martes, 29 de mayo de 2012

La otra Justicia


Paseaban tranquilamente por el bosque un niño y su abuelo. Solían hacerlo con frecuencia, pues disfrutaban el uno del otro. El niño provisto de esa indiscreción que proporciona la edad en la que todo se quiere saber, preguntaba incesantemente a su abuelo sobre todo aquello que le llamaba la atención. El abuelo, por su parte, se regocijaba complaciendo la inocente naturaleza curiosa del vástago.

Ese día el muchacho le preguntó sobre los actos malvados de las personas y cuanto tiempo se podía ser malo. El abuelo le habló de la diosa Temis y le dijo que ella era la encargada de administrar la justicia, de castigar a los perversos. Le explicó que en el mundo de los hombres existían actos que no se podían permitir, puesto que provocaban el dolor y la miseria en otros hombres. Aquellos que vivieran en el mal debían rendir cuentas a Temis.

Prosiguieron caminando en silencio, pero el abuelo se percató que el niño había adoptado un gesto de preocupación, como si aquello que le acababa de explicar no hubiese sido de su entera satisfacción. Abordó al muchacho acerca de la cuestión que le provocaba la congoja. Él, en un principio rehuyó el interrogatorio del abuelo, pero acabó cediendo ante la insistencia del anciano. Le explicó que había un niño mayor que siempre que le veía le pegaba, le quitaba lo que tenía y le insultaba. Preguntó al abuelo sobre la razón de que Temis no castigara a aquel que le causaba dolor.

Empezaba a caer la noche y comenzaron el regreso al hogar. El chico se quedó mirando a la espera de una contestación y el anciano resopló ante la dificultad que se le presentaba. Tras un breve periodo de reflexión le dijo al muchacho que no siempre que se cometía una injusticia recibía castigo inmediato. Le explicó que no todos los malos actos causan el mismo daño y algunos no están sujetos a condena, pues estos son muchos y Temis solo puede ocuparse de los que revisten una mayor gravedad. A lo que el muchacho respondió si tenía que soportar eternamente esa humillación de la que era víctima.

El abuelo se sentó sobre el tronco de un árbol caído e invitó a su joven compañero a hacer lo propio. Una vez acomodados los dos el abuelo pasó su brazo sobre el hombro del nieto, como queriendo atraer toda su atención. Una vez acomodados le preguntó si conocía a Némesis, a lo que el pequeño respondió que no. Le habló de los males que se escapaban a la voluntad de Temis. Se refirió a ingratos, perjuros, orgullosos e inhumanos y a los malvados que escapaban de la justicia. Le recordó al ensimismado crío que todo el mal recurrente acaba recibiendo su justo y riguroso castigo, éste recibe el nombre de justicia retributiva o venganza. La diosa Némesis, adorada por muchos y odiada por otros, se encarga de aplicarla. Le dijo al muchacho que no temiera porque tarde o temprano todos los malhechores que escapan de Temis reciben la visita de Némesis. 


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