Todo aquel que intenta imponerse a la voluntad de los
dioses acaba pagando su osadía. El hombre debe enfrentarse a retos asumibles a
sus cualidades, de no ser así puede caer en la tragedia que acogió a Capaneo.
Cuenta la leyenda que el príncipe de Argos, Capaneo, era
un guerrero fuerte y valeroso, sin rival entre los mortales. A sabiendas de
ello, dejó que su imaginación volara por encima de su sensatez, creyendo que
conseguiría todo aquello que se le antojase y que vencería a quien se pusiese
en su camino. La soberbia del príncipe no conocía límites.
El muy impío y blasfemo llegó ante la muralla de Tebas, ciudad
protegida por los dioses, y proclamó que ningún dios iba a evitar que quemase
la ciudad. Incluso, en un arrojo de bravuconería, hizo grabar en su escudo a un
hombre desarmado portando una antorcha con una inscripción en letras
de oro: “Yo incendiaré a Tebas”.
Hartos de tal infamia los dioses pidieron a Zeus que
tomara partido ante las blasfemas jactancias del soberbio o que, en su defecto,
les dejara actuar a ellos. Pero fue el propio Zeus quién decidió dar castigo a tan
altanero personaje y bastó tan solo un divino rayo del padre de los olímpicos
para fulminar a Capaneo.
Tuvo que enterarse, una vez muerto, que su soberbia había
costado una vida más, pues en el siguiente trayecto que hizo Caronte, después de
dejarle a él en la otra rivera del Aqueronte, venía su esposa Evadne. Tanto
amor le profesaba su esposa que no pudiendo resistir su muerte, se lanzó a su
pira funeraria dejándose la vida por ternura.
La vida es un regalo único como para desperdiciarlo y más
si, por una majadería, te llevas la existencia de otra persona, la de tu amada.
Son muchos los que ejercen despóticamente su poder pensando que son
invencibles. Capaneo se dio cuenta que los dioses están por encima de cualquier
humano. Ostromón pudo comprobar que no era el más poderoso de los hombres. Así una larga lista de seres que aprendieron la lección demasiado tarde.
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