martes, 15 de mayo de 2012

La tragedia de Orión


No existía en la tierra hombre más fuerte y apuesto que Orión. Diestro cazador, no tardó en llamar la atención de Artemisa, que quedó impresionada con las excepcionales cualidades del joven. Lo acogió bajo su protección y le dio lugar en su séquito, otorgándole trabajos dignos de su virtud.

Joven e impetuoso, Orión despojo la humildad de su cuerpo y se dejó seducir por la fortuna que le arropaba, creyendo que sería eterna. Su vanidad llegó a ser más mortífera que sus saetas. Se jactaba sin pudor alguno de que no había ser en el mundo al que no pudiera dar muerte. Por abrupto que fuese el terrero o por feroz que resultase la presa, el joven se vanagloriaba de salir siempre victorioso del enfrentamiento.

No consideró el joven Orión que su prepotencia insultaba a la Madre Naturaleza, Gea. Su falta de respeto, la soberbia y el menosprecio que sentía por los seres que habitaban en el mundo de Gea ofendía profundamente a ésta. La actitud del muchacho fue tomado por la diosa como un desafío a su poder.

El protegido de Artemisa ajeno al oprobio cometido sobre Gea, continuaba inflándose de gloria a costa de menoscabar a sus víctimas. Quiso la Madre Naturaleza darle un castigo ejemplar y a aquel, que presumía de haber matado los más magnos monstruos que hubiesen habitado la faz de la tierra, le envió a un pequeño ser. La picadura de un escorpión causó la muerte de Orión, cumpliéndose la venganza de Gea.

Desconsolada por tan terrible pérdida, Artemisa pidió a Zeus que la permitiera rendir tributo al muerto y el padre de los olímpicos accedió. Artemisa depositó los restos en el cielo, entre los astros, dando lugar a una de las más hermosas y brillantes constelaciones del universo, la que lleva el nombre del vanidoso joven, Orión.


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