viernes, 6 de septiembre de 2013

Letravio y su interpretación del mito de la caverna

El conocimiento es un extraño que espera con calma, pues no es la presteza lo que le ha de guiar su naturaleza. El hombre demora el encuentro, mas en el camino queda entretenido con la banalidad.
Poca duda me queda del origen de la ira divina. Desde un principio el hombre extravió el camino. Se esperaba mucho de él, pero renunció a todo aquello que no habría de proporcionarle la felicidad inmediata. Relegó todo aquello que conllevara esfuerzo y no se obtuviera una recompensa tangible. El muy necio quedó atrapado en el mundo material y en él creyó hallar el poder. Se negó la sabiduría y se hizo indigno de los dioses. Quizás sea Platón, en su alegoría de la caverna, quién mejor describa este hecho.
Explicaba Platón que alguien que solo ha visto la sombra del objeto y le han dicho que es el propio objeto, tiene por verídica esta información. El filósofo proponía la cuestión desde una perspectiva explícita. Había un grupo de hombres encadenados de cara a la pared del fondo de una gruta, tras ellos un muro, posteriormente una hoguera y al fondo la salida al mundo del color. Sobre el muro transitan distintos seres, proyectándose su sombra por efecto de la luz de la hoguera contra la pared. Eso es lo que perciben visualmente los encadenados, una sombra, y siendo lo único que han visto lo toman como verdadero. La realidad válida es aquella que les es sensible a sus sentidos, en este caso la vista. Si alguien les dijera que esa realidad es quimérica, pues liberándose de las cadenas y acometiendo el camino de salida de la gruta descubrirían un escenario de color, le tomarían por loco.
Si quedase uno de los hombres libre de las cadenas y fuese obligado a darse la vuelta distinguiría aquellas sombras desde otra perspectiva. Según avanzara hacia el exterior vería con mayor nitidez las figuras, la hoguera y por último, al fondo, la luz solar entrando por la boca de la cueva. Pero ese camino debería de hacerlo lentamente, pues es abrupto y escarpado. Aunque se pudiera, de nada serviría correr a la salida y lo único que provocaría es la ceguera, pues los ojos no estarían preparados para recibir la intensidad luminosa de los rayos del sol. Es un camino que debe hacerse lentamente, pero consolidando el avance. El hombre se percataría entonces de que aquellas sombras que había visto toda su vida no son más que falsas extensiones de la realidad y a la luz de la hoguera observaría la fisionomía de la verdadera figura. Mas la insuficiente luminaria de la hoguera no dejaría de dar una mera impresión de la realidad, para conocerla a fondo se hace necesario salir de la caverna. En el exterior espera el verdadero mundo de color, de formas, todo un mundo de policromía que mostraría la belleza del cosmos. Vería los ríos, los árboles, los lagos, las montañas y vería el sol.
El hombre que ha conocido la verdad, el mundo de las ideas y la razón, se vuelve a adentrar en la caverna para liberar a sus compañeros y enseñarles el exterior, pero es tomado por loco al intentar explicarles todo lo que ha visto. Ante aquella desaforada insistencia de mostrarles todo aquello que había percibido, el resto de compañeros le amenazan con matarlo si les libera, pues no querían conocer más razón que la presente. Este hombre es considerado por Platón como el filósofo, aquel que conoce la verdad y debe transmitirla. Su misión es acabar con las cadenas de la ignorancia que atan al resto de los humanos y que tan a gusto se encuentran sujetos a ellas. 
Esta alegoría explica muy bien cuál era la misión que se me había encargado. La dura misión de conducir a los hombres por el camino correcto. Pero… ¿tengo el suficiente poder de persuasión para quitarles las cadenas de oro que les atrapan y les hacen sentir poderosos? ¿Soy suficientemente capaz para convencerles qué ese dios que ven proyectado es falso? Cómo se convence a alguien que un mundo que cree perfecto, a pesar del hambre, miseria e injusticias que muchos padecen, es equivocado y le va a condenar a la destrucción. Quién tiene suficiente fuerza para tan magna epopeya…

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