Reunión de pastores, oveja muerta…
O al menos eso se
pensaba en los pasillos de la delegación regional de Public Felt Paper
Co. cuando el Sr. Redneck, don James, cerraba la puerta de la “Sala de
Reuniones Directivas y del Consejo de Administración”. Ese inconfundible
sonido gravitaba e inundaba todos los espacios de la delegación. No
había despacho ni oficina, ni aseo ni máquina de café que no retumbase
ante el eco, por muy lejano que fuese, de la puerta de aquella sala. Los
trabajadores, los empleados y demás chupatintas y subalternos en
general temblaban mientras sentían un gélido aliento en sus nucas. Nunca
podía salir nada bueno para ellos de aquella “Sala de Reuniones
Directivas y del Consejo de Administración”.
O al menos
ese rumor corría entre la plebe que habitaba los submundos de la
delegación regional de Public Felt Paper Co. Sería objeto de digno
interés una investigación cualificada sobre el nacimiento, evolución y
muerte de los rumores de oficinas. Las noticias más insignificantes se
convertían en titulares a toda página que llegaban a todos los rincones
de la delegación. Todo el mundo, desde los sótanos a los áticos se daba
por enterado de cualquier asunto relativo a la marcha de los negocios de
Public Felt Paper Co. De hecho, todos y cada uno de los trabajadores se
empeñaban hasta la saciedad para colgarse la medalla de ser cada uno de
ellos el primero en haber recibido la primicia de boca del mismísimo
don James.
Cuando la puerta se cerraba, los trabajadores
se agazapaban tratando de evitar las incongruentes órdenes de James, se
escondían como animalillos amedrentados. Sus ojos observaban con temor
las consignas sin sentido y estúpidas saliesen de aquella reunión. Los
trabajadores creían que en sus escondites estarían a salvo de las
ridículas ordenanzas que James dictaba en esa sala.
¡Antropólogos
y sociólogos del mundo, uníos e investigad el apasionante caso de la
rumorología en la delegación regional de Public Felt Paper Co.!
James,
mezquino y perverso, tenía entre sus aficiones más placenteras ver a
sus trabajadores, mentes incultas, ignorantes y, muchas veces,
incapaces, devanarse los sesos tratando de averiguar el origen y causa
de los muchos rumores que el propio James, por simple diversión, se
encargaba de divulgar. Sólo James era capaz de convertir en noticia
cierta y verdadera cualquier rumor que manase de su flácida boca. Era
una especie de rey Midas del cuchicheo, pero moderno y miserable.
Sin
embargo, durante la reunión presente no se trataría de ningún asunto de
interés para la empresa en general ni para sus trabajadores en
particular. James se sentía magnánimo. Por esta vez, perdonaría a sus
lacayos. Se sentía en muy buena compañía y eso le hacía feliz. Su rostro
sonreía satisfecho ante aquella pequeña camarilla que había logrado
reunir en la “Sala de Reuniones Directivas y del Consejo de
Administración”.
Luis Pérez Armiño
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