justo colofón para una vida complicada y a marchas forzadas de un hombre que decidió asirse con fuerza al vagón de cola de la historia de las leyendas y los mitos. Todos los analistas, sean pretenciosos inquisidores de los sectores más conservadores que han atacado y denigran la figura de Chávez, sean iluminados izquierdistas llorando la muerte del último icono, coinciden en lo mismo: ha desaparecido uno de los últimos símbolos de Latinoamericana. América del sur, la poblada y repoblada por agentes hispanos, pobre y desdichada y sometida una y otra vez a los designios del imperio, ya sea este vecino o de ultramar, es caldo de cultivo adecuado para crear figuras heroicas de sencillo engrandecimiento. Y ahí va el último, glorioso y triunfante, en medio de su marea roja.

Y Chávez no murió, sembró los corazones de todos los venezolanos; de todos los hispanoamericanos; sembró su semilla en todo el mundo donde se llora con lágrimas vivas la pérdida del líder. Nadie, absolutamente nadie, se ha mostrado indiferente ante la desaparición del comandante. Personaje de calado político, de carisma insondable, ha sabido construir en vida su portentoso nicho que guardará sus restos, los físicos, los reales y los ficticios, para siempre jamás.

Es fácil encontrar la crítica y el perjurio fácil y chabacano contra el comandante. Nos lo ha demostrado la prensa nacional que se ha lanzado a degüello para tratar de calmar cualquier atisbo de divinización del líder. Todos los medios españoles, absolutamente todos, han lanzados sus editoriales y sus columnas de opinión contra Chávez. Detrás de las falsas condolencias, de los pésames hipócritas y blanqueados de los plumillas y chupatintas españoles que dominan los medios de comunicación, se escondía el suspiro de alivio de quienes saben que acaba de desaparecer un enemigo. Un adversario fuerte, tan sumamente potente, que desde las sombras seguirá ejerciendo su particular magisterio contra las desigualdades, contra la pobreza, contra el reparto injusto de los beneficios y contra los desmanes que en nombre de la economía mundial o de la falsa democracia hacen los poderosos de todo el mundo. Un rayo de luz ilumina los jardines y los pulcros edificios de todas las cancillerías occidentales; pero todo el sol brilla por doquier entre los desamparados y los olvidados del mundo. Chávez está más vivo que nunca, inundando las almas para insuflar el espíritu revolucionario.

Populista, pendenciero, dictador, pirómano del verbo y oportunista zafio e ignorante. Con su porte militar y sus extravagancias de megalómano dispuesto a la escenificación efectista, sus detractores no tardaron en encontrar la línea de flotación sobre la que dirigir sus dardos envenenados. En España chocó con la incomprensión de los dos grandes y sus respectivos séquitos. Al fin y al cabo, atacó por igual al poderoso Grupo Santander como a los vecinos de la acera de enfrente, los vascos del BBVA; o lo que es lo mismo, cargó contra los principales valedores de la podrida y corrupta política española. Y ese ataque valiente y a pecho descubierto encontró eco en los voceros de los mandatarios españoles, y toda la prensa, la tradicional, la monárquica, la progresista, la de derechas y la de izquierdas, cargó sus tintas contra el que llamaban dictador.
Las columnas de opinión nacionales, dentro de lo que suele corresponderse con su forma de actuar haciendo alarde de esa “imparcialidad” y “objetividad” que define a la prensa española, obvió la reciente historia venezolana; olvidó la perniciosa alternancia política que bajo la supuesta democracia descendió al país a los infiernos de la pobreza y la desigualdad extrema e institucionalizada. Es difícil comprender a Sudamérica desde las poltronas ciegas a los sufrimientos seculares de un continente; es imposible comprender a todo un pueblo cuando la bruma del extenso mar Océano impide la vista.

Chávez nunca interrumpió su mandato durante catorce años (los dos últimos lastrados por el voraz cáncer). Por encima de los datos macroeconómicos, existentes y favorables al balance bolivariano, por encima de una extensa carrera electoral en la que siempre triunfó, existe la devolución magistral de la dignidad a un pueblo y a todo un continente. Su gran sueño, la alianza de las Américas progresistas, igualitarias, libres, formando un frente común contra la amenaza tan tangible del imperio del mal, tan cercano el olor al azufre de los infiernos, encontró pronto eco esperanzado en el resto de Iberoamérica. Parecía posible la conquista y la asunción de la nueva bandera de una dignidad hasta ahora aplastada por las ansias de poder y riqueza de las oligarquías mandadas desde el viejo continente o desde los pasillos y despachos de la Casa Blanca. Chávez se convirtió en el comandante de los pueblos dignos y libres...

Hoy, hay quienes suspiran entre aliviados y temerosos, mirando hacia un futuro incierto. Venezuela es una pieza demasiado importante en el puzzle sudamericano. Nadie sabe a ciencia cierta qué es lo que puede ocurrir. Mientras, Caracas llora su marea roja despidiendo al presidente de las alocuciones televisivas, de lengua suelta pero ante todo certera, del hombre que soñó con investir a todo un pueblo, el iberoamericano, de una dignidad arrebatada durante siglos. Hoy su muerte se ha sembrado en millones de corazones.

Luis Pérez Armiño

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