Estando los olímpicos reunidos, como muy pocas veces
ocurría, surgió la porfía sobre el hombre. No era cosa rara que discutieran
entre deidades, pero el asunto de los humanos creaba un ambiente enrarecido y violento,
con posturas encontradas que no dejaban indiferente a nadie.
No fue esta una ocasión diferente y al rato de comenzar
la disputa se formó un estrepitoso revuelo, en el que nadie escuchaba a nadie y
todos intentaban imponer su criterio. Cada voz era contestada con otra más alta, cruzándose las discusiones y dando lugar a un bullicio que resultaba insoportable. Pero dominaba el afán de imponer criterios sobre el
irritante estruendo que se había formado.
Tras un largo intervalo de enloquecido altercado y aprovechando un inusual silencio, una
de las deidades logró silenciar la sala y captar la atención del resto del auditorio.
-Sabed pues que lo que he de deciros será la peana de lo
que ha de acontecer en el mundo. No creo que obviemos ninguno de los presentes el
mal que acoge al humano, como tampoco desconocemos su naturaleza depredadora. Pero
estamos poseídos de una absoluta ignorancia hacia las consecuencias de esa
perversidad. Nuestro despotismo, unido a la creencia de que el hombre es un ser
ridículo y pusilánime, nos ha colocado la venda en los ojos. Creedme que este
es el escenario sobre el que extenderá sus tentáculos en el afán de dominar el
universo y no será condescendiente más que a su propia soberbia y avaricia.
Incrédulos, preocupados o simplemente atraídos por el
discurso del orador, el resto de los dioses mantenían una insólita atención.
-Cuando todo esto ocurra nosotros seremos responsables de la rapiña injusta, del asesinato, del abuso de poder, de
la crueldad, de la prevaricación, de la obcecación, de la necedad, de la simplicidad,
de la traición, de la ausencia de redención
y no deseo continuar pues no es mi intención demorar mi intervención más de lo necesario. Solo digo que se tenga en
cuenta al ser ridículo y pusilánime, pues es capaz de crecer día a día
alimentado por la codicia.
La duda se deslizó en el ambiente, como también en alguno se reflejaba preocupación ¿Será que se había menospreciado en sumo grado al
hombre?
El orador les continuó aleccionando.
-Aun así no seré yo quien dictamine lo que habrá de
hacerse, pues no son peores que nosotros. Es más, me atrevo a decir que la
única diferencia reside en la inmortalidad y en los poderes que tenemos y que el
hombre ansía sobre todas las cosas. Pero de la misma forma que os he advertido
de lo que habrá de llegar, también os aseguro que nuestra inmortalidad y
poderes jamás los tendrán.
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