En esta cuestión de las corrientes de pensamiento y actuación
histórica ha cobrado cierto interés en los últimos años todo lo relativo
a la alimentación. Desde la arqueología o a través del estudio de las
fuentes documentales, los investigadores se afanan por trazar las líneas
maestras de acto tan primario como necesario. El hombre, desde que es
hombre, y la mujer, desde que es mujer, necesita urgentemente asegurar
cualquier mecanismo que garantice su subsistencia. Este es el paso
previo que posibilita otro instinto tan fundamental como es el de la
reproducción.
En los caminos de la evolución diacrónica,
los primeros pasos de la especie humana se vieron caracterizados por lo
que se ha dado en llamar los sistemas de cazadores – recolectores. Como
tal, no existía propiamente un sistema productivo. La especie se
conformaba con el aprovechamiento de los recursos que ofrecía la
naturaleza. Así, dentro de esta prehistoria de la producción podemos
distinguir a su vez esos pasos primitivos que se sustentaban en el
aprovechamiento carroñero de los recursos y una posterior mejora
tecnológica que facilitó la participación activa en la obtención de los
recursos: la caza. En ambos casos, la dieta se complementaba con la
actividad recolectora.
Surge entonces un proceso que
algunos historiadores pretenden convertir en momento trascendental en el
camino evolutivo de la especie: la domesticación de plantas y animales.
El antiguo sistema basado en la caza – recolección es sustituido en
parte del planeta por un sistema productivo que se basa en el
aprovechamiento agrícola y ganadero de un determinado número de
especies. El siguiente paso lógico nos lleva a dar un cuantioso salto
cronológico hasta que se produce ese fenómeno sobredimensionado que
supone la industrialización. Algunos investigadores y filósofos
consideran que, a día de hoy (entendiendo este día totalmente ajeno a la
literalidad de su significado; más bien se trataría de una especie de
día cósmico que se sucede durante un número indeterminado de años), nos
encontramos sumidos en medio de un nuevo torbellino que alumbrará una
especie de mundo virtual contra el que ya se han levantado multitud de
voces milenaristas y apocalípticas.
Pues bien, en todo
este entramado, una práctica ha sufrido una peculiar evolución que
merecería ser centro de atención. Al fin y al cabo, puede enseñarnos más
de la propia mente humana que todos los complejos psicoanalíticos
juntos. Se trata de la evolución de la caza.
En un primer
momento, la caza obedece al sentido primario de satisfacer las
necesidades básicas de subsistencia de un determinado grupo humano. Son
muchos los estudios que abordan esta práctica tanto en la propia
historia como en sociedades actuales que siguen fundamentando su
economía en esta actividad. Ahora bien, parece necesario desmentir
aquella afirmación que pretendía ver complicadas prácticas ecológicas en
los pueblos primitivos. Son muchos los estudiosos que afirman, a la luz
de las evidencias etnológicas actuales, que los pueblos primitivos
pueden llegar a practicar la caza de forma masiva; incluso, más allá de
sus necesidades alimentarias básicas. La caza proporciona, además
de los recursos alimentarios, toda una serie de materias primas
fundamentales en los procesos preindustriales de estas comunidades.
Luis Pérez Armiño
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