domingo, 19 de enero de 2014

La Fundación de Ayuda al Menesteroso y Socorro al Desvalido



Dicen que no es conveniente que la mano derecha se entere de lo que hace la izquierda. Y viceversa. Se comenta en determinados círculos bienintencionados que la acción generosa consiste en dar sin esperar nada a cambio. Incluso, se ha asegurado en algunas ocasiones que el que ofrece su ayuda de forma gratuita encuentra una satisfacción infinita en sus actos altruistas y desinteresados.

Algunos estudios y muchos ingenuos consideran que el hombre, por supuesto también la mujer, es bueno (y buena) por naturaleza. Se ha llegado a afirmar que existe una especie de corriente invisible que promueve la bondad humana para con el resto de nuestros congéneres y demás ocupantes y habitantes del planeta Tierra.

Mentiras y sandeces escritas en letras doradas y mayúsculas que sólo pretenden engalanar la miseria humana.

No existen actos desinteresados; el altruismo generoso y benefactor es una inmundicia creada por mentes avariciosas y egoístas que buscan limpiar y justificar sus pecaminosos actos; la verdadera satisfacción no se encuentra en la acción de dar o de ofrecer, sino en la de recibir más y más; y nuestras buenas acciones deben ser aireadas a diestro y siniestro para satisfacer y alimentar nuestros egos hambrientos pero a la vez obesos y grasientos. Es la especie humana, la razón humana y la bondad humana. Cualquier concepto que se califique de humano ha de entenderse como una acción despiadada y cruel, egoísta e interesada.

La historia y razón de ser de la Fundación de Ayuda al Menesteroso y Socorro al Desvalido de Public Felt Paper Co. (en adelante, la Fundación) es corta. Nació en el año 1998 al amparo de uno de esos ciclos económicos que se califican como de bonanza. Entre los legisladores y mandamases nacionales se consideraba necesario que las grandes empresas, tocadas por la varita mágica del balance de cuentas positivo, debían devolver parte (mínima) de esas ganancias a la sociedad que tantas alegrías les proporcionaba. Se trataba de una especie de patrocinio cultural o social a cargo de grandes corporaciones y firmas. Éstas debían invertir parte de sus beneficios en programas destinados a satisfacer las demandas culturales de la plebe o a tratar de paliar los problemas que suelen aquejar a pobres y demás gentes de mal vivir. Pero lo más insultantemente asombroso es que esas inversiones, canalizadas a través de distintas fundaciones, merecían, a ojos de la hacienda pública, una generosa compensación en las obligaciones fiscales de la empresa en cuestión. El negocio era redondo.

Toda empresa de cierto renombre disponía de su propia fundación que encauzaba su obra social en cuestión. La empresa matriz Public Felt Paper Co. disponía de la suya dedicada a las actividades más variopintas. Sin embargo, hecho inusual, la delegación regional en Pooltron City disponía de su propia fundación. ¿Por qué? Es una respuesta simple. Las fundaciones solían hacer y deshacer a su antojo en las más variadas, inútiles y estúpidas actividades. Sin embargo, ofrecían unos servicios muy convenientes a los grandes hombres de la pacata política local y los poderosos jerifaltes de las industrias más boyantes de la económica regional: entretener a sus señoras y esposas. Mientras ellas se dedicaban a sus actividades sociales y culturales al amparo de la fundación (por supuesto, agraciadas por una generosa contribución económica en forma de abultados salarios a cargo de las cuentas de la fundación, a su vez sustentada en abultadas subvenciones públicas) sus esposos y maridos podían disfrutar su tiempo libre alejados de las mojigatas e irritantes súplicas de sus señoras y esposas.  

La Fundación se convirtió en un nido insalubre de harpías y víboras de lengua bífida y asesina. Con el visto bueno del responsable regional de Public Felt Paper Co. el señor Redneck, la Fundación se convirtió en el refugio donde los mandamases de Pooltron City abandonaban a sus señoras, mujeres vacías de contenido y esencia, que sentían así satisfechas sus ansias de figurar de recepciones y actos de supuesto contenido cultural y valor social, pero tremendamente vacíos e inútiles, mutilados hasta la estupidez más apabullante por la incompetencia de esas mujeres altaneras, descaradas y arrogantes. Debajo de sus trajes estridentes, detrás de sus armazones cargados de oro y joyas, sólo existía un fondo de imbecilidad hiriente e insana.

Esas mujeres, un canto a la ignorancia más atrevida, a la desfachatez de una educación mal comprendida y al orgullo altivo siempre proclive al desprecio hacia los demás, dirigían con mano de hierro y estridentes gritos los designios de Public Felt Paper Co. y de todos sus habitantes.

Luis Pérez Armiño


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