Una antigua
iglesia, una ermita, una muralla, etc…, no son
simplemente piedras sobre piedras, piedras viejas con olor a moho, cuya
única
utilidad es la de ser explotadas todo lo posible a costa del curioso que
viene a
verlas. Una iglesia es un vestigio de nuestro pasado que nos cuenta como
fuimos
y como hemos llegado a ser lo que somos, forma parte de nuestra cultura y
forma parte de
nuestra identidad. Es pasado, presente y futuro, porque es atemporal,
nosotros
nos vamos, pero las piedras, siempre y cuando tengamos algo de sensatez,
se
quedarán. Hasta que no haya respeto por esto, no lo habrá por
nosotros mismos. Caemos en la misma cantinela de siempre. No sabemos lo
que tenemos hasta que lo hemos perdido. Solo hay darse cuenta que
países como EE.
UU., Argentina, Colombia, México, etc..., anhelan tener un pasado y no
un ayer.
Es de justicia, por mucho que me pese, agradecer a la
Iglesia el haber preservado el patrimonio. Si es cierto que este “mérito” hay que
valorarlo desde el exterior, ya que para el clero significaba simplemente
cuidar su hogar y lugar de trabajo, aparte de haber sido recompensados de sobra
por ello. Pero la realidad, por triste que parezca, es que sin esta actuación
de la Iglesia, la mayoría del patrimonio, sobre todo religioso, se habría
perdido.
Paradójicamente, el villano ha mutado su personaje
convirtiéndose en héroe, procurando que iglesias, basílicas, conventos, etc…,
que ahora son un reclamo turístico y por lo tanto un recurso económico del que
se enriquece mucha gente, sigan existiendo. Hay que hacer “auto de fe” y aprender
de los errores pasados para mejorar en el futuro. Hay que ser respetuoso con
algo que tiene mil años más que nosotros. Como ejemplo mentar a ese “tasquero
infame” que arremete contra la Ley
del Patrimonio Histórico Español, porque tiene que aparcar su coche a treinta
metros de su local, y lo hace sin preguntarse acerca de la razón que permite la
prosperidad de su negocio.
El
pueblo ha sido a lo largo de la historia muy cafre en
su atención al patrimonio y seguimos sin haber adquirido conciencia
alguna en este aspecto. Solo hay que observar las atrocidades que se
comenten, sobre todo cuando existen
motivos económicos de por medio, contra el legado histórico, y lo poco, “nada”,
que hacemos para evitarlo. En cometer insensateces y majaderías a
cambio de los famosos maletines tenemos como auténticos protagonistas a
los consistorios. La conclusión que se saca de todo este asunto del
patrimonio es que España lleva cierto atraso, en realidad bastante, con
respecto al
resto de Europa. Es significativo que en nuestro país se dieran las
primeras
leyes un poco serias sobre patrimonio en la década de los 80, del siglo
pasado.
Lo que más me duele admitir es que fuese la ideología
liberal la que castigara al patrimonio con mayor dureza y la Iglesia la que lo
preservara. Las expropiaciones que se hicieron en el siglo XIX, sobre todo la
de Mendizábal, dejó muchos conventos y templos abandonados a su suerte y el
tiempo hizo lo demás, se ocupó de transformar dicho patrimonio en ruina y olvido.
Siendo
ecuánime, reconozco la importancia de la
Iglesia en la preservación del patrimonio. Pero vuelvo a reiterar que es
un mérito vinculado a la necesidad de mantener limpia y cuidada la
morada. También he hecho hincapié en que todo el dinero que tienen, y
que por justicia Divina, o por propia
concordancia con su Dios, no deberían de tener, lo han obtenido del
pueblo,
dense pues por bien pagados. Por lo cual queden en paz con el populacho,
muy agradecidos y ¡adiós muy buenas!
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