Querido espíritu del 2014:
Mi nombre es James Redneck. Seguramente me conocerás
de otros relatos estúpidos y de absurdas historias. Incluso, en algún momento
de desesperada necesidad he lanzado mis palabras contra el papel para buscar tu
auxilio y consuelo.
Los cristales de la ventana están empañados. En la
calle una luz amarillenta ilumina débilmente una escasa zona empedrada del
sucio asfalto. Los copos de la nieve caen sin cesar y un niño harapiento tirita
acurrucado en un portal. En breve, las bajas temperaturas acabarán para siempre
con ese tembloroso cuerpo. El destino cruel se mofará de ese tierno niño y
acurrucará su eterno descanso entre algodones y placenteros sueños que
disimularán su final fatal. Y yo, James Redneck, me creo poderoso y altivo.
Observo como sus párpados se cierran lentamente. Sólo tendría que abrir la
puerta de mi modesto apartamento. Por lo menos los radiadores funcionan a toda
máquina estos endiablados y congelados días de invierno. Y decido no hacer
nada. Cierro la contraventana y abandono a su suerte a ese pobre infeliz. No es
mi asunto.
Arropado por el calor he decidido dormir todos estos
días. Aquel pobre diablo infantil, seguramente convertido ahora en un rígido y
frío cadáver, baila de vez en cuando en mis sueños. Sus ojos llorosos me miran
implorando un poco de calor. Pero su recuerdo se pierde en la bruma de mi
tórrida imaginación. Al fin y al cabo, qué me puede proporcionar ese desvalido
compañero. Si acaso se tratase de una voluptuosa presencia femenina que no
hubiese dudado en darle cobijo para que acompañase mis noches. Bajo el pretexto
de una cena caliente y una cama mullida hubiese ofrecido mi lecho a cualquier mujer
que implorase mis cuidados. Pero era un simple e improductivo niño que prefiero
borrar de mi mente.
No me culpes, maldito espíritu del Año Nuevo. Tú mismo
te haces acompañar de gélidos fríos y de interminables ventiscas. Engalanas tu
triunfal entrada con magníficos mantos de espesa nieva que cubre sin remedio la
ciudad. Exiges tus sacrificios y la sangre de los pobres incautos que caen bajo
las feroces fauces de las tempestades invernales. Eres tan culpable como yo.
Intentas ocultar tus remordimientos bajo extrañas e interminables festividades
que ahogan cualquier recuerdo bajo el peso del alcohol. Y mientras la
conciencia enmudece atiborrada y saciada, ese triste niño culmina su corta vida
acurrucado en un gris y frío portal.
En algunos momentos, ciertos sentimientos me retuercen
las entrañas. La ansiedad se apodera de mi pecho y me entorpece la respiración.
Sabes que soy persona de poco escrúpulo y que no dudo en mis viles actos. Pero,
en ocasiones, pocas, creo sentir algo parecido al remordimiento. Por eso, a
través de este escrito, sólo te solicito que para este nuevo año que entra
elimines de mi cualquier atisbo de culpa o de arrepentimiento. No podría
soportar la vista de ese escuálido niño alterando mi sueño y mi descanso una
vez más. Por eso, por favor, llévate no sólo su cuerpo; también su alma. Y
borra cualquier huella de su presencia, de su famélico y agotado rostro, de mi
sucia y obscena mente.
A la espera de tu respuesta, se despide atentamente,
Firmado, en Pooltron City a día dos de enero de dos
mil catorce, James Redneck
Luis Pérez Armiño
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