Dicen
que no es conveniente que la mano derecha se entere de lo que hace la izquierda. Y
viceversa. Se comenta en determinados círculos bienintencionados que la acción
generosa consiste en dar sin esperar nada a cambio. Incluso, se ha asegurado en
algunas ocasiones que el que ofrece su ayuda de forma gratuita encuentra una
satisfacción infinita en sus actos altruistas y desinteresados.
Algunos
estudios y muchos ingenuos consideran que el hombre, por supuesto también la
mujer, es bueno (y buena) por naturaleza. Se ha llegado a afirmar que existe
una especie de corriente invisible que promueve la bondad humana para con el
resto de nuestros congéneres y demás ocupantes y habitantes del planeta Tierra.
Mentiras
y sandeces escritas en letras doradas y mayúsculas que sólo pretenden engalanar
la miseria humana.
No
existen actos desinteresados; el altruismo generoso y benefactor es una
inmundicia creada por mentes avariciosas y egoístas que buscan limpiar y
justificar sus pecaminosos actos; la verdadera satisfacción no se encuentra en
la acción de dar o de ofrecer, sino en la de recibir más y más; y nuestras
buenas acciones deben ser aireadas a diestro y siniestro para satisfacer y
alimentar nuestros egos hambrientos pero a la vez obesos y grasientos. Es la
especie humana, la razón humana y la bondad humana. Cualquier concepto que se
califique de humano ha de entenderse como una acción despiadada y cruel,
egoísta e interesada.
La
historia y razón de ser de la Fundación de Ayuda al Menesteroso y Socorro al
Desvalido de Public Felt Paper Co. (en adelante, la Fundación) es corta. Nació
en el año 1998 al amparo de uno de esos ciclos económicos que se califican como
de bonanza. Entre los legisladores y mandamases nacionales se consideraba
necesario que las grandes empresas, tocadas por la varita mágica del balance de
cuentas positivo, debían devolver parte (mínima) de esas ganancias a la
sociedad que tantas alegrías les proporcionaba. Se trataba de una especie de
patrocinio cultural o social a cargo de grandes corporaciones y firmas. Éstas
debían invertir parte de sus beneficios en programas destinados a satisfacer
las demandas culturales de la plebe o a tratar de paliar los problemas que suelen
aquejar a pobres y demás gentes de mal vivir. Pero lo más insultantemente
asombroso es que esas inversiones, canalizadas a través de distintas
fundaciones, merecían, a ojos de la hacienda pública, una generosa compensación
en las obligaciones fiscales de la empresa en cuestión. El negocio era redondo.
Toda
empresa de cierto renombre disponía de su propia fundación que encauzaba su
obra social en cuestión. La empresa matriz Public Felt Paper Co. disponía de la
suya dedicada a las actividades más variopintas. Sin embargo, hecho inusual, la
delegación regional en Pooltron City disponía de su propia fundación. ¿Por qué?
Es una respuesta simple. Las fundaciones solían hacer y deshacer a su antojo en
las más variadas, inútiles y estúpidas actividades. Sin embargo, ofrecían unos
servicios muy convenientes a los grandes hombres de la pacata política local y
los poderosos jerifaltes de las industrias más boyantes de la económica
regional: entretener a sus señoras y esposas. Mientras ellas se dedicaban a sus
actividades sociales y culturales al amparo de la fundación (por supuesto,
agraciadas por una generosa contribución económica en forma de abultados
salarios a cargo de las cuentas de la fundación, a su vez sustentada en
abultadas subvenciones públicas) sus esposos y maridos podían disfrutar su
tiempo libre alejados de las mojigatas e irritantes súplicas de sus señoras y
esposas.
La
Fundación se convirtió en un nido insalubre de harpías y víboras de lengua
bífida y asesina. Con el visto bueno del responsable regional de Public Felt
Paper Co. el señor Redneck, la Fundación se convirtió en el refugio donde los
mandamases de Pooltron City abandonaban a sus señoras, mujeres vacías de
contenido y esencia, que sentían así satisfechas sus ansias de figurar de
recepciones y actos de supuesto contenido cultural y valor social, pero
tremendamente vacíos e inútiles, mutilados hasta la estupidez más apabullante por
la incompetencia de esas mujeres altaneras, descaradas y arrogantes. Debajo de
sus trajes estridentes, detrás de sus armazones cargados de oro y joyas, sólo
existía un fondo de imbecilidad hiriente e insana.
Esas
mujeres, un canto a la ignorancia más atrevida, a la desfachatez de una
educación mal comprendida y al orgullo altivo siempre proclive al desprecio
hacia los demás, dirigían con mano de hierro y estridentes gritos los designios
de Public Felt Paper Co. y de todos sus habitantes.
Luis Pérez Armiño
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