miércoles, 16 de mayo de 2012

Sobre la duda divina


Estando los olímpicos reunidos, como muy pocas veces ocurría, surgió la porfía sobre el hombre. No era cosa rara que discutieran entre deidades, pero el asunto de los humanos creaba un ambiente enrarecido y violento, con posturas encontradas que no dejaban indiferente a nadie.

No fue esta una ocasión diferente y al rato de comenzar la disputa se formó un estrepitoso revuelo, en el que nadie escuchaba a nadie y todos intentaban imponer su criterio. Cada voz era contestada con otra más alta, cruzándose las discusiones y dando lugar a un bullicio que resultaba insoportable. Pero dominaba el afán de imponer criterios sobre el irritante estruendo que se había formado. 

Tras un largo intervalo de enloquecido altercado y aprovechando un inusual silencio, una de las deidades logró silenciar la sala y captar la atención del resto del auditorio.

-Sabed pues que lo que he de deciros será la peana de lo que ha de acontecer en el mundo. No creo que obviemos ninguno de los presentes el mal que acoge al humano, como tampoco desconocemos su naturaleza depredadora. Pero estamos poseídos de una absoluta ignorancia hacia las consecuencias de esa perversidad. Nuestro despotismo, unido a la creencia de que el hombre es un ser ridículo y pusilánime, nos ha colocado la venda en los ojos. Creedme que este es el escenario sobre el que extenderá sus tentáculos en el afán de dominar el universo y no será condescendiente más que a su propia soberbia y avaricia.

Incrédulos, preocupados o simplemente atraídos por el discurso del orador, el resto de los dioses mantenían una insólita atención.

-Cuando todo esto ocurra nosotros seremos responsables de la rapiña injusta, del asesinato, del abuso de poder, de la crueldad, de la prevaricación, de la obcecación, de la necedad, de la simplicidad, de la traición, de la ausencia de  redención y no deseo continuar pues no es mi intención demorar mi intervención más de lo necesario. Solo digo que se tenga en cuenta al ser ridículo y pusilánime, pues es capaz de crecer día a día alimentado por la codicia.

La duda se deslizó en el ambiente, como también en alguno se reflejaba preocupación ¿Será que se había menospreciado en sumo grado al hombre? 

El orador les continuó aleccionando.

-Aun así no seré yo quien dictamine lo que habrá de hacerse, pues no son peores que nosotros. Es más, me atrevo a decir que la única diferencia reside en la inmortalidad y en los poderes que tenemos y que el hombre ansía sobre todas las cosas. Pero de la misma forma que os he advertido de lo que habrá de llegar, también os aseguro que nuestra inmortalidad y poderes jamás los tendrán.


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