James
Redneck aparece sentado en un escritorio iluminado únicamente por un flexo de
oficina de pantalla redonda y luz amarillenta. La mesa está cubierta de
columnas imposibles de folios amarillentos. En otro extremo, los libros se
apilan en complicados equilibrios. Un reloj que no marca las horas, parado, y
una fotografía, de la que no vemos la imagen. A la derecha de James, en una mesa
supletoria una vieja máquina de escribir metálica y pesada, de un tono verde
hospitalario. De ella todavía cuelga un folio a medio escribir. Hojea
interesado un voluminoso y polvoriento libro. Pasa las páginas con decisión y
lee con exagerados movimientos de cabeza. Su dedo discurre siguiendo las líneas
del texto. De vez en cuando, asiente con un gesto satisfecho. Otras veces,
niega con su cabeza mientras su cara se retuerce en un gesto reprobatorio.
Viste chaqueta de lana, de colores apagados y gastados.
La
estancia huele intensamente a humedad. (Al fondo del escenario se colocarán,
invisibles para el público, unos ventiladores que con una fuerza moderada
deberán dirigirse hacia la sala para que el público pueda percibir la atmósfera
asfixiante)
Se
oye un ruido. Tres furiosos golpes rápidos y seguidos, contundentes, que
parecen querer derribar la puerta de madera (TOC, TOC, TOC).
JAMES
REDNECK: Adelante (con voz sumamente desganada y sin levantar la vista)
Entra
en escena Jane Wright. Abre con demasiado ímpetu la puerta de par en par. Atraviesa
el escenario con decisión y el paso acelerado. Con grandes zancadas abarca todo
el espacio y pisa con fuerza sobre las tablas, exagerando el ruido de sus
tacones. Se sitúa en medio de la escena, frente a un James que sigue sin levantar
la cabeza de su libro.
Al
abrirse la puerta la luz ilumina la estancia. En la puerta se ve un cartel que reza
en grandes letras mayúsculas y doradas: “SR. JAMES REDNECK. DIRECTOR GERENTE DE
LA DELEGACIÓN
REGIONAL DE PUBLIC FELT PAPER CO. EN POOLTRON COUNTY”. En el
centro, James sentado en su mesa de despacho. A su espalda, estanterías que
guardan asimétricamente cantidades ingentes de voluminosos ejemplares y
enciclopedias demasiado antiguas y ya inútiles. Sobre las estanterías, pruebas
de cartón y alguna que otra caja montada. A la izquierda de James, una gran
lámina ilustra el la cadena genealógica evolutiva de las cajas de cartón, desde
las más simples a los modelos más elaboradores. Encima, en marco dorado y
barroco una instantánea retrata a Frank Meadows como amo y señor de Pooltron
City. Al lado, otra imagen contiene las letras “P”, “F” y “P” formando el
anagrama de la
empresa Public Felt Paper Co. En el suelo, desperdigados sin
orden ni sentido, cajas y cartones que ocupan toda la estancia formando un
universo caótico y marrón.
Jane
Wright tiene esa edad indeterminable que ronda entre los más de cuarenta y los
menos de sesenta. Viste traje de chaqueta negro. Una estrecha falda de tubo a
la altura de las rodillas deja ver unas piernas esqueléticas que se unen
directamente con el resto del anodino cuerpo. La falda está salpicada de motas
de polvo y manchas blancas de tiza. Lleva medias de color carne y unos zapatos negros
de hebilla con unos altos tacones cuadrados. La chaqueta se ciñe con insistencia
al cuerpo famélico de Jane. Las formas femeninas de la chaqueta, sin función
alguna, cuelgan desganadas. El pelo negro recogido en un moño y unas gafas de
pasta que resbalan por su afilada nariz. El rostro es amarillento,
apergaminado. Lleva en sus manos una abultada carpeta clasificadora marrón de
la que sobresalen folios de forma desordenada.
Jane,
poco acostumbrada a los lujos de la luz solar, masca chicle de forma
compulsiva. De esta manera puede disimular el temblor que agita con movimientos
espasmódicos su mandíbula. A simple vista podría parecer una consumidora
habitual de cocaína recién abastecida. Nerviosa, inquieta, no puede permanecer
inmóvil. Su mandíbula tiene vida propia y sus labios se arrugan y se contraen
en horribles gestos involuntarios. La mirada se pierde en reflejos de locuras
no asumidas.
JANE
WRIGHT: Buenos días, James (con voz nerviosa, las palabras se atropellan).
Llevamos toda la mañana buscándote. ¿Dónde estabas? (esta última pregunta, casi
un grito, con un tono irritante, chirriante, desagradable)
James
mira por encima de sus gafas, con gesto aburrido, a Jane.
Luis Pérez Armiño
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