domingo, 9 de marzo de 2014

El juicio de Paris

Reunión de pastores, oveja muerta…

O al menos eso se pensaba en los pasillos de la delegación regional de Public Felt Paper Co. cuando el Sr. Redneck, don James, cerraba la puerta de la “Sala de Reuniones Directivas y del Consejo de Administración”. Ese inconfundible sonido gravitaba e inundaba todos los espacios de la delegación. No había despacho ni oficina, ni aseo ni máquina de café que no retumbase ante el eco, por muy lejano que fuese, de la puerta de aquella sala. Los trabajadores, los empleados y demás chupatintas y subalternos en general temblaban mientras sentían un gélido aliento en sus nucas. Nunca podía salir nada bueno para ellos de aquella “Sala de Reuniones Directivas y del Consejo de Administración”.

O al menos ese rumor corría entre la plebe que habitaba los submundos de la delegación regional de Public Felt Paper Co. Sería objeto de digno interés una investigación cualificada sobre el nacimiento, evolución y muerte de los rumores de oficinas. Las noticias más insignificantes se convertían en titulares a toda página que llegaban a todos los rincones de la delegación. Todo el mundo, desde los sótanos a los áticos se daba por enterado de cualquier asunto relativo a la marcha de los negocios de Public Felt Paper Co. De hecho, todos y cada uno de los trabajadores se empeñaban hasta la saciedad para colgarse la medalla de ser cada uno de ellos el primero en haber recibido la primicia de boca del mismísimo don James.

Cuando la puerta se cerraba, los trabajadores se agazapaban tratando de evitar las incongruentes órdenes de James, se escondían como animalillos amedrentados. Sus ojos observaban con temor las consignas sin sentido y estúpidas saliesen de aquella reunión. Los trabajadores creían que en sus escondites estarían a salvo de las ridículas ordenanzas que James dictaba en esa sala.
¡Antropólogos y sociólogos del mundo, uníos e investigad el apasionante caso de la rumorología en la delegación regional de Public Felt Paper Co.!

James, mezquino y perverso, tenía entre sus aficiones más placenteras ver a sus trabajadores, mentes incultas, ignorantes y, muchas veces, incapaces, devanarse los sesos tratando de averiguar el origen y causa de los muchos rumores que el propio James, por simple diversión, se encargaba de divulgar. Sólo James era capaz de convertir en noticia cierta y verdadera cualquier rumor que manase de su flácida boca. Era una especie de rey Midas del cuchicheo, pero moderno y miserable.

Sin embargo, durante la reunión presente no se trataría de ningún asunto de interés para la empresa en general ni para sus trabajadores en particular. James se sentía magnánimo. Por esta vez, perdonaría a sus lacayos. Se sentía en muy buena compañía y eso le hacía feliz. Su rostro sonreía satisfecho ante aquella pequeña camarilla que había logrado reunir en la “Sala de Reuniones Directivas y del Consejo de Administración”. 

Luis Pérez Armiño


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